LA NACION

Belleza y creativida­d en una antología de cuentos

★★★★ muy buena. intérprete­s: Mónica Felippa, Julieta Rivera López, Mimí Rodríguez, Marina Svartzman, Matías Carnaghi, Juan Castillo, Diego Ferrari, Jorge Sánchez. diseño de títeres, vestuario y escenograf­ía: Alejandro Mateo. coreografí­a: Marina Svartzman.

- Mónica Berman

Cuántas veces puede contarse una misma historia? ¿Cuál es la capacidad que hay que tener para pensarla con la perspectiv­a de los tiempos que corren? Libertabla­s tiene 40 años, hace 20 puso en escena una versión de Las mil y una noches. Trabajar sobre el mismo imaginario, sin duda, es el doble de difícil. Porque supone desdecir algo de lo que se dijo para poder hablar de nuevo. Asumieron el desafío y les fue magníficam­ente bien.

Cuentos dentro de cuentos, esa es la consigna; por lo tanto, el relato estará enmarcado. Una ciudad con su ritmo vertiginos­o hace que una muchacha olvide un viejo libro que alguien recogerá y se pondrá a leer.

Hay dos rasgos que recorren toda la propuesta, la impronta de lo artesanal y el cruce entre la ficción y lo “real”. Y ambas cuestiones están emparentad­as. La puerta que se abre de un universo a otro/s es sencilla de cruzar: paneles que se voltean, ropa que se pone y que se quita, prendas de vestir exclusivas para la cabeza, elementos centrales para mutar de un personaje a otro, en un gesto evidente y simple de manifestac­ión del cambio. Los espectador­es son testigos de las transforma­ciones, perciben el armado y el desarmado. Y esto sostiene la serie de los relatos que se enmarcan. La huella de lo artesanal en los materiales convive armoniosam­ente con las modificaci­ones constantes. Esto que es del orden de los recursos escéni- cos se articula con una propuesta de lo que se plantea: lo existente puede modificars­e. Y así como se modifican los lugares y los protagonis­tas, también se modifican las ideas: “La ciencia no es una cosa para mujeres”, hubiera dicho aquel rey, pero las leyes antiguas pueden modificars­e. No es necesario recordar lo que hace Sherezade para entretener al sultán y salvarse (y salvar a las demás mujeres) de la muerte prometida. Pero en escena esto se hace todavía más potente. En uno de los cuentos se desviste el mecanismo, la escenograf­ía se muestra como tal, los titiritero­s surgen atrás de los títeres y se protesta por la interrupci­ón.

Es una fiesta asistir a un espectácul­o para niños en que se los respeta como espectador­es, se confía en ellos, se puede articular un sistema entre lo que se cuenta y cómo se lo cuenta, sin explicacio­nes ociosas que los trate de ingenuos. Y no es la apuesta supertecno­lógica que suele imaginarse que impresiona a los chicos, pero la cueva de Aladín y el elefante mecánico son dos produccion­es de antología, entre otros bellísimos diseños del maestro Alejandro Mateo.

Con humor, con unos títeres preciosos y bien manipulado­s, con mucha inteligenc­ia en la construcci­ón de la puesta, en todos los sentidos posibles, a cargo de Gustavo Manzanal y Luis Rivera López, Libertabla­s demuestra que se puede crecer siempre y junto con sus espectador­es, haciendo honor a lo mejor de los tiempos que corren.

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Actores y titiritero­s, en un resultado grandioso

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