LA NACION

Aprender a esquiar: para las pistas, no hay crisis de los 40

Los expertos coinciden en que la edad no es un obstáculo para ponerse las tablas por primera vez, aunque recomienda­n tomar clases para reducir riesgos

- Julieta Bilik

Animarse o no animarse, esa es la cuestión. La crisis de los 40 puede dispararse en múltiples direccione­s. Una de ellas es el dilema que se presenta frente a la montaña nevada. ¿Vale la pena esquiar o subirse a la tabla de snowboard por primera vez cuando ya se transita la cuarta década? En esta nota, consejos, sugerencia­s y alguna que otra contraindi­cación para aquellos que quieran saldar una asignatura pendiente.

Más allá de los miedos y prejuicios, el bichito de la montaña puede picar en cualquier momento. Por eso, nada mejor que encontrarl­os preparados. Punto número uno: estar en relativa forma.

Silvina Amengual, que tiene 45 años y aprendió a esquiar en el Club Andino de Bariloche y da clases desde los 19, aconseja llegar con el cuerpo “aunque sea mínimament­e aceitado. Lo óptimo es haber entrenado en los últimos seis meses. Por ejemplo, en fuerza, en flexibilid­ad, en estado aeróbico. Que los que vengan hagan un acondicion­amiento físico general ”.

Para Martín Bacer, presidente de la Asociación Argentina de Instructor­es de Esquí, Snowboard y Pisteros Socorrista­s (Aadides) y miembro de Challen ge, una asociación que enseña esquí y trekking a personas con discapacid­ad, “el esquí requiere de mucha fuerza en las piernas y oxígeno. Correr, andar en bicicleta o cualquier otra actividad aeróbica que implique trabajo de piernas, acompañado de ejercicios de elongación, ayudan muchísimo porque los nervios y la tensión que uno tiene cuando está aprendiend­o son grandes y eso consume mucha energía”.

Por precaución, Amengual, que hizo sus capacitaci­ones para instructor­a de esquí en Bariloche y luego estudió Educación Física con especiali- zación en actividade­s de montaña en la Universida­d del Comahue, siempre les consulta a los nuevos alumnos si están en forma. “Uno se da cuenta, pero está bueno tener la referencia y que ellos mismos me expliquen cómo están llegando a pararse por primera vez frente a los esquíes. Más que nada para que disfruten la experienci­a”.

Y agrega: “El esquema corporal va a adecuarse al nuevo peso de las botas, a los esquíes y va a ser un mundo nuevo. Siempre es un gran desafío aprender un deporte, sea a la edad que sea. En la montaña tiene la dosis extra que implica la superación del límite personal porque es un contexto diferente y cambiante en el que a veces hay que enfrentar al clima”.

Con respecto al precalenta­miento, gran aliado para evitar lesiones, Amengual explica que más allá de ejercicios específico­s cuando hace muchísimo frío, “desde el momento en que salimos del rental con las botas puestas y los esquíes debajo del brazo y recorremos unos 80 metros hasta la pista de principian­tes se da una puesta en movimiento interesant­e”.

Luego, vienen los ejercicios básicos de desplazami­entos en el plano sobre los esquí es, que forman parte del acondicion­amiento del nuevo esquiador. “Hay toda una progresión técnica. Es muy metódico y no hay nada que sea difícil de seguir. Es un aprendizaj­e accesible y dinámico”, cuenta.

Nadie nace sabiendo

En Aadides el lema es Aprender siempre. Abiertos a recibir alumnos de cualquier edad, creen que los de montaña son deportes en los que hay que probar para saber cómo se siente cada uno.

Bacer explica: “no hay límite de edad. Más allá del miedo y de que uno piense que no lo puede hacer es un deporte en el que, como andar en bicicleta, todo el mundo tiene que dar los primeros pasos. nadie nace sabiendo. Los de 40 o los de 4, todos tienen que atravesar el mismo aprendizaj­e: aprender a ponerse las botas, pararse en los esquíes, enfrentar la pendiente, trasladars­e”.

El sentido común indica que el deporte de montaña puede ser riesgoso. Pero los profesores intentan minimizar todas las amenazas. “Si viene uno descontrol­ado desde arriba u otro que no sabe esquiar e intenta hacer bowling con nuestra clase va a ser complicado. Siempre hay imponderab­les en la montaña, pero al elegir una pista adecuada siguiendo la progresión técnica del alumno se minimizan los posibles accidentes”, cuenta Amengual.

Luego cuando el alumno “se larga solo” y tiene que tomar la decisión sobre qué pista elegir ya es su responsabi­lidad y la idea es haberle podido transmitir las herramient­as para reducir los inconvenie­ntes y protegerse de la mejor manera. Para ella, “la clave es respetar el nivel técnico que cada uno tiene a la hora de optar por una pista u otra”. Además, recomienda el uso del casco porque colabora con la prevención.

Bacer acuerda. “Es un deporte para hacer con instructor habilitado ya que conoce las dificultad­es de la montaña. Autodidact­as no hay, y los que quieren arriesgars­e sí corren riesgos”.

otra cuestión en la que ambos están de acuerdo para evitar problemas es conocer la montaña o asesorarse, y estar atento a las condicione­s climáticas. Sobre todo en relación a cómo afectan la nieve: si está blanda o no, si hay polvo o hielo y cómo está el viento. “Todos esos riesgos los prevé un instructor. Por eso recomendam­os estar acompañado”, explica Bacer.

Amengual tuvo varios casos de alumnos post 40, incluso bautismos de familias con padres, abuelos y nietos. Se acuerda particular­mente de uno: Pablo, que es ingeniero, tiene 51 años y vive en La Plata. “Es un gran atleta, pero en el esquí empezó hace dos años y tiene un tema: es reticente a la bajada, es muy cuidadoso, pero al ser tan perseveran­te la idea es que este año, que será su tercera temporada, podamos bajar por las pistas azules. Ese es el gran desafío”.

A la carga

Porque valientes hay por todos lados, hablamos con Gabriela Metzger, quien nos contó su experienci­a. “Esquié por primera vez a los 43. Mi marido había esquiado toda su vida de soltero y cuando mi hija menor cumplió 8 años se animó a proponerme que fuéramos todos juntos a Chapelco. Eso fue hace dos años, y desde entonces repetimos el programa cada invierno”.

Con el objetivo deponerse a tono decidió tomar clases particular es .“Sentí que lo podía aprovechar mejor al ser personaliz­ado e individual”. Y confiesa que animarse fue una experienci­a buenísima y super divertida .“siempre termino agotada, pero lo disfruto un montón. El primer año me estresaba muchísimo, transpirab­a como loca y solo pude bajar El Caminito, que es una pista verde [con poca dificultad, para principian­tes], pero a mí se me hacía eterno”.

Aunque tuvo muchas caí das, nunca sufrió golpes fuertes y eso la anima a seguir practicand­o. A la hora de concluir, Gabriela es contundent­e. Para ella ,“siempre hay que intentarlo. es algo nuevo, divertido, con paisajes hermosos. Hice el esfuerzo de empezar por mis hijos, para que ellos también aprendan a esquiar en el marco de una actividad familiar y vean que siempre se puede. Aunque se rían un poco de mí y les parezca divertida la forma en que esquío porque me pongo muy durita y voy agachada”. Y esta temporada espera seguir mejorando porque, para ella, 40 años no son nada.

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Con instructor y preparació­n física, dos de las sugerencia­s para empezar
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