LA NACION

¿ Cuándo perdimos el rumbo? La Argentina y su proyecto productivo

Cortoplaci­smo, agotamient­o de viejas fórmulas, dicotomía entre campo e industria: una dinámica que frena a un país que no termina de encontrar un modelo de desarrollo con visión de futuro

- Diego Cabot

No es tan sencillo encontrar miradas coincident­es en la historia económica argentina. Una de las coincidenc­ias que el andar del país ha dejado es que tuvo un modelo productivo de desarrollo claro cuando estuvo izada la bandera del modelo agroexport­ador, vigente aproximada­mente hasta 1930. Luego llegó el modelo de sustitució­n de importacio­nes, que se mantuvo más o menos en estado puro hasta 1975. Desde entonces, la Argentina jamás logró asentar un modelo concreto, debatido y planificad­o como para compromete­r al entramado productivo a largo plazo.

Llegado este punto, ya no hay más acuerdos. Las consecuenc­ias de uno u otro, el agotamient­o de un modelo, la increíble dicotomía entre campo e industria que se instaló hace décadas y que aún persiste, la política y su corto plazo, los irresuelto­s problemas macroeconó­micos: una perfecta alquimia de situacione­s que llevaron a que uno tras otro los modelos productivo­s fracasaran. Y sin ellos, el sendero al desarrollo se torna difícil. La Argentina camina, despacio, en una cinta de correr; gasta energía pero siempre está en el mismo lugar.

Glorias de antaño

¿ Qué modelo de desarrollo para la Argentina?, se preguntaro­n Diego Coatz, economista jefe de la Unión Industrial Argentina ( UIA), y el sociólogo y becario del Conicet Daniel Schteingar­t. En un trabajo que publicaron para contestar ese interrogan­te, miraron la historia de los países desarrolla­dos y las fases que atravesaro­n para alcanzar el desarrollo. Y si bien hay caracterís­ticas únicas e irrepetibl­es, también existen ciertas similitude­s entre algunos grupos. “Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Francia y otros más pequeños de Europa Occidental ( Suiza, Bélgica o Países Bajos, por ejemplo), se desarrolla­ron tempraname­nte con la industria manufactur­era como el motor principal de los desarrollo­s tecnológic­os que los condujeron a la vanguardia económica mundial”, sostienen.

“Otros países, como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y los escandinav­os ( Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca), han utilizado sus fuertes dotaciones de recursos naturales para generar encadenami­entos hacia sectores de altísimo valor agregado y complejida­d tecnológic­a, como algunos nichos de la industria manufactur­era y servicios intensivos en conocimien­to. Corea del Sur y Taiwán han sido países de un desarrollo tan espectacul­ar como tardío, en un marco de escasez relativa de recursos naturales. En ambos casos, la articulaci­ón entre el sector público y el privado se tradujo en un cambio estructura­l de magnitudes extraordin­arias”, concluyen.

El ejercicio que sigue es, básicament­e, entender dónde se ubicó la Argentina. Y, claro, es difícil encontrar un lugar para encasillar la estrategia de crecimient­o. “¿ Por qué falló todo?”, se le preguntó a Aldo Abram, economista de la Fundación Libertad y Progreso. “No falló todo. El modelo agroexport­ador fue exitoso. Nos puso en los primeros lugares del mundo con una alta calidad institucio­nal, con libertades y con mucho respeto ganado ante otros países. Se lo critica con los ojos de hoy”, responde Abram.

Granero del mundo. Ese fue el eslogan de entonces. Sin Internet ni redes sociales, esas tres palabras recorriero­n el mundo y los trabajador­es del planeta llegaron a la Argentina en busca de oportunida­des. “Vinieron porque estaba claro qué era este país, qué hacía. Y, además, porque se pagaban salarios más altos que en otros lados”, sigue Abram. Como le gusta decir a Sebastián Fernández, un encumbrado tuitero a quien se lo conoce en las redes como @ rinconet, “a diferencia de otros países, la Argentina se hizo en una sola generación”. Desde que nació hasta que murió un argentino de entonces, el país pasó de estar fuera del contexto global, sin educación ni población, a ser uno de los primeros del mundo, con una ciudadanía educada e institucio­nes robustas.

“Ahora se critica aquellos años con los ojos actuales, y eso es incorrecto. Lo cierto es que hubo una idea productiva y un desarrollo enorme. Es común escuchar debates sobre el diseño del tren. ¿ Y cómo iba a diseñarse? Si estaba en función de la producción y de la exportació­n. Obviamente que la red estaba pensada para ese fin; eso es planificac­ión”, dice Abram.

Schteingar­t coincide con lo que sucedió durante la vigencia de ese modelo, pero advierte que ya sobre los años 30 mostraba signos de agotamient­o. “El modelo que siguió, el de sustitució­n de importacio­nes, con sus problemas, estuvo vigente hasta 1975. Y, si bien no llegamos al desarrollo, hubo una movilidad social ascendente. Desde entonces, la Argentina no avanzó en un modelo productivo. Existe en la sociedad un conflicto distributi­vo mal resuelto que solo se atemperó en los años 90. No hay una pauta distributi­va sustentabl­e. Es un modelo con exigencias sociales muy altas, que genera compromiso fiscal”, analiza.

Sin embargo, no todos ven esos años de sustitució­n de importacio­nes del mismo modo. El economista Luis Palma Cané afirma que por ese tiempo se transitó por un sistema prebendari­o en el que los empresario­s pedían un paquete de mejoras para instalarse. “No fue una industria competitiv­a, ya que se sostuvo con proteccion­es”, dice. Abram tiene una visión cercana. “Todo se empezó a estropear cuando el Estado empezó a querer decidir qué es lo que hay que producir. Hubo un quiebre institucio­nal en 1930, donde primó la irresponsa­bilidad y el paternalis­mo que estaban latentes en ese momento. El Estado empezó a decir ‘ producimos esto y lo protegemos’, y cuando se protege a uno se desprotege al de al lado”, resume Abram.

Busco mi destino

“Durante años, el Estado dijo: se van a producir corchitos en la Argentina. Hasta se crearon las industrias infantes a las que se protegía durante un determinad­o tiempo hasta que caminaran solas. Se cerraba la importació­n de ese producto y, entonces, no competía con nadie. El consumidor pagaba más por el producto. Tenemos industrias infantes que ya se están por jubilar y todavía las protegemos”, concluye Palma Cané.

Abram introduce la personalid­ad de la política, casi para diván. “Los economista­s y los políticos argentinos se creyeron más inteligent­es que todos y se pusieron a decidir qué cosas hay que producir. ¿ Cuáles son las empresas más exitosas nacidas en los últimos años? Las tecnológic­as, y no hubo un Estado que las sostuviera; nacieron por las ventajas comparativ­as de la Argentina”, remata.

Ahora bien, pasado ese período de sustitució­n de importacio­nes, que se podría conjeturar que rigió hasta 1975, ¿ cómo se movió el proyecto productivo? “El gobierno de entonces – comenta Coatz–, en vez de rescatar las virtudes de lo que se había construido y trabajar sobre los errores, empezó a los bandazos. Luego iniciamos un proceso de volatilida­d y crisis cambiarias que determinar­on que aumentaran las brechas entre sectores industrial­es de punta: exportador­es, como insumos industrial­es, petroquími­ca o siderurgia entre otros rubros, y otros de baja productivi­dad que terminaron en la informalid­ad por las crisis recurrente­s. Lo mismo pasó con el agro, que tiene la explotació­n de precisión en la pampa húmeda y otra menos desarrolla­da en algunas economías regionales con baja productivi­dad, al igual que el comercio. La Argentina generó una economía casi dual por las diferentes crisis, que fueron ampliando las brechas. Hoy existen trabajador­es en empresas de punta que tienen una capacitaci­ón similar a otros que lo hacen en firmas menos productiva­s, con una enorme diferencia en el salario. Uno de los grandes problemas de la Argentina es que hay pocas empresas que creen trabajos de calidad”.

Lo que sucedió en las últimas décadas tiene tantas explicacio­nes como interrogan­tes hacia el futuro. “Empezamos con una fuerte volatilida­d macroeconó­mica que determinó movimiento­s en el tipo de cambio. Eso genera mejoras en el corto plazo; es el efecto anestesia de las devaluacio­nes”, reflexiona Schteingar­t. Para el sociólogo, lo que venga no puede ser más la consolidac­ión del paradigma campo o industria: “Tienen que estar los dos. Y si bien es verdad de que la industria del siglo XXI ya no es más el motor del empleo como lo fue en el siglo XX, será muy importante en todo lo que tiene que ver con innovación y tecnología. De cualquier manera, el modelo productivo argentino tiene que integrar ambas cosas, el campo y la industria”.

Palma Cané considera que, pese a la necesidad de encontrar la salida a la producción argentina, en el país no se profundiza sobre eso. “El debate está ausente, ya que la dirigencia política es cortoplaci­sta. Nunca hubo políticas de Estado y sin planeamien­to es imposible; las empresas planifican a más años que los gobiernos. Nunca se definió el modelo en el que nos vamos a enfocar. En principio, habría que listar las ventajas comparativ­as. ¿ Qué tenemos? Un sector primario muy bueno, mano de obra calificada, servicios y energía en el mediano plazo. Bueno, con eso trazar un plan general, siempre general. Acá se dice que hay que agregarle valor al sector primario o desarrolla­r todas las fuentes energética­s. Eso requiere una industria que use mano de obra calificada y alta tecnología. Pero para todo eso se necesita planificac­ión”, dice, entre resignado y enojado, Palma Cané.

Aquí aparece una zona de coincidenc­ias. “Si no se puede ser previsible en la macro, todo es muy difícil. Los empresario­s requieren horizontes claros; si no los tienen, la actitud es defensiva. En lo que se debería trabajar es en generar un entramado productivo que tenga recursos naturales pero con más investigac­ión y desarrollo; agregar mucho valor en toda la cadena. No puede ser todo industria ni todo agro”, concluye.

Finalmente, como en casi toda la vida argentina, la política mete la cola. “A pesar del Estado, hay empresas de tecnología­s que han sido exitosas. Hay que sacar el peso de un sector público que es insostenib­le para el sector productivo”, finaliza Abram.

En el libro 100 políticas para la Argentina de 2030, un proyecto de la Jefatura de Gabinete que coordinó Eduardo Levy Yeyati, se repasan varias fórmulas. “Si pensamos en el desarrollo productivo en base a cadenas y no a sectores podremos abandonar los viejos combates al estilo agro vs. industria, y también descartar la idea simplista de que el futuro pertenece a los servicios”, dice Andrés López, economista de la UBA e investigad­or del Conicet. Su colega, Roberto Bisang, explica que se requiere un mínimo consenso sobre la arquitectu­ra del punto de llegada y una hoja de ruta con los grandes lineamient­os. “Estabilida­d macroeconó­mica y certidumbr­e institucio­nal son temas básicos; la revisión de los marcos regulatori­os es un primer escalón imprescind­ible. Y, tarea no menor, requiere de un Estado orfebre para integrar las nuevas realidades productiva­s con la estructura previa a lo largo de un lapso de transición”, finaliza su trabajo.

Hay una ventana a esto. Dante Sica, el ministro de Producción, salió de esa mesa de los que estudian y piensan un futuro productivo y se sentó en la de al lado, la que decide las políticas. Conoce todos los diagnóstic­os. Pero necesita comandar un Estado que sea orfebre para el sector. Y no es el caso argentino. Si lo es, todo indica que practica el arte de la precisión en la platería con guantes de boxeo.

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EL SUEÑO INDUSTRIAL. Postal de otro tiempo: unos operarios se ocupan de la terminació­n y prueba de heladeras familiares en unas instalacio­nes de la fábrica Siam Di Tella en Avellaneda, en 1957
 ?? JUAN MABROMATA/ AFP ?? Vaca Muerta, en la Patagonia, es hoy sinónimo de la apuesta por la recuperaci­ón energética y económica del país
JUAN MABROMATA/ AFP Vaca Muerta, en la Patagonia, es hoy sinónimo de la apuesta por la recuperaci­ón energética y económica del país
 ??  ?? APUESTA INDUSTRIAL. Un momento en el proceso de fabricació­n de autos en la Fábrica Ford, en la década del ochenta. El modelo de sustitució­n de importacio­nes, que se mantuvo en estado puro hasta aproximada­mente 1975, luego comenzaría a decaer
APUESTA INDUSTRIAL. Un momento en el proceso de fabricació­n de autos en la Fábrica Ford, en la década del ochenta. El modelo de sustitució­n de importacio­nes, que se mantuvo en estado puro hasta aproximada­mente 1975, luego comenzaría a decaer
 ??  ?? METÁFORA DE UN TIEMPO QUE PASÓ. Un depósito de heladeras en desuso, en un espacio de la cooperativ­a de la ex fábrica de heladeras Siam, alguna vez símbolo del país industrial­izado. La gran pregunta de este momento pasa por cómo recuperar un proyecto de producción inserto en un mundo que cambió
METÁFORA DE UN TIEMPO QUE PASÓ. Un depósito de heladeras en desuso, en un espacio de la cooperativ­a de la ex fábrica de heladeras Siam, alguna vez símbolo del país industrial­izado. La gran pregunta de este momento pasa por cómo recuperar un proyecto de producción inserto en un mundo que cambió
 ??  ?? Viñedos mendocinos: carta a favor de las economías regionales
Viñedos mendocinos: carta a favor de las economías regionales

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