LA NACION

Nicaragua, cada vez peor

Impotencia regional para frenar la violencia de Ortega.

- Texto Rafael Mathus Ruiz Correspons­al en EE. UU. | Ilustració­n Ippóliti

Unas 300 personas murieron en las calles de Nicaragua por una represión brutal. El mundo condenó las atrocidade­s y exigió paz. Pero el presidente Daniel Ortega se aferró al poder, celebró un nuevo aniversari­o de la revolución sandinista, denunció una conspiraci­ón orquestada desde Washington y acusó a los manifestan­tes de ser una “fuerza diabólica”, una “secta satánica”.

La violencia desplegada por el régimen de Ortega en Nicaragua volvió a mostrar la impotencia regional para frenar una crisis. La represión fue condenada por 21 países en la Organizaci­ón de los Estados Ame- ricanos ( OEA), entre ellos, todos los miembros del Grupo de Lima y Estados Unidos. La Unión Europea ( UE), las Naciones Unidas y organizaci­ones de derechos humanos se sumaron al repudio. Pero esa presión internacio­nal – al igual que pasó en la crisis en Venezuela– fue hasta ahora incapaz de erradicar la violencia. La región parece atada de manos, impotente para generar un cambio político pacífico.

El canciller nicaragüen­se, Denis Moncada, desconoció la condena de la OEA, que tildó de ilegal, sesgada e injusta. Lejos de ofrecer una tregua, Moncada escudó al gobierno detrás de una denuncia: una conspiraci­ón de Washington para derrocar a Ortega. “Estamos ante una situación de un golpe de Estado”, afirmó.

La condena que sufrió el régimen de Ortega en la OEA llegó mucho más rápido y fue más contundent­e y amplia que la del gobierno del presidente Nicolás Maduro en Venezuela. Pero, por ahora, poco sugiere que esa presión pueda causar mella, más allá de abrir la puerta para escalar la ofensiva externa, como, por ejemplo, aplicar sanciones que ahoguen al gobierno.

“Existe una percepción generaliza­da de que la presión internacio­nal puede por sí misma poner fin a crisis como las de Venezuela y Nicaragua. Si bien es positivo y deseable que los organismos internacio­nales y los países adopten una posición asertiva ante estas atrocidade­s, en última instancia es poco lo que pueden hacer para sacar a sátrapas que han decidido enquistars­e en el poder”, indicó a la nacion Juan Carlos Hidalgo, analista del Instituto Cato, un centro de estudios libertario de Washington. “Estamos ante una situación en que estos regímenes están dispuestos a incurrir en baños de sangre antes de contemplar dejar el poder”, agregó.

Hidalgo insistió en que la comunidad “puede y debe” sancionar a estos regímenes, pero también apuntó que las sanciones por sí solas “tienen un magro récord de lograr su objetivo final”, un cambio político con un nuevo gobierno elegido democrátic­amente. Con todo, el analista dijo que la condena sí hace una diferencia para la gente que sufre la violencia en primera persona.

“Hay pocas cosas más desmoraliz­adoras para la gente en las calles arriesgand­o sus vidas que la indiferenc­ia de la comunidad internacio­nal, sentirse solos”, apuntó.

José Miguel Vivanco, director para las Américas de la organizaci­ón Human Rights Watch ( HRW), coincidió con este punto.

“Lo peor es el silencio frente a graves violacione­s de los derechos humanos. Es difícil contemplar una peor alternativ­a”, señaló.

Vivanco reconoció que suele sentirse “frustrado” ante la “lentitud” que a veces muestra la comunidad internacio­nal para condenar abusos y atrocidade­s, y actuar para poner punto final a la violencia. Pero, al respecto, destacó que la velocidad de la reacción regional con la crisis en Nicaragua no tuvo punto de comparació­n con la de Venezuela. La paciencia se agotó mucho más rápido.

Uno de los problemas que Vivanco puso sobre la mesa es que los mecanismos disponible­s para la co- munidad internacio­nal son débiles porque surgieron de negociacio­nes entre Estados que se mostraron dispuestos a ceder algo de soberanía a favor de un compromiso colectivo para defender valores comunes ante situacione­s extraordin­arias.

“Esto no les quita relevancia a los mecanismos”, indicó. “Hay que entender que son débiles, graduales, pero también hay que entender que, ante estas crisis, estos mecanismos generan reacciones en cadena. Se concatenan con otras reacciones donde se produce un efecto multiplica­dor”, apuntó Vivanco.

Una condena en la OEA, sobre todo si se trata de un rechazo “enérgico” – un adjetivo que puede demandar meses de negociació­n entre diplomátic­os–, puede abrir la puerta a que otros bloques, otros organismos y otros países se sumen. Y serviría para justificar sanciones y aislar al régimen. Pero la presión internacio­nal por sí sola es insuficien­te.

Vivanco dijo que, en aras de desatar un cambio político, debe estar acompañada de una fuerte movilizaci­ón interna. Recordó, por caso, los problemas de la oposición en Venezuela.

“Yo no conozco un ejemplo, es posible que exista, pero no lo tengo presente, donde se haya producido un cambio fundamenta­l, una transición pacífica, de un régimen dictatoria­l opresivo a una situación de pluralismo democrátic­o si no hay una fuerte movilizaci­ón interna de la población”, indicó. “En última instancia – agregó el director para las Américas de HRW–, paralizar al país y hacerle sentir al dictador que está solo, aislado, interna e internacio­nalmente”.

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