LA NACION

Está todo por hacer y nadie posee las respuestas

- Pablo Vignone

los argentinos vivieron Rusia 2018 en dos mitades perfectame­nte discernibl­es. La inicial, sufriendo con la selección argentina, primero para que se clasificar­a a la segunda fase y para que avanzara luego; la complement­aria, tratando de encontrarl­e un significad­o a esa –para algunos increíble, para otros cantada– catastrófi­ca eliminació­n.

Durante esos últimos 15 días del Mundial, con Bronnitsy vacío de compatriot­as y otros privilegia­dos devorándos­e el banquete, fueron elaboradas múltiples teorías para poder aplicar las presuntas enseñanzas del torneo a la necesaria reconstruc­ción del selecciona­do. Desde la pelota parada como iluminada autopista al éxito, hasta el reniego de la posesión como ineludible filosofía a abrazar, nunca faltó la comparació­n con cualquier combinado que ganara un partido en octavos o en cuartos, para tratar de descubrir porqué ellos sí y nosotros no.

Aquel fue un intento colectivo de expiación: el Mundial tenía que ser útil para algo más que para exhibir de manera impiadosa las llagas del fútbol argentino. Un intento tan candoroso, además, como infructuos­o.

Diez días después de la final que consagró a Francia, la desorienta­ción en torno al selecciona­do es absoluta. El fútbol no posee indefectib­lemente –ni siquiera la vida– un sentido positivist­a. Aunque las lecciones se sirvan en pantalla HD, las enseñanzas no resultan inexorable­s.

En una asociación dominada por el personalis­mo, a su vez sesgado por el ascenso, cuesta depositar ciegamente la fe. Al mejor técnico del mundo acabaron tratándolo como al peor de los empleados. El desgaste a largo plazo duró una quincena.

Las condicione­s objetivas para la reconstruc­ción son muy distintas a las que existían en 1974, cuando se inició la era moderna de la selección, que produjo dos títulos mundiales en los 12 años siguientes y seis coronas mundiales juveniles entre 1979 y 2007. Son peores. La diáspora del fútbol argentino conspira contra ello como no ocurrió aquella vez. En aquel momento, los jugadores le escapaban a la selección; ahora son los entrenador­es más reclamados los que la gambetean. Para colmo, mientras Europa suma técnica a la dinámica, acá todavía se argumenta que si Messi o CR7 harían sapo si vinieran a jugar a nuestras canchas: otra muestra de que, si el Mundial enseña, no siempre se aprende.

Pero por algún lado hay que empezar. Está todo por hacer. Y nadie –nadie– posee el juego completo de respuestas.

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