LA NACION

El plan para el torneo más compacto de la historia

- Javier Saúl

Fútbol en menos de un mes y ocho estadios en un radio que apenas supera los 40 kilómetros. Tras la aventura por el extenso territorio ruso, Qatar protagoniz­a el día después, mientras espera que su proyecto llegue con vida de acá a cuatro años y medio. La cuenta atrás transforma en una eternidad los 1587 días que faltan para el 21 de noviembre de 2022. Con la excepción de la suspensión por la Segunda Guerra Mundial, jamás se esperó tanto entre una Copa del Mundo y la siguiente. Con puntos de contacto con Rusia en cuanto a denuncias y sospechas, en el camino a Qatar se reflotarán los sacudones, más allá de que Moscú haya despedido un certamen que no mostró grietas desde la organizaci­ón. Será otra previa que estará bajo la lupa. En caso de superar la presión internacio­nal, en 2022 llegará el Mundial imposible, el de la billetera inagotable. El Mundial más compacto de la historia.

Con actividad durante 27 días, el domingo elegido para la final no es casualidad: el 18 de diciembre se celebra el Día Nacional de Qatar, la fiesta popular por excelencia de un país que tiene una superficie que equivale a la mitad de la provincia de Tucumán.

El desierto que será Mundial

Más fuerte, más alto, más lejos. Y más verde. Qatar crece a un ritmo frenético, entre autovías, arquitectu­ra de vanguardia y un crisol de razas que se relaciona bajo el mandato del inglés. Y con una costanera desde donde se podría trazar una perfecta división arquitectó­nica de cada costa de la bahía. Al sur sobresalen el Museo del Arte Islámico y el tradiciona­l mercado Souq Wakif. Al norte, con el Sheraton como piedra basal, se divisa el perfecto.

Los árboles y el agua de los rociadores están transforma­ndo el desierto en una gran extensión de césped y palmeras. Viveros que trabajan a ritmo industrial y más de 10 mil árboles de todo el mundo están cambiando el paisaje. Mismo plan para los ocho estadios presentado­s: grupos de investigac­ión trabajan para probar los campos de juego. Una idea que no tiene ayuda de la naturaleza: el pico de lluvia en Doha es de 14 milímetros en enero. El total anual apenas supera los 71 milímetros. Para noviembre y diciembre, la temperatur­a promedio estará en los 25 grados, un Mundial en invierno algo distinto al que se vivió en Sudáfrica 2010 o Argentina 1978.

Qatar 2022 se apoya en un plan titulado “Las 7 C”: compacto (distancias que permitirán ver todos los partidos saltando de estadio en estadio), conectado (están construyen­do líneas de subte y el tren de alta velocidad), de legado sustentabl­e (llamado “catálisis”), sin emisiones de carbono, con centros de excelencia, con cultura y creativida­d, y con “The Corniche” –la costanera de Doha– como punto de conexión. Con estadios y fan fest donde se controlará la temperatur­a, con escenarios desmontabl­es (el estadio Ras Abu Aboud podrá trasladars­e a otra ubicación o convertirs­e en múltiples instalacio­nes), y otros con innovacion­es como “la sala de estimulaci­ón sensorial” (un espacio especial para personas con dificultad­es para el aprendizaj­e).

“Creo que lo que pasó en Rusia cambió la percepción a futuro”, apuntó Fatma Al Nuaimi, directora de comunicaci­ón de Qatar 2022, en diálogo con la prensa en Moscú. Al Nuaimi no le esquivó a dos temas que giran alrededor del próximo Mundial: las leyes laborales y la religión. “Qatar progresó mucho en lo que respecta a los derechos laborales”, dijo. La crítica internacio­nal le apunta al “kafala”, el sistema que obliga a los trabajador­es inmigrante­s a tener un responsabl­e de su condición jurídica, a quien le entregan el documento. Amnistía Internacio­nal habla de “explotació­n corporativ­a”, mientras que informes sindicales calculan miles de muertos en las obras. “En 40 años de vida crecimos y nos desarrolla­mos más que otros países que llevan siglos”, destacaron hace tres años en una reunión a la que tuvo acceso en las oficinas del la nacion Supremo Comité para el Desarrollo y el Legado de Qatar. Desde el ministerio se defienden ante las consultas sobre las condicione­s laborales de la mano de obra que llega desde Nepal, Pakistán, India, Sri Lanka, Kenia o Filipinas (de los 2,5 millones de habitantes en la península, solo 300 mil son qataríes). Una auditoría laboral a la que tuvo acceso el New York Times en el último mes encontró trabajador­es con 72 horas semanales de ocupación y 124 días consecutiv­os sin descanso. Eso sí, algunas voces críticas empezaron a bajar la voz en los últimos tiempos: la organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo retiró una queja formal presentada en 2014, mientras que desde Qatar aceptaron un acuerdo de cooperació­n.

El otro punto en la mira es el alcohol, prohibido por el Islam. Es una afrenta consumirlo en las calles, y no se consigue en los bares. Solo se puede comprar en los hoteles y a precios exorbitant­es. “Durante el tiempo que dure el Mundial estará disponible en áreas designadas”, informaron desde el comité organizado­r. La prensa británica ironizó que “los lugares lejanos específico­s” no va a ser otra cosa que “enviar a los fanáticos a tomar alcohol al desierto”. En la FIFA, con una cervecera como socia comercial, aguardan señales qataríes.

Moscú ya es historia. Y se suma a una lista que incluye a sedes emblemátic­as de finales como Roma, Berlín, Montevideo, Buenos Aires, Londres o Río de Janeiro. Ahora espera Lusail, un proyecto inmobiliar­io ubicado a 27 kilómetros de Doha que tendrá un estadio para 86 mil espectador­es, edificios para 450 mil habitantes, y 22 hoteles. Hasta ayer arena, ahora es un obrador que apunta a ser un distrito de lujo. El fútbol dejará atrás la tradición para mudarse a Lusail, la ciudad que todavía no existe.

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