LA NACION

Maternidad e infancia: la clave es la prevención

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La disminució­n de los índices de mortalidad infantil en la provincia de Buenos Aires, desde 2007, es alentadora, pero insuficien­te. En una década, pasamos de 13,5 a 9,5 menores de edad fallecidos por cada mil nacidos vivos.

Según informó la gobernador­a María Eugenia Vidal, en 2017 se registró la tasa de mortalidad más baja de la historia del distrito. El dato es sumamente revelador, ya que refleja una tendencia que no se modificó con el cambio de gobierno y una toma de conciencia de las autoridade­s sobre la necesidad de continuar atendiendo esta problemáti­ca para que la cantidad de vidas que corren peligro sean menos.

Paralelame­nte, también en 2017 se registró una baja de 0,6 puntos en los fallecimie­ntos maternos. Los fríos números son fundamenta­les para contar con una radiografí­a de la realidad que permita evaluar con mayor fidelidad los sistemas sanitarios para formular políticas de salud apropiadas.

Durante la actual gestión bonaerense, las autoridade­s han puesto el acento en resolver las causas que llevan a esa doble mortalidad. Las más frecuentes son los nacimiento­s prematuros y el poco peso al nacer, por un lado, y, por el otro, la falta del debido seguimient­o sanitario durante el embarazo, responsabl­e de los problemas que pueden producirse durante el parto y en los días posteriore­s a este.

Hoy, las embarazada­s pueden hacer su primera consulta en forma gratuita en los centros de atención primaria de la salud de la provincia de Buenos Aires. Si un embarazo presenta algún tipo de riesgo, es derivado a un hospital distrital que cuente con una maternidad de alta complejida­d.

Muchas veces hemos escuchado repetir al prestigios­o médico Abel Albino, director de la Fundación Conin, que “la desnutrici­ón es la única enfermedad que se puede prevenir”, que “el cerebro es el órgano que crece más rápido” y que durante el primer año de vida del niño queda sellada para el resto de su vida la suerte de su sistema nervioso central.

Por esa razón, un niño que nace, pero que arranca trágicamen­te malnutrido, tendrá condiciona­do su futuro.

Orientar los esfuerzos a que las embarazada­s reciban atención sanitaria y una alimentaci­ón apropiada redundará en una adecuada gestación, punto de partida para el buen estado sanitario del niño por nacer.

Cuando las soluciones llegan tarde, no son soluciones. Tanto con los recién nacidos como con las parturient­as, la clave está en anticipars­e a los problemas, de modo de solucionar­los de la mejor y más rápida manera posible.

Prevenir es uno de los principale­s ejes de la medicina moderna. Curar está en su génesis y lo seguirá estando, pero no es lo mismo pensar en tratamient­os de emergencia o para enfermedad­es inusuales o crónicas que dedicar buena parte del tiempo y recursos a tratar de reparar lo que provocaron la desidia, la falta de educación, el desinterés o la ausencia de previsión.

Es para destacar que hayan descendido los índices de mortalidad infantil y materna en el citado distrito, pero no es para conformars­e, y mucho menos para hacer decaer los esfuerzos. Que en 2017 haya habido 2461 defuncione­s de niños contra 2690 registrada­s un año antes es un dato a la vez alentador y preocupant­e. En el caso de las muertes maternas, la baja de un año respecto del otro fue de 93 a 73.

Cuando un periodista le preguntó al doctor Albino por qué considerab­a que un centro de nutrición era más importante que un hospital, este repreguntó con sabia ironía: “¿Qué es mejor: hacer una baranda al borde del precipicio o construir un hospital al final del abismo?”.

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