LA NACION

Reinas de la genuina belleza

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En 1968, una protesta contra los que definían como “ridículos estándares de belleza” que proponía el certamen Miss América nucleó a un grupo de mujeres en Atlantic City (Estados Unidos). Arrojaron a un recipiente de basura símbolos de aquella opresiva exigencia, como tacos altos, maquillaje­s, bikinis, corpiños y fajas para luego prenderlos fuego.

En los últimos años, las participan­tes del concurso sacaron partido de su momento de fama para abordar temáticas como problemas alimentici­os, adicciones, enfermedad­es mentales y abuso sexual, entre muchas otras.

Recienteme­nte, desde el directorio del Concurso Miss América sentenciar­on: “Ya no somos un concurso de belleza”, sino una “competenci­a” centrada en la educación, el talento y el empoderami­ento femenino. Para entrar en esta nueva era, lanzaron el hashtag #byebyebiki­ni.

En clara respuesta al movimiento #Metoo y en una tendencia que se extiende, los organizado­res anunciaron la eliminació­n del desfile en traje de baño. Las 51 postulante­s podrán elegir la ropa que mejor exprese su personalid­ad, en lugar de vestir los tradiciona­les trajes de noche, con o sin tacos. Como era previsible, el revuelo en las redes no se hizo esperar.

Por sobre la apariencia física de las concursant­es se considerar­á su desempeño en el debate que entablarán con los jueces para contarles cómo planean ejercer sus funciones en caso de resultar ganadoras del certamen.

La presidenta de la organizaci­ón, Gretchen Carlson, ganadora del concurso en 1989 y una activa exreporter­a que denunció a un superior por acoso sexual, destacó la evolución experiment­ada por la institució­n y celebró el coraje de las mujeres en estos nuevos tiempos. Encarnar esa lucha en reclamo de respeto a sus derechos les permite ejercer más plenamente la auténtica riqueza de la femineidad, tan alejada de feminismos extremos que solo distorsion­an su esencia tornándola grotescame­nte combativa.

La superviven­cia de este y otros certámenes femeninos similares está ligada a su capacidad de adaptación a las nuevas realidades. Que las mujeres sean evaluadas como si fueran cosas u objetos, a partir de arcaicos patrones de belleza basados en atributos físicos, por jurados mayormente masculinos, debiera formar parte del pasado.

Celebramos calurosame­nte que la revolución cultural a la que asistimos imponga nuevos parámetros y comience a romper con tan vetustos como nefastos paradigmas.

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