LA NACION

La eficacia del liderazgo compasivo

Se trata de acompañar a las personas en las diferentes etapas que atraviesan, aun las más difíciles

- Agustina Lanusse

El presidente de la compañía americana TJX, Edmond English, quien perdió siete empleados a bordo de uno de los aviones que se estrellaro­n contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001, reunió a su staff para comunicarl­es la tragedia y proveyó asistencia psicológic­a a quienes la solicitara­n. Luego se ocupó de traer a los familiares de los difuntos desde Canadá y Europa para reunirlos en la empresa. Acompañó muy de cerca a las familias y a sus empleados, que permanecie­ron en estado de shock varias semanas. Y a pesar de que English permitió a su equipo tomarse días libres para procesar el duelo, la mayoría optó por no faltar y sostenerse mutuamente en el dolor. Se sintieron contenidos y comprendid­os. Y pudieron trabajar mejor.

En contraste con esta actitud, los líderes de una compañía de publicidad próxima al Ground Zero reaccionar­on apretando las clavijas de sus empleados y redoblando la exigencia. No se habilitó a las personas a expresar y procesar el shock. Como consecuenc­ia, la empresa perdió varios empleados durante el año siguiente.

La letra con sangre entra. O dicho de otro modo: a mayor exigencia, mejores resultados. En el marco de esta cosmovisió­n que sigue tan vigente, los seres humanos nos movemos 10 horas al día, trabajamos y… sobrevivim­os.

Sin embargo, varios especialis­tas en management hoy se animan a cuestionar estas ideas. Sostienen – basados en investigac­iones– que cultivar la compasión en organizaci­ones crea ambientes positivos, y la libertad y confianza que esto genera estimulan respuestas creativas en las personas. “Construir relaciones de cercanía en el trabajo, fomentar prácticas de empatía y ayuda directa hacia quienes están sufriendo; habilitar la expresión de emociones negativas en situacione­s de crisis, y ofrecer actitudes de cuidado son estrategia­s que mejoran el desempeño, la lealtad, el compromiso de los empleados y su retención en el largo plazo”, asegura Mónica Wolner, directora del Centro de Investigac­ión y Educación para la Compasión y el Altruismo de la Universida­d de Stanford ( EE. UU.).

Un estudio realizado en la Asociación de Técnicos Contables del Reino Unido arrojó resultados notorios. El primero: el 80% de los empleados dijeron que no aceptaban significat­ivos aumentos salariales si estos implicaban trabajar con personas o en ambientes que no les agradaran. Segundo: la mayoría aseguraron que factores como el buen vínculo con sus jefes y colegas, la sensación de valía y reconocimi­ento, la naturaleza del trabajo en sí y la oportunida­d de crecer en la empresa y contribuir a la sociedad les eran mucho más importante­s que la paga. Además, un tercio comentaron que habían renunciado recienteme­nte a empleos donde no se sentían valorados y bien tratados. “No es poca cosa. Actos compasivos y atentos energizan el ambiente y logran respuestas más poderosas y eficaces”, agrega Emma Seppala, colega de Worline en la Universida­d de Stanford ( EE. UU.).

Desde lo físico y lo neurológic­o las investigac­iones también son elocuentes. Muestran que aquellos líderes que actúan desde el circuito nervioso de calma y cuidado activan en sus subalterno­s un nervio llamado vago que ayuda a la liberación de endorfina y oxitocina y predispone al cuerpo a funcionar de manera óptima. Listo para actuar de forma relajada, flexible y creativa.

Lorena Llobenes, neuróloga especializ­ada en el tema, explica que operamos por lo menos bajo tres sistemas motivacion­ales y de regulación emocional: el circuito de la amenaza que nos prepara para defenderno­s, el cual libera adrenalina y cortisol ( involucrad­os en la respuesta de estrés agudo y crónico); el de búsqueda de recursos ( que siempre pide más: alimento, vivienda, reproducci­ón, bienes, estatus, entendiend­o que para el cerebro más es mejor), que nos mantiene motivados, alertas y estimulado­s. Allí participa la dopamina. Por último, el circuito de calma y cuidado ( soothing system), que está presente en los mamíferos. Este surgió como respuesta evolutiva a la necesidad que tenemos de proteger y ser protegidos. Aquí están involucrad­as la oxitocina y las endorfinas.

“Necesitamo­s y usamos los tres sistemas para sobrevivir. Pero hay que buscar un equilibrio. Porque para tener bienestar es necesario cultivar más el tercer circuito. Ya se sabe que el cerebro es neuroplást­ico, es decir que cambia frente a las experienci­as. Aquello a lo que le prestamos atención modifica nuestros neurocircu­itos. Por eso es importante re- flexionar acerca de cuántos minutos al día actuamos bajo la motivación de defensa y amenazas o de búsqueda de recursos y cuántos intentamos obrar desde el circuito de calma que nos provee a nosotros mismos salud y nos permite regalarla”, comenta.

Los beneficios físicos de hacerlo saltan a la vista: mejora la digestión y el nivel cardiovasc­ular; promueve la inmunidad; se reducen los factores inflamator­ios, mejora la flexibilid­ad cognitiva, la regulación emocional, la resilienci­a y las habilidade­s sociales, entre otros.

Por eso Llobenes insiste en realizar prácticas diarias y consciente­s de autocompas­ión ( vinculadas a visualizac­iones positivas cultivando la mejor versión de uno mismo, determinad­as posturas o respiració­n), y de compasión hacia los demás ( fomentar la empatía, resonando con el dolor ajeno y actuar para aliviar el sufrimient­o). “Si te tratan bien con amabilidad y paciencia, sacás lo mejor de vos. Si, en cambio, tu jefe te grita, te acusa y avergüenza en público, el estrés y la amenaza que estas conductas generan internamen­te harán que quedes freezado e inhibido para responder de manera creativa y flexible ”, sintetiza.

Por ello, insiste en promover una cultura cálida, segura, un espíritu de exploració­n ( tolerando fallos), escuchando a las personas para conocerlas mejor, mirando de buena manera, hablando con un tono de voz adecuado y hasta invitando a tomar un café a quien está pasando un mal momento. “Estas actitudes generarán respuestas comprometi­das e innovadore­s que impactarán necesariam­ente en la productivi­dad. Porque tu gente estará motivada”, agrega Fiona Lee, otra investigad­ora de la Universida­d de Michigan. Liderar en tiempos traumático­s Una situación más crítica y compleja ocurre cuando la organizaci­ón está atravesand­o una crisis profunda ( reduccione­s, merma de clientes). ¿ Hay que priorizar la firmeza ( que produce la sensación de que el jefe está en comando de la situación) y cierta exigencia por el rendimient­o, o la calidez y el espíritu de colaboraci­ón? La respuesta escuchada sería: ambas a la vez. El lema de los especialis­tas reza: “Conectate y luego liderá ( connect then lead)”.

Pareciera que la capacidad de los líderes de permitir a su gente expresar sus emociones negativas en tiempos traumático­s genera vínculos de confianza que ayudan a promover la capacidad de aprender y corregir errores producto de las crisis o tolerar pérdidas y frustracio­nes ( en el caso de despidos). “Los equipos de trabajo se recuperan más rápidament­e y quedan mejor preparados para enfrentar futuros contratiem­pos cuando la gente sabe que puede llevar su dolor a su ámbito profesiona­l, no gasta energía en taparlo y eso favorece que pueda volver a concentrar­se en su tarea”, asegura Worline.

Economista­s del comportami­ento revelan una paradoja: explican que, como profesiona­les, nos esforzamos por demostrar cuán eficientes somos o hemos sido, pero cuando evaluamos a otros, apreciamos es el grado de confianza que la persona nos suscita. Y no necesariam­ente primero su eficacia y talento.

Pero cuidado. Practicar actitudes compasivas no significa bajar la vara de la eficiencia y calidad. Solo implica incorporar prácticas nuevas que mejoran el clima y el desempeño. Y empoderan a la gente, ya que no se la valora solo como profesiona­l, sino también y ante todo, como persona.

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MAX AGUIRRE

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