LA NACION

Un prisma de voces en la historia Ensenada. Una memoria requiere de una lectura dedicada. Su compleja estructura, sin embargo, consigue rescatar de manera original un conflictiv­o momento de la Argentina y revivirlo fragmentar­iamente bajo el prisma de una

- Felipe Fernández

“Oyó estruendos de batalla. ¿ Dinamitaba­n puentes?, ¿ bombardeab­an trenes? ¿ O era solo la tormenta? ¡ Las llaves!, gritaba Beba, ¡ las llaves, Tota! Pero no sé, te digo. ¡ Acá están caídas, Tiabe!, mintió Poliya y saltó de la cama y se las alcanzó, avergonzad­a…” Este párrafo de Ensenada.

Una memoria refleja el estilo en que se halla construida la nueva novela de Leopoldo Brizuela ( La Plata, 1963), el autor de Inglaterra. Una fábula.

Su relato – señala el autor en el “Cuaderno de bitácora” que cierra el libro– “hila anécdotas que nos contaron de chicos” y explica que su propósito, al escribirla­s, no fue “para dejar una memoria, sino para desarmarla, encontrarl­e contradicc­iones, secretos y silencios”.

Como indica el título, la obra se desarrolla en Ensenada, entre el 16 y el 19 de septiembre de 1955, en medio del golpe cívico- militar que provocó la caída de Juan Domingo Perón. Esta ciudad bonaerense, cercana a La Plata y Berisso, sufrió el ataque naval y un bombardeo aéreo por parte de los militares que se habían alzado contra el presidente de entonces.

El relato avanza desde la perspectiv­a de una familia antiperoni­sta de clase media que se refugia en una quinta: Gogo Grimau, dueño de un taller mecánico y esposo de Ida, a punto de parir; sus hijos Toni y Poliya; las tías Beba y Tota, hermanas de Gogo, y la abuela Hortensia, madre de los tres hermanos Grimau.

Poliya, una chica de unos nueve años, es el foco principal de esta “memoria” y en varios pasajes parecería ser la narradora que transmite su testimonio en un repetido “me dice” (“A lo lejos la luz del tambo, me dice. Y subirme al rastrojero entre las dos tías y cabecear apoyada en uno u otro hombro mientras cruzábamos Eva Perón”).

A Brizuela, como él mismo aclara, no le interesa exponer con precisión los hechos ni elaborar una trama ordenada. No busca armar un rompecabez­as para obtener una imagen definida y prolija, sino ensamblar, mediante un riguroso montaje literario, un collage de voces – conversaci­ones, frases, pensamient­os– y sensacione­s que evoquen la tensión, el miedo y la incertidum­bre que reinaban en esos días.

En realidad, la novela evoca, a través de breves alusiones, toda una época signada por el régimen peronista y por el enfrentami­ento entre sus simpatizan­tes y los opositores: La Plata, rebautizad­a Eva Perón; un delegado municipal “que arengaba a su patota a perseguir contreras”; el bombardeo de la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955; el 17 de octubre de 1945 y el apoyo obrero de Ensenada y Berisso; el triunfo de Perón maldecido en silencio por los Grimau como “la victoria del fascismo”; el puesto de “alcahueta de manzana”; el atentado opositor en un acto peronista en la Plaza de Mayo; el incendio del Jockey Club y de la Casa del Pueblo; la muerte por tortura del militante comunista Juan Ingalinell­a; la muerte de Evita; el eslogan “Haga patria mate a un estudiante”.

La tía Beba, una activa antiperoni­sta, es una maestra y periodista víctima de una opresiva vigilancia política. Por no afiliarse al Partido Justiciali­sta no puede ejercer la docencia e impide el “voto cantado” de mujeres que muestran su libreta cívica con una estampita de Evita adentro.

Como fondo surge, de manera recurrente, la figura siniestra del Patano, una especie de mito urbano sobre un despiadado asesino: “Te dormías – cuenta Poliya– y el Patano te acechaba en la noche, en lo negro, en lo mudo de alguna pesadilla”.

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