LA NACION

EDITORIALE­S

Luego de tantos ataques a la seguridad jurídica y la estabilida­d institucio­nal y de tanta manipulaci­ón judicial, el precio de recuperar la confianza es elevadísim­o

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la argentina, vacía como el elefante Blanco. Luego de tantos ataques a la seguridad jurídica y la estabilida­d institucio­nal, el precio de recuperar la confianza es elevadísim­o.

Después de 50 años de fuga de capitales, el gobierno del peronista carlos Menem logró convencer a locales y extranjero­s de que la argentina era un país confiable. craso error. Decenas de empresas europeas y norteameri­canas enterraron en nuestro territorio gasoductos, represas, usinas, autopistas, terminales portuarias, estaciones satelitale­s, centrales telefónica­s y torres para celulares; tendieron líneas de alta tensión, cables de distribuci­ón eléctrica, ductos de fibra óptica. Se expandiero­n el comercio, el transporte y la logística. Los bancos fueron capitaliza­dos conforme las reglas de Basilea, para atraer depósitos y atender la expansión del crédito. ahorristas de todo el mundo compraron bonos de la república y de las provincias. compañías locales emitieron acciones y títulos de deuda para expandir sus actividade­s.

Pero el exceso de gasto público quebró el cinturón de la convertibi­lidad y el dólar voló por los aires, licuando salarios y generando “competitiv­idad” sin cambios estructura­les. El congreso de la nación aplaudió el mayor default de la historia, se abandonó la convertibi­lidad, se devaluó la moneda, se “pesificaro­n” los contratos y se incumplier­on las concesione­s. El paraíso populista, sobre cuyos cimientos construyó poder la familia Kirchner.

El valor de lo invertido se hizo trizas. Empresas de la talla de British Gas, Total, Eléctricit­é de France, Gaz de France, Endesa, Gas natural, iberdrola, Telefónica, France Telecom, Suez, aguas de Barcelona, CMS, camuzzi, Tractebel, nova y otras tantas advirtiero­n el significad­o de “seguridad jurídica” cuando ya era tarde.

casi todas dejaron el país, tomaron las pérdidas y vendieron sus activos por una fracción de lo invertido. Muchas hicieron juicios en tribunales arbitrales y las deudas soberanas fueron atendidas con quitas aún más “soberanas”, en 2005, 2010 y 2016. Todavía quedan juicios por US$ 9262 millones sin resolver.

Durante otra gestión peronista de signo opuesto, néstor y cristina Kirchner terminaron de destruir lo que quedaba, aumentando el gasto público al 43% del PBI mediante la casi duplicació­n del empleo estatal, las jubilacion­es sin aportes, las pensiones no contributi­vas, la expansión de planes sociales y los subsidios al transporte y a la energía. con el cepo cambiario y las prohibicio­nes al comercio exterior, el país se aisló del mundo. con controles de precios y tarifas irrisorias, desapareci­ó la inversión. Sin recursos para sostener esa explosión de gasto, se expropiaro­n los fondos de pensión y se confiscó YPF. Se acumuló un déficit fiscal del 8% del PBI, con la mayor presión fiscal del mundo, una inflación rampante y el 32% de pobreza.

Luego de esta terrible experienci­a, la argentina se encuentra huérfana de capitales a pesar de sus abundantes recursos naturales y su población educada.

como metáfora, podríamos decir que nuestro país es como el Elefante Blanco, abandonado por sus constructo­res y ocupado por personas que carecen de medios, por sí solos, para convertir un edificio gigantesco en hogar acogedor donde abrigar familias, criar niños y cuidar adultos mayores.

nunca se ha tomado verdadera conciencia del costo inmenso que implicó para nuestra nación haber arruinado tantas inversione­s, burlándose de la confianza brindada por argentinos y extranjero­s con aplausos celebrator­ios. Ese costo todavía se está pagando, no solo por el daño reputacion­al, sino también por el impacto sobre la mentalidad de la población, que ya no cree en gobiernos, ni en promesas, ni en el esfuerzo, ni mucho menos en la moneda.

como el Elefante Blanco, nuestra república está vacía de ahorro y de capitales. En su interior, sus ocupantes carecen de empleos regulares y, hasta tanto la situación cambie, necesitan de algún sueldo público, alguna pensión y mucha ayuda para subsistir, incluyendo el cobijo solidario de comedores y merenderos.

La cuestión es saber cuándo cambiará la situación. concretame­nte, ¿ cuándo llegará la inversión necesaria para reconstrui­r paredes, poner ventanas, instalar sanitarios, colocar cocinas, conectar los servicios, pintar el frente?, ¿ cuándo nuestro Elefante Blanco se convertirá en una vivienda digna?

En antiguas épocas, bastaba un discurso en cadena nacional de alfredo Gómez Morales, Federico Pinedo, Álvaro alsogaray o adalbert Krieger Vasena para dar vuelta los mercados con “shocks de confianza” transitori­os, pero efectivos en la coyuntura.

Lamentable­mente, luego de tantos desmanes contra la seguridad jurídica, la estabilida­d institucio­nal y la sacralidad de los contratos; de tanta venalidad, manipulaci­ón de la Justicia y del fisco como instrument­os políticos, el precio de recuperar la confianza es elevadísim­o. casi impagable si lo medimos con la vara nacional tan alejada del discurso parlamenta­rio de churchill, en 1940. aunque el Elefante Blanco se desmorone, jamás hay consenso para la sanación: restringir el gasto nunca parece oportuno.

cambiemos optó por un ensayo novedoso: hacer el rodeo gradualist­a, sabiendo que ni los propios socios radicales ni de la coalición cívica tolerarían cortar por lo sano. intentó una obra reparadora con dinero prestado, en la esperanza de colocar un laurel en el último piso antes de terminar su primer mandato. Pero los cimbronazo­s financiero­s dieron por tierra con el gradualism­o y segaron el sueño de la rama triunfal.

Existe una creencia difundida de que la economía se recuperará con el simple paso del tiempo, porque siempre ha sido así y aún estamos vivos, aunque haya niños con hambre. Pero en este caso, no ocurrirá. Llegó el momento de la verdad. ahora sabremos cuánto sacrificio será necesario para que el capital regrese, los argentinos ahorren en pesos y los extranjero­s ingresen sus dólares. Un termómetro precario es la insostenib­le tasa de interés. Pero la recuperaci­ón puede lograrse, aunque nunca por inercia o con medias tintas. Es indispensa­ble enviar señales poderosas de cambio respecto de prácticas pasadas. inversamen­te proporcion­ales al daño causado.

Se debate la equidad en la distribuci­ón de las cargas ante el ajuste, creyendo que las cosas se van a arreglar solas, superada la coyuntura. Malas noticias: no se van a arreglar solas. Pueden empeorarse solas. Es imperioso recomponer el crédito externo para evitar otro default; no sirven los remiendos pensando que la reactivaci­ón caerá del cielo. En ausencia de inversión externa, faltando ahorro doméstico y estando huérfanos de capitales, la única fuerza para sacar a la argentina del pantano ( como a los niños de la gruta) la tienen los sectores competitiv­os internacio­nalmente, como el campo, la pesca, la minería o el gas de esquisto.

Se trata de un dilema nada fácil, pero en las crisis el estadista debe distinguir entre las medidas paliativas, para calmar en lo inmediato, de las curativas, que restauran la salud definitiva­mente. Si se afecta la potencia del agro para mantener el empleo público o los niveles de subsidios, se mejorarán las cuentas en lo inmediato, pero al costo de un daño mayor: la confianza en la palabra del Gobierno, lo cual es mucho más grave pues dilata la expectativ­a de reacti-

Para dar vuelta la economía no se necesita ir a Davos ni a Qatar ni a Pekín

La confianza está al alcance de la mano y la prosperida­d, también. Solo exige que la dirigencia esté dispuesta a pagar el costo político de jugar nuestro destino a las actividade­s que pueden impulsar el crecimient­o

De lo contrario, en nombre de la equidad, será inevitable la demolición completa del Elefante Blanco

vación: si en la argentina siempre se privilegia el gasto público, aun en los momentos críticos, “lo mismo nos ocurrirá a nosotros”, pensarán los posibles inversores, como en todas las gestiones populistas. La “necesidad y urgencia”; la predisposi­ción a la emergencia y el hábito por la excepción son prácticas que deben erradicars­e.

Este dilema, como todos, tiene ribetes de sábana corta: si se mantienen las retencione­s para mejorar los ingresos públicos, quedarán los pies a la intemperie y estos nunca se abrigarán, por afectarse la confianza. En nombre de la equidad, no saldremos del círculo vicioso.

Y una vez en esa escena repetitiva, ante la presión social y la impotencia del gobernante, por enésima vez se intentará suplir la ausencia de reactivaci­ón genuina con “algo de inflación” para impulsar el consumo. Volviendo al punto de partida, pero con el default golpeando a la puerta, listo para voltear al elefante.

El dilema tiene solución, con un giro copernican­o respecto del pasado. Es poner la confianza como objetivo prioritari­o del esfuerzo nacional. Recordando que no consiste en convencer a una multinacio­nal para instalar una fábrica, sino a los argentinos para que vuelvan al peso. El flujo de capitales indispensa­ble comienza con el destino de los ahorros, grandes y pequeños, de quienes aquí viven. Para dar vuelta la economía no se necesita ir a Davos ni a Qatar ni a Pekín. La confianza está al alcance de la mano y la prosperida­d, también.

Solo exige que la dirigencia esté dispuesta a pagar el costo político de jugar nuestro destino a las actividade­s que pueden impulsar el crecimient­o, dejando por el momento otros objetivos que lo detendrán, por más equitativo­s que parezcan. Pues, de lo contrario, en nombre de la equidad, será inevitable la demolición completa del Elefante Blanco.

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