Barenboim unió los mundos del color y del ritmo
STAATSKAPELLE BERLIN
excelente. director. Daniel ★ ★ ★ ★ ★ Barenboim. programa: Imágenes, de Debussy, La consagración de la primavera, de Stravinski. en sala sinfónica del cck.
El último concierto sinfónico del Festival Barenboim no hizo sino confirmar todo lo que se intuía que iba a pasar. Por fuera del romanticismo alemán, con el cual Barenboim y la Staatskapelle Berlin habían maravillado a todos, el milagro se volvió a producir, esta vez, con dos obras completamente disímiles y, paradójicamente, ambas estrenadas en París, en la segunda década del siglo XX. Casi en las antípodas de Wagner y de Brahms, se repitió el éxtasis, ahora, con Imágenes, de Debussy, y con La consagración de la primavera, de Stravinski. En una y otra, Barenboim y la orquesta alemana supieron exactamente qué querían hacer y, una vez más, apelaron a las mejores herramientas para que las ideas se plasmaran en una realización tan impecable como conmovedora.
Imágenes, la última obra orquestal de Debussy, está atravesada por esas búsquedas de timbres y colores que requieren de una lectura en la cual se destaquen los refinamientos y las sutilezas. Con partitura, una auténtica rareza, Barenboim labró, precisamente, todos los timbres y los colores de un modo consumado. De principio a fin, además, no le temió a la exuberancia y se apartó de esa idea tan instalada según la cual el impresionismo es mayormente tenue, como si el asunto fuera, sencillamente, el de tallar en sonidos una pintura etérea y desvanecida de Monet.
Sorpresivamente, la obra no fue presentada en el orden prescripto y luego de “Gigues”, llegó “Rondes de printemps”, en realidad, la última de las tres piezas, lugar que Barenboim le reservó a “Iberia”. Como fuere, Imágenes tuvo una interpretación admirable. El mejor impresionismo musical había tenido lugar. Y después de la pausa, la misma orquesta y el mismo director alcanzaron el mismo nivel de excelencia con una obra en la cual se encuentran en perfecta armonía la barbarie más exquisita y las rispideces más musicales.
La puesta en vida de La consagración de la primavera, también dirigida con partitura, fue sencillamente asombrosa. Complejísima, áspera e indócil, la obra necesita de un director y una orquesta en estado de total concentración. Con partes endemoniadas para la orquesta en su conjunto y para cada uno de los solistas involucrados, la obra sonó apabullante. Si con Brahms Barenboim había reducido sus gestualidades casi a las mínimas indispensables, confiando en los músicos de la orquesta y, al mismo tiempo, dándole la mayor libertad, con La consagración… lució muy activo. En Imágenes, la Staatskapelle Berlin había denotado su tremenda capacidad para la elaboración del detalle y la minucia. Con Stravinski, la orquesta se transformó en una maquinaria contundente de precisiones rigurosas.
La explosión final del público fue clamorosa. Con buen tino, como lo había hecho con los conciertos brahmsianos, Barenboim desoyó los pedidos para que hubiera piezas fuera de programa. Todo había sido dicho y no había lugar para “minucias” que deslucieran la gran construcción. Habrá tiempo de hacer balances y de analizar la significación del Festival Barenboim. Pero es imprescindible hacer notar que los conciertos sinfónicos tuvieron un indudable plus en los programas escogidos y en la elección del lugar de realización. Las sinfonías de Brahms y la alianza Debussy- Stravinski fueron mágicas. Y La Ballena Azul, el gran auditorio de Buenos Aires, aportó no solo su acústica perfecta, sino una arquitectura que permite ver todo lo que acontece sobre el escenario. En nuestra ciudad hemos admirado orquestas tan maravillosas. Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Viena, por ejemplo, estuvieron hace unos meses en el Colón. Sin embargo, Barenboim y la Staatskapelle concitaron muchísima más adhesión y provocaron mayores emociones. Las principales razones habría que buscarlas en los programas presentados y en ese lugar fantástico que es la Sala Sinfónica del CCK.