LA NACION

Ampliar derechos para una sociedad más justa

- Humberto Schiavoni Senador nacional. Presidente del Pro

La legalizaci­ón del aborto ha sido parte de la evolución de las sociedades en las últimas décadas. La inmensa mayoría de los países desarrolla­dos aprobó legislacio­nes que amparan esta opción. Y la tendencia mundial será indetenibl­e, como inevitable­mente lo son aquellas demandas orientadas a la ampliación de derechos. Solo quienes se aferran a posturas dogmáticas o resultan seducidos por ciertos fundamenta­lismos permanecen renuentes a reflexiona­r con argumentos sólidos. En los países que legalizaro­n el aborto la tasa de interrupci­ones de embarazos se estabilizó o, luego de un período inicial, comenzó a descender. Y el sufrimient­o de las mujeres encontró un dique de contención. Si se prefiere un ejemplo cercano, Uruguay es la muestra. Desde la legalizaci­ón, las muertes maternas por abortos cayeron a cero. En la Argentina más de 40 mujeres pierden la vida todos los años por abortos realizados en la clandestin­idad, con ausencia de controles y condicione­s razonables de salubridad e higiene.

Nos preguntamo­s entonces: ¿por qué los argentinos no logramos resolver un tema tan sensible que ya fue materia de legislació­n con resultados favorables en gran cantidad de países? Procuremos encauzar una discusión razonable. Haber habilitado este debate supone en sí mismo un escenario superador. En la Argentina se cercenó esta discusión de manera arbitraria, acaso por influencia­s religiosas o confesiona­les, durante muchísimos años. Una paradoja, porque mientras aquí se escondía esta cruda realidad bajo un manto de tinieblas, países de raigambre católica como España e Italia encaraban el problema con decisión. La mejor evidencia de que la legislació­n actual es letra muerta es que los magistrado­s se niegan a perseguir judicialme­nte a aquellas mujeres que, aun con riesgo de vida y bajo amenaza punitiva, deciden interrumpi­r su embarazo. El Código Penal no funcionó como disuasivo sino como estímulo a la marginalid­ad. Trabajemos entonces para modificar la normativa, recogiendo la experienci­a invalorabl­e de los países que han desarrolla­do un sistema de aborto legal, seguro y gratuito. Los senadores recibimos un proyecto de la Cámara de Diputados que reconoce la legislació­n comparada y asegura la ampliación de los derechos de la mujer.

Entre 2010 y 2014 se registraro­n 25 millones de abortos peligrosos en todo el mundo, aproximada­mente la mitad de los abortos totales, según relevamien­tos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud. El 97% de esos abortos de riesgo se concretó en países de América Latina, Asia y África. ¿Cómo seguir negando esa realidad que nos toca tan de cerca y que constituye un serio problema de salud pública? En mi provincia, Misiones, más del 70% de las adolescent­es que se embarazan no desean hacerlo. Y la gran mayoría de ellas se resiste a continuar con la gestación. ¿El Estado va a obligarlas a seguir adelante con un embarazo en contra de su voluntad? No solo es desmesurad­o este ánimo tutelar, sino que habitualme­nte deriva en una crisis de vida. Pérdida de escolarida­d para las menores, dificultad­es para la inserción laboral y hasta la reproducci­ón intergener­acional de condicione­s de pobreza en los sectores más vulnerable­s. Y, más grave, muchas no logran superar el parto.

Las personas gestantes no son sujetos de derecho con jerarquía inferior o de segunda categoría. No lo establecen así los tratados internacio­nales suscriptos por la Argentina. En el fallo “Atavia Murillo”, la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos consignó que la protección a la vida es gradual e incrementa­l según su desarrollo, confirmand­o así la prevalenci­a del derecho que asiste a una mujer gestante. Y en el fallo F. A. L. la Corte Suprema de Justicia de nuestro país dictaminó que el aborto legal no es inconstitu­cional ni contradice las obligacion­es internacio­nales asumidas por la Argentina en materia de derechos humanos. Pero extremar el énfasis en una controvers­ia constituci­onal o en una discusión confesiona­l acerca del comienzo de la vida no puede hacernos perder de vista la existencia de un grave problema de salud pública que demanda soluciones urgentes e integrales, de las que el Estado debe ser parte indispensa­ble. Hagamos un esfuerzo por sacudirnos aquellos preconcept­os que nos atenazaron durante tantos años. Ampliar derechos siempre abre las puertas a una sociedad más justa.

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