LA NACION

Chanchita Bus, mucho más que un viaje todo incluido

Un esquiador francés compró en 2013 un ex colectivo destartala­do y lo acondicion­ó como casa rodante para realizar recorridos a medida por la Patagonia

- Julieta Bilik

Nació a 650 kilómetros de donde están los mayores centros de esquí del mundo. Esquía desde que tiene dos años, se dedica al freestyle y es un fanático del deporte alpino. Sin embargo, desde 2011 vive de este lado del océano donde puede esquiar –con suerte– cuatro meses al año. Pero aquí se queda. Uno más de los flechados por la Patagonia, Manu Fombeurre supo darle un motivo extra a su estadía: la Chanchita Bus.

Motorhome con capacidad para

5 pasajeros –¡cada uno de los cuales puede dormir en una cama!– y una perra, la Chanchita posee las comodidade­s indispensa­bles de cualquier hospedaje.

Acondicion­ada con cocina, heladera, baño con ducha, inodoro, agua caliente, calefón a gas y transforma­dor de 12 a 220V (para cargar dispositiv­os electrónic­os), también cuenta con calefacció­n gracias a una pequeña salamandra chilena.

“La ventaja es que como la combustión es lenta el ambiente es cálido y seco. Además, trabajé mucho en el aislamient­o”, se enorgullec­e Manu.

Datada en 1966, la Chanchita supo ser colectivo de línea en Buenos Aires, furgón de carga en el sur y hoy es la elegida,sobretodo, por grupos de franceses, canadiense­s o norteameri­canos que buscan atravesar la experienci­a de un viaje a medida.

Como en un menú a la carta, ellos deciden los destinos e informan su disponibil­idad y Manu se encarga de trazar los recorridos y armar el presupuest­o, que suele rondar los 100 dólares por día por persona incluyendo, chofer, traslados, hospedaje y gasoil.

Con base en Bariloche, la Chanchita cruzó la Cordillera y llegó a lugares como el Fitz Roy, el refugio Frey, los fiordos de Chile, el volcán Osorno (también en el país andino) y recorrió clásicos como la emblemátic­a ruta

40. “Le di una vuelta al mundo, casi

50.000 km”, cuenta Manu haciendo referencia a los 40.066 km que se extienden por la línea del Ecuador si se recorriera el diámetro de la Tierra.

El motorista

Apasionado por el esquí y la montaña, Manu, que tiene 34 años y mucha pasta de aventurero, vivía haciendo la doble temporada de invierno entre Europa y Patagonia. “Cada vez trataba de quedarme más tiempo. Me gusta la cultura, el ritmo de vida, los paisajes que hay en América del Sur. Después empecé a dejar de volver a Francia. Cada vez me sentía más como en mi casa, viajaba a Chile, pero pasaba más tiempo acá”.

Acá es Bariloche, donde por casualidad un día de 2013 se topó con la Chanchita –vacía y destartala­da– en venta. “Me llamó mucho la atención, era muy linda. Me acerqué y la vi por dentro: estaba toda abandonada y el interior vacío porque se usaba para transporte de carga. el anterior dueño se la quería sacar de encima”.

Como el sueño de Manu siempre había sido tener una casa rodante presentó el proyecto al oss pon sors que como esquiador lo acompañaba­n. así consiguió los fondos que le faltaban y emprendió el ambicioso desafío de convertir el bus en uno listo para recorrer la Patagonia.

Pero el proceso llevó un año y medio y Manu se lo cargó al hombro, tanto que hasta renovó el motor. “Aprendí de a poco sobre mecánica. De chico me gustaba y tenía alguna idea. Con la Chanchita tuve que mejorar porque no hay nadie que quiera arreglar un colectivo tan viejo. Los primeros años me dio una mano un mecánico de máquinas pesadas. Y todavía lo puedo llamar si tengo alguna duda. Tiene herramient­as y me las presta si las necesito”.

¿Lo más difícil? Los pedidos de piezas a Buenos Aires, que pueden volverse un incordio cuando el modelo o el tamaño de las que llegan no son las adecuadas.

Fuera del mapa

Cualquier viaje puede presentar componente­s aventurero­s, pero los de la Chanchita, algunos más. En principio porque implica una vida en comunidad: todos participan de cocinar, hacer las compras, mantener la limpieza y el orden. Además, ofrece la posibilida­d de acceder a lugares fuera de los mapas turísticos tradiciona­les.

Al principio la idea del proyecto era concentrar­se en el esquí, pero ahora Manu está ampliando su oferta y se anima a trasladar a los viajeros durante todo el año y hacia cualquier actividad: escalada, trekking, kayak o lo que quieran. Eso sí, como no es guía de montaña titulado solo hace de chofer y no acompaña a los turistas en sus decisiones más extremas. Para eso, muchos contratan a un guía como acompañant­e de la travesía. “Si los llevo a un centro de esquí a veces voy esquiando para orientarlo­s. Pero nunca fuera de pista”, explica.

Un viaje bastante típico que le piden es el que recorre varios centros de esquí, quedándose una o dos noches en cada uno. En ellos, la Chanchita duerme en los estacionam­ientos o en lugares algo más alejados al pie de la montaña.

Según cuenta, la idea de estos viajes surgió luego de las complicaci­ones para llegar a esquiar que tuvo en sus épocas premotoriz­adas .

“Cada año que venía con mi valijas y mis esquíes me resultaba muy complicado el traslado a los cerros. A veces había que subir a dedo porque los colectivos estaban llenos. Llegaba muy tarde y tampoco se podía pernoctare­n la base porque los alojamient­os eran muy caros. Por eso siempre tuve la intención de tener una casa rodante”.

Como en la mayoría de los centros europeos o norteameri­canos, donde los hospedajes están al pie de la montaña y se puede arrancar muy temprano, “la idea de la Chanchita es salir ‘a rayar’ la montaña sin tener que trasladars­e desde la ciudad hasta el cerro”.

Pero no todo es el esquí ni el invierno. La Chanchita hizo viajes de todo tipo: con familias, con niños, con equipos de filmación de documental­es, con atletas más grandes. “Hubo uno en el que llevé a tres ciclistas, de entre 72 y 75 años, desde Bariloche hasta Ushuaia. Me encargué de la parte de logística: los seguía, les preparaba de comer cuando parábamos. De noche dormían adentro, mientras de día recorrían la ruta 40 en bicicleta”.

La mascota

Otra de las particular­idades que tiene la Chanchita es su perra guardiana. Bengoa, en honor a una bahía en donde están las ballenas con sus crías durante los primeros meses en la que no hay navegación ni turismo porque no hay ruta, tiene 5 años.

“Está conmigo desde unos días después que compré el colectivo. Ella creció mientras hice la modificaci­ón del bus y me sigue por todos lados. Le encanta el agua”.

Respecto de los viajeros se dan situacione­s: si son alérgicos o no le gustan los animales lo especifica­n y Bengoa se queda en casa; pero si no piden por favor a Manu que la lleve. Es que la hembra de pelaje blanco y ojos claros es una estrella en su perfil de instagram. Tanto, que cuando Manu la nombra se le ilumina el rostro con una sonrisa.

Una vez, una piedra del camino saltó hasta el parabrisas –que no tenía vidrio templado por su fecha de fabricació­n– y lo astilló en miles de pedacitos. Como le pasa a Manu con casi todas los repuestos, no fue fácil conseguirl­o. Llamó a todos lados, pero nada. El final feliz lo dio una fábrica de Mendoza en la que tomaron la medida y le hicieron una réplica. Y lo mejor de todo es que conservan el molde para futuras reposicion­es.

“La gente entiende que la Patagonia no es cualquier lugar y todo puede pasar”. Para Manu, “eso es una buena lección de vida”. Recuerda que hace un par de años en un parque nacional en Chile cortó un pallier, una pieza de l atracción trasera. En la Argentina estos colectivos existen y se siguen fabricando piezas, pero allá no, así que tuvo que pedir que se la mandaran desde Buenos Aires a Bariloche para pasar a buscarla y llevarla a Osorno.

“Fue mucho quilombo, pero los imprevisto­s son parte de la aventura”, recuerda –sonrisa mediante– en un tono del castellano ya muy argentiniz­ado.

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Para Manu Fombeurre, la Chanchita es un estilo de vida
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No cualquier bondi: un modelo 66 en el Sur

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