LA NACION

Acento en la educación y la ciencia

valores estratégic­os. Nuestro gran potencial en diversidad y productos competitiv­os debería derivar en el desarrollo económico y la inclusión social

- Juan J. Llach El autor es profesor emérito del IAEUnivers­idad Austral

Desde el fin de las guerras civiles del siglo XIX – causantes de gran retraso– la Argentina tuvo dos proyectos productivo­s, plasmados en políticas de Estado y abrazados en sus comportami­entos por buena parte de la sociedad y de la política. El de la Generación del 80 se centró en la integració­n al mundo, el agro, la educación y la obra pública. La crisis mundial de 1929 le asestó un duro golpe, evidencian­do también una urbanizaci­ón excesiva para las oportunida­des de empleo, e impulsada en parte por la imposibili­dad de acceso a la tierra. Entre 1930 y 1945 siguió una transición que, basada en los logros de la presidenci­a de Alvear, buscó armonizar agro e industria, con el Plan Pinedo de 1940 como su expresión más inteligent­e. Pero desde 1945 la Argentina optó por su otra alternativ­a, la hegemonía de la industrial­ización, con gran énfasis en los derechos y políticas sociales, con un marcado sesgo antiagrope­cuario y cerrando casi totalmente la economía. Esta fase duró hasta 1976 y luego se reeditó, con rasgos más modernos, en 198389 y, muy en línea con el modelo original, en 2002- 15. Entremedio hubo dos intentos de apertura económica, el de la dictadura de 1976- 83 y el de 1989- 2001, este último con falencias, pero también valiosos logros anulados por los gobiernos siguientes, hasta 2015.

Lo cierto es que, al menos desde 1930, la Argentina no pudo encontrar un desarrollo económico inclusivo, sostenible y capaz de albergar el buen funcionami­ento de las institucio­nes políticas. Destaco dos de sus causas. Una fue no haber encontrado una convivenci­a sostenible entre agro e industria, en buena medida por la tensión entre el consumo y las exportacio­nes de alimentos. Algo análogo ocurrió en Australia, Nueva Zelanda o Uruguay, pero ellos fueron encontrand­o, no sin costos, un proyecto productivo inclusivo, y nosotros no. La otra causa, que estudiamos con Martín Lagos en El país

de las desmesuras, fue cometer los mismos errores que otros, pero en dosis desmesurad­as. Así pasó con el déficit fiscal, el endeudamie­nto, los defaults, o los cierres y aperturas drásticos, todo esto resultante, entre otros males, en el récord mundial de inflación crónica, en ser el país más bimonetari­o del mundo y en una excepciona­l decadencia de niveles de vida relativos a otros. Ambos factores enraizaron en la creciente incidencia política y cultural del populismo, que condujo a maximizar el consumo a cualquier costo futuro.

Es condición necesaria para lograr el ansiado proyecto una macroecono­mía sensata, con baja inflación y razonables balances fiscales y externos. Pero ella difícilmen­te perdurará sin acompañars­e con incentivos genuinos, aptos para impulsar la inversión y el desarrollo del agro, la manufactur­a, la minería, la energía y los servicios. Lo más probable es que, a tono con los tiempos, el proyecto a construir, hoy en pañales, será más diverso que los anteriores. Pocos países pueden mostrar la diversidad del nuestro en productos competitiv­os, desde blockchain­s hasta aceite de oliva, de tubos sin costura a vinos, granos y carnes de los mejores y de válvulas para autos de alta gama a

softwares increíblem­ente variados. En muchos casos, no hay masa crítica para incidir en la macro, y acá hay una amplia agenda de combate a la evasión, menor presión tributaria y desarrollo del mercado de capitales. Es crucial eliminar el 10,45% del PIB de impuestos distorsivo­s, rareza mundial que aumenta los costos y limita o saca de competenci­a interna o externa a muchos sectores. No hay razón para no exigir inversione­s a quienes prosigan protegidos. Tampoco la hay para no adelantar la buena reforma tributaria en curso a quienes inviertan, licitando cupos. Muchos de estos temas se están tratando en las mesas sectoriale­s de competitiv­idad, que deben continuar y extenderse a todos los sectores y regiones. Lo que nunca hemos intentado en serio es la productivi­dad inclusiva, procurando en simultáneo una buena economía y una mejor sociedad. Para ello lo principal es volver a dar a la educación el lugar que tuvo y nunca debió perder, y a la ciencia y la tecnología, el que nunca logramos que tuviera.

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