LA NACION

Darío Villanueva. “El problema está en confundir gramática con machismo”

El director de la RAE reflexiona sobre la sugerencia del gobierno español de adaptar la Constituci­ón a un lenguaje inclusivo

- Texto Iker Seisdedos El País

Darío Villanueva, director desde hace cuatro años de la Real Academia Española (RAE), está en medio de la tormenta que desató la renuencia de la RAE a abrazar el lenguaje inclusivo en la Constituci­ón. La RAE, una institució­n con tres siglos de antigüedad, es acusada de ser demasiado conservado­ra y poco inclinada a adaptar el idioma a las realidades de la igualdad de género. “El problema está en confundir gramática con machismo”, dice Villanueva. “Las lenguas se rigen por un principio de economía; el uso sistemátic­o de los dobletes, como miembro y miembra, acaba destruyend­o esa esencia económica. Las falsas soluciones, como las que proponen poner la letra e en lugar de la o y la a, me parecen absurdas, ridículas y totalmente inoperativ­as”, agrega ahora, pocos días después de que la vicepresid­enta del gobierno español, Carmen Calvo, anunció en el Congreso que pediría un informe a la RAE para adaptar el texto de la Constituci­ón a un lenguaje inclusivo.

Consultado telefónica­mente, Villanueva lamenta que Calvo haya echado “toda la artillería” en público y que aún no se hubiese puesto en contacto con él. Cuenta que la gestión en el interior de la RAE tendría un pronunciam­iento en octubre. “El cambio de la Constituci­ón es muy difícil; francament­e, lo veo como una serpiente de verano. La reacción de Arturo Pérez-Reverte [que tuiteó que dejaría la RAE si prosperara la iniciativa], puso la venda antes de la herida y no ha ayudado al sosiego. No se conoce un caso de nadie que haya abandonado la institució­n y no está en cuestión el carácter vitalicio del cargo de académico”, agrega.

–¿Es consciente de que una parte de la sociedad ve a la RAE como una institució­n incapaz de responder a los retos de una sociedad que cambia?

–Lo soy, pero los tópicos son muy difíciles de desmontar. El diccionari­o no es elástico; hay que hacer una selección. Porque el diccionari­o es de todos. También hay una razonable demora temporal. Y hay palabras “globo”, que se usan, se hinchan y desaparece­n. No estamos desfasados. Es que tenemos que ir por detrás de la sociedad. La academia no inventa, no propone, no impone, no induce el uso de las palabras, sino que recoge las que la sociedad genera. Es un problema sin solución.

–¿Están las palabras más cargadas de ideología que antes?

–La corrección política es una forma de censura perversa, que no procede del partido, del gobierno ni de la Iglesia. Es una censura difusa, que no sabemos muy bien de dónde viene y según la cual hay cosas que no se pueden decir. Exigen que se retire del diccionari­o una determinad­a palabra. Cada grupo dice cuál es la palabra que no quiere que esté en el diccionari­o, cuando si están es porque la gente las usa. La embajada de Japón protesta porque en el diccionari­o está kamikaze. Incomoda la palabra judiada. Y a los jesuitas, jesuítico, en su acepción de hipócrita. Esto no tiene fin. Llegan todos los días peticiones. La última, que hay que retirar la palabra racional, porque es una ofensa a los seres irracional­es.

–Más allá de esos ejemplos caricature­scos, ¿atienden las peticiones feministas?

–Pongo esos ejemplos porque por esa pendiente no hay freno. Pero atendemos las cosas con sentido, claro. Hace poco hemos hecho una modificaci­ón en la quinta acepción de la palabra fácil. “Dicho de una mujer que se presta sin dificultad­es a mantener relaciones sexuales”. Ahora habla de una persona. ¿Por qué? Desde hace 30 años, con el cambio de hábitos, hemos encontrado ejemplos de empleo de la palabra referidos a hombres.

–Entonces no la cambian porque consideren que está mal, sino por esos ejemplos.

–Lo hacemos según la documentac­ión que tenemos. Algunos dentro de la casa [la RAE] considerar­on, con un tono bastante poco propio de un académico, que fue “bajarse los pantalones”. Pero no es sino responder a la propia evolución de la lengua. No estamos encerrados en Numancia de una manera heroica. Ahora bien, lo que no haremos será retirar una acepción porque a alguien le moleste. El problema es hacer un diccionari­o solo de palabras bonitas. Las palabras sirven también para ser un canalla.

–¿Erraron al imprimir 50.000 ejemplares del último diccionari­o? Apenas se han vendido 18.000 y ahora se ven obligados a mandarlos a África…

–Las previsione­s hechas sobre los datos del diccionari­o anterior, de 2001, fueron un error de cálculo. Pero no es nuestro solo, todos los diccionari­os de las grandes lenguas han visto esa caída.

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