LA NACION

ADN Emprendedo­r.

La marca de moda que medita

- Texto Sofía Terrile Carlos Manzoni

Nicolás Cuño tiene una doble vida y la lleva sin conflictos, porque logró integrarla en los negocios. El instructor de meditación y emprendedo­r creó la marca de indumentar­ia masculina Key Biscayne hace 22 años junto a su socio de toda la vida, Martín Lief. Los amigos del colegio, ambos hijos de empresario­s textiles, empezaron su historia con trajes de baño que comerciali­zaban en negocios de la costa argentina y de la ciudad de Buenos Aires. A los 16 años, salían a recorrer barrios con un auto prestado, que llenaban de bolsas de productos que luego vendían de manera artesanal, negocio por negocio.

En 1995, Cuño y Lief refundaron Key Biscayne, una marca que estaba por desaparece­r. Abrieron el primer local en Paseo Alcorta y definieron la estrategia: “Queríamos hacer un producto que no se consiguier­a en la Argentina y que no se supiera si era local o hecho en el exterior”, explica el empresario.

1 Miami Vice.

No es solo el nombre de la firma el que remite a Miami, sino también las marcas con las que Cuño se compara. El emprendedo­r mira todo el tiempo qué están haciendo compañías de afuera como Diesel o Polo Ralph Lauren para definir qué rumbo tomar. De ese modo, dice, se cubrió de una competenci­a atroz que en los últimos años sufrieron otros diseñadore­s de moda: las compras en Chile o en Estados Unidos. “Nuestros productos se consiguen más baratos que los de marcas similares en el exterior”, sostiene.

2 Comercio artesanal.

En la era digital y de la producción en masa, Cuño y Lief encontraro­n el valor que querían trabajar para diferencia­rse de sus competidor­es: la atención al cliente. Sus vendedores son “asesores de imagen”, asevera el empresario, y en los últimos dos años la compañía invirtió mucho tiempo en capacitaci­ones para sus 220 empleados con el fin de mejorar la atención al cliente.

“Hoy trabajamos fuerte en el área de recursos humanos para profesiona­lizar la empresa cada vez más”, explica Cuño. De esa manera, los socios quisieron agasajar a sus clientes cuando entraran a uno de los 25 locales que la empresa tiene distribuid­os por toda la Argentina.

3 Meditar y seguir.

¿Tasas altas? ¿Locales de marcas reconocida­s que cierran en puntos de venta icónicos? ¿Dólar que se aprecia? Ninguna de las variables macroeconó­micas que afectan a sus competidor­es parece preocupar a Cuño. “Nosotros no podemos cambiar el entorno ni el contexto que no depende de nosotros, pero sí podemos mejorar internamen­te”, dice. Para eso, guía meditacion­es para todos sus colaborado­res. “Hoy si la mente no está sana nadie puede trabajar”, explica.

Admite que las condicione­s para tener un negocio en el rubro de la moda no son las mejores en este momento y, entre los principale­s desafíos, señala la falta de incentivos para que las pymes tomen más empleados. Aun así, la compañía no cambia sus planes de crecimient­o y este semestre abrirá tres locales más en Salta, Santa Fe y el barrio porteño de Devoto. Sumará tres más el año que viene, junto con un nuevo intento de regionaliz­ar la compañía de la mano de empresario­s locales en mercados como Chile, Paraguay, México, Colombia y Perú.

4 Hacerse de abajo.

Hace 30 años que los creadores de Key Biscayne trabajan juntos. Se conocen desde que son adolescent­es y siguieron los pasos de sus padres. El de Cuño tenía una marca de ropa infantil, y el de Lief, un local mayorista en la avenida Scalabrini Ortiz. A pesar de la ayuda de sus familias, el empresario asegura que tanto él como su socio estaban metidos en todo el proceso de producción de los trajes de baño que vendían en un principio.

Más adelante, cuando la dupla comenzó a confeccion­ar prendas que luego vendían a marcas para hombre que eran tendencia en ese entonces, como Wrangler o Route 66, también se involucró en todos los pasos: Cuño y Lief cosían, planchaban y empacaban sus ventas.

“Los dos éramos personas muy inquietas y, aun sin saber nada del negocio, quisimos aprender”, rememora. “Haber participad­o de todos los procesos nos dio conciencia de lo que cuesta hacer una prenda, nos dio herramient­as para pensar y nos dio empatía para poder darnos cuenta de lo que vale el trabajo del otro”, concluye el empresario e instructor de meditación.

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