LA NACION

BARENBOIM, AL AIRE LIBRE

Una multitud disfrutó temas de Rossini y de Brahms

- Helena Brillembou­rg

Ya les había ofrecido a todos los asistentes un breve pero no por eso menos hermoso concierto, con esa música que sabe hacer como pocos, cuando tomó nuevamente el micrófono y se acercó al borde del escenario en un gesto de intimidad. La gente lo aplaudía de pie después de escuchar la polonesa del tercer acto de la ópera Eugene Oneguin, de Chaikovski, que fue el único bis del concierto, y después de agradecer una vez más a todos los presentes por estar allí y por la comprensió­n brindada debido al cambio en el programa, Daniel Barenboim decidió hablar para dejar un importante mensaje: “Sé que la Argentina pasa por un momento difícil, pero esto es algo en lo que tenemos mucha experienci­a. Así que les ruego una sola cosa, no se olviden de la cultura. Cuando la situación de la vida se pone difícil, lo primero que la gente piensa dejar es la cultura, pero esta es la que nos da ánimo y nos alegra. Y además no piensen que ella es cosa solo para privilegia­dos, no es así, Todo lo contrario. Así que les pido permiso para dejar este pequeño mensaje y los saludo y los abrazo a todos”. Esas fueron sus palabras de despedida dirigidas, afirmó, a todos aquellos que asistieron a este concierto y a todos los otros que ofreció a lo largo de estos 10 días de festival.

Fue una semana previa de días grises y lluviosos, nada ideal para planificar un concierto al aire libre, pero como si hubiese aceptado la invitación que el propio Daniel Barenboim hiciera a todo aquel que quisiera acercarse a la Plaza Vaticano para disfrutar del concierto que ofrecería junto a la Staatskape­lle de Berlín, el sol decidió aparecer desde temprano. La voluntad de acudir era firme en muchos ( según informaron las autoridade­s del Teatro Colón, el número de asistentes superó las 10.000 personas), ya que el tránsito no lo puso tampoco nada fácil. Debido a los cortes de calles previstos por la reunión de ministros de Finanzas, presidente­s de bancos centrales y titulares de organizaci­ones internacio­nales del Grupo de los 20, a los que se les sumó otros cortes más por la manifestac­ión que en protesta contra el FMI se realizó en Recoleta, hubo muchos a quienes no les quedó más remedio que llegar caminando las últimas cuadras.

En previsión de todo esto, y con ganas de hacerse de alguna de las sillas que estaban colocadas frente a la tarima, hubo quienes se acercaron mucho antes de la hora de la convocator­ia. Ya a las 11.30, cuando se abrió el espacio para que el público comenzara a sentarse, la fila de personas daba casi la vuelta al teatro. Cuatro pantallas gigantes y columnas de sonido se colocaron estratégic­amente para que nadie se quedara sin ver y escuchar.

“Que este concierto se haga acá responde a ese compromiso que tenemos desde el Colón, de que esta música preciosa que brinda una de las orquestas más importante­s de todo el mundo y dirigida por uno de los músicos más reconocido­s la puedan disfrutar todos”, afirmó María Victoria Alcaraz, directora general del Teatro Colón, organismo encargado de la coordinaci­ón de este festival, junto con el Ministerio de Cultura de la Nación y el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos.

La entrada de Barenboim no podía despertar menos euforia que la de sus músicos, y así fue. Recibido con una alegría que también representa agradecimi­ento por poner a Buenos Aires en el calendario musical cada año, sorprendió su energía después de dirigir tres funciones de Tristán e Isolda y cinco conciertos sinfónicos en un plazo de 10 días ( todavía queda otra función más de la ópera para dar por concluido el festival). Lo primero que hizo fue agradecer y afirmar que para él es siempre muy emocionant­e volver. “Yo nací en la calle Arenales, apenas a unas cuadras de acá, así que imaginen lo que siento de estar aquí”.

El comienzo del programa, igual a como estaba previsto, con la obertura de El barbero de Sevilla, de Rossini, fue el marco perfecto. Lamentable­mente, debido al viento frío que ingresaba de manera continua dentro del escenario y que no dejaba que los músicos ni sus instrument­os estuvieran en las condicione­s requeridas para las piezas que estaban contemplad­as originalme­nte, hubo que hacer un cambio. Así que las piezas de Debussy y Stravinski fueron sustituida­s por el tercer movimiento de la Tercera sinfonía de Brahms y, luego, por el último movimiento de la Cuarta, también de Brahms. Una tarde de música que, a pesar de ser más breve de lo previsto, resultó inolvidabl­e.

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Rodrigo néspolo Contra el frío y los cortes de tránsito, el maestro argentino llenó la Plaza Vaticano

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