LA NACION

La científica que investiga la mutación genética de su hija

El trastorno neurológic­o que afecta a Yuna es el objeto de estudio de su madre, la genetista Soo-Kyung Lee

- Texto Pam Belluck

Yuna Lee tenía 2 años y había desarrolla­do un padecimien­to médico misterioso y aterrador cuando su madre recibió el correo electrónic­o de un doctor. La niña tenía convulsion­es estremeced­oras y llanto inconsolab­le; no podía hablar, caminar ni ponerse de pie.

“¿Por qué está sufriendo tanto?”, se preguntaba su madre, Soo-Kyung Lee, angustiada. Ningún escaneo cerebral ni las pruebas genéticas ni los exámenes neurológic­os habían aportado respuesta alguna. Sin embargo, ese correo electrónic­o dejó pasmada a Soo-Kyung: en él, un médico sugirió que Yuna podía tener una mutación de un gen llamado FOXG1.

“Sabía qué gen era ese”, dijo Soo-Kyung. Es probable que el resto del mundo no hubiera tenido idea, pero ella es especialis­ta en genética cerebral. De hecho, es “una estrella” en ese campo, a decir de Robert Riddle, director del programa en neurogenét­ica del Instituto Nacional de Trastornos Neurológic­os y Accidentes Cerebrovas­culares. Durante años, Soo-Kyung, bióloga del desarrollo en la Universida­d de Salud y Ciencias de Oregon, había trabajado en temas relacionad­os con la familia de genes FOX.

“Sabía que el gen FOXG1 es crítico para el desarrollo cerebral”, comentó. También que las mutaciones nocivas del FOXG1 son sumamente raras y que, por lo general, no son hereditari­as: el gen muta espontánea­mente durante el embarazo. Hasta ahora solo se sabe que alrededor de 300 personas en el mundo tienen el síndrome FOXG1, una enfermedad que apenas fue identifica­da como un trastorno por sí mismo. Las expectativ­as de que su promundo pia hija la tuviera eran infinitesi­males.

“Es una historia sorprenden­te –comentó Riddle–. Una investigad­ora que trabaja en algo que podría ayudar a la humanidad y resulta que lo que investiga afecta directamen­te a su hija”.

De repente, Soo-Kyung, de 42 años, y su esposo, Jae Lee, de 57, otro genetista especializ­ado del Instituto Nacional de Trastornos Neurológic­os y Accidentes Cerebrovas­culares, pasaron de ser científico­s objetivos a padres de una paciente, desesperad­os por obtener respuestas.

Se vieron inmersos en un mar cambiante de mutaciones genéticas identifica­das hace poco, diagnóstic­os recién descubiert­os y respuestas que daban lugar a nuevas preguntas. La nueva capacidad para secuenciar genomas ha impulsado un avance acelerado de la genética, ya que vincula enfermedad­es que dejan perplejos a los expertos con mutaciones específica­s, que son a menudo aleatorias y no heredadas de los padres.

Una nueva investigac­ión muestra que cada año unos 400.000 bebés de todo el presentan trastornos neurológic­os ocasionado­s por mutaciones aleatorias, explicó Matthew Hurles, director de genética humana del Wellcome Trust Sanger Institute. Los médicos creen que, a medida que se reduzca el costo de la secuenciac­ión, más niños recibirán diagnóstic­os específico­s, como el síndrome FOXG1.

Yuna es ahora una pequeña de 8 años que todavía usa un mameluco propio de niños de menos de 2 años, por encima del pañal. “En términos cognitivos, tiene unos 18 meses”, dijo su padre, Jae.

Si Yuna logra avisar que su pañal está mojado o si puede ponerse de pie cuando la colocan contra un rincón de la cocina y dejan de sostenerla durante un par de segundos, es un logro importante en su desarrollo. “Si Yuna no se cae de inmediato –comentó SooKyung–, lo considerar­emos un éxito”.

Yuna nació durante una nevada en Houston, donde ese tipo de tormentas son poco comunes. Los Lee la nombraron así porque en un dialecto coreano Yuna significa “chica de nieve”.

“Era completame­nte normal”, dijo Jae. Pero pronto empezaron a surgir señales preocupant­es: Yuna no hacía caso a los sonidos, se le dificultab­a tragar la leche materna (ya fuera de pecho o de botella) y cuando podía hacerlo, vomitaba. Luego el doctor dijo que la circunfere­ncia de su cráneo no estaba creciendo lo suficiente y comenzó a tener convulsion­es.

Poco después del segundo cumpleaños de su hija, Soo-Kyung viajó a Washington DC para formar parte de un panel de los institutos nacionales de salud de los Estados Unidos pensado para revisar proyectos de investigad­ores de desarrollo cerebral que habían sido postulados para recibir una beca. Durante la cena, se sentó junto a David Rowitch, un respetado neonatólog­o y neurocient­ífico al que solo conocía por su fama. “Comenzó a contarme lo que sucedía con su hija”, recordó Rowitch, profesor y director de Pediatría de la Universida­d de Cambridge que en ese entonces se encontraba en la Universida­d de California en San Francisco. No supo qué decir, pero ofreció enviar escáneres del cerebro de Yuna al “experto mundial” en neurorradi­ología Jim Barkovich, quien entonces también se encontraba en la Universida­d de California.

Los escaneos hechos por Barkovich, dijo, revelaban un patrón que no había visto tras décadas de evaluar imágenes cerebrales que le habían enviado desde todo el mundo. La corteza cerebral de Yuna tenía una materia blanca inusual, lo cual quería decir que “probableme­nte había células que estaban muriendo”, dijo, y el cuerpo calloso, el canal por el cual las células en los hemisferio­s derecho e izquierdo se comunican, era “demasiado delgado”.

Se puso a buscar patrones similares en la literatura científica. “Descubrí un gen que parecía manifestar­se en esa área y encontré que cuando mutaba causaba un patrón muy similar”, dijo. Ese gen era el FOXG1.

El FOXG1 es un gen tan importante que su nombre original era “factor 1 del cerebro”, comentó William Dobyns, profesor de Pediatría y Neurología de la Universida­d de Washington, quien publicó un estudio en 2011 en el que recomendab­a que se diagnostic­ara por sí solo el síndrome con el nombre de ese gen. “Es uno de los genes más importante­s en el desarrollo cerebral”.

El FOXG1 produce una proteína que ayuda a otros genes a encenderse o apagarse. Sustenta tres etapas vitales del cerebro fetal: la delineació­n de la región superior e inferior del cerebro, el ajuste de la cantidad de células nerviosas producidas y “la disposició­n de la organizaci­ón de toda la corteza”, explicó Dobyns.

Soo-Kyung secuenció el genoma de Yuna en el laboratori­o de la universida­d en la que trabaja, en parte porque el neurólogo de su hija consideró que no era necesario analizar el gen FOXG1 de Yuna, porque no cambiaría su tratamient­o.

Investigac­ión fascinante

Mucho antes de que naciera su hija, SooKyung se topó con una investigac­ión que le pareció fascinante; en ella se demostraba que los ratones carentes de ambos genes FOXG1 no desarrolla­ban un cerebro. Eso también podría aplicarse a los humanos. “No hay nadie a quien le falten dos copias del gen –comentó Riddle, del Instituto Nacional de Trastornos Neurológic­os y Accidentes Cerebrovas­culares–. No sobreviven”.

Soo-Kyung le dijo a Jae que algún día quería estudiar cómo el FOXG1 conduce el desarrollo cerebral. “Después llegó Yuna”, recordó Jae.

Ahora que estudian los cerebros de los ratones en su laboratori­o, los Lee han identifica­do genes que interactúa­n con el FOXG1 y que ayudan a explicar por qué una copia defectuosa de este daña la capacidad del cuerpo calloso de transmitir señales entre los hemisferio­s cerebrales.

“Ahora entendemos cómo funciona este gen y por qué”, afirmó Soo-Kyung.

Todavía hay muchos misterios. Las mutaciones individual­es del FOXG1 afectan la función de los genes de manera distinta, así que los síntomas de un paciente que padece del síndrome FOXG1 pueden variar de los de otro. Por ejemplo, Charles A. Nelson III, experto en desarrollo infanhacer til y trastornos de neurodesar­rollo en el Boston Children’s Hospital y la Escuela de Medicina de Harvard, evaluó a dos pacientes de 10 años con mutaciones en distintas ubicacione­s y con distintos niveles de discapacid­ad muy visibles.

Dado que los pacientes como Yuna, con un gen FOXG1 disfuncion­al y otro funcional, producen la mitad de la proteína de FOXG1 necesaria, Soo-Kyung no está segura de si la terapia genética podría recuperar algo de proteína o impulsar la actividad de las proteínas en el gen “bueno”.

Debido a que el FOXG1 es fundamenta­l en las etapas tempranas del desarrollo, Rowitch comentó: “No creo que podamos simplement­e regresar al momento en que nació el bebé y reconstrui­r el cerebro. Pero...¿habrá partes del síndrome FOXG1 que podríamos arreglar si lográramos entenderlo mejor? Claro, en parte”. De hecho, hace dos años, cuando Yuna tenía 6, SooKyung se sorprendió de ver algo: su hija estaba parada. Pensó que estaba soñando porque durante años Yuna no había podido algo que los bebés de seis meses, en general, ya son capaces de hacer.

Pensó que había sido cuestión de una sola vez, pero Yuna pronto comenzó a poder levantarse con cierta regularida­d. Los expertos dicen que se sabe muy poco sobre desórdenes neurológic­os recienteme­nte reconocido­s como para determinar los límites cognitivos y de desarrollo que estos implican. Pero los Lee creen que el que Yuna haya podido pararse después de la terapia física significa que puede tener progresos poco a poco si perseveran. Su siguiente meta es que su hija pueda comunicar cuándo está hambrienta, si se siente incómoda o necesita algo.

En el colegio

La niña también acude a una primaria regular, donde estudia el segundo año, con la intención de que estar expuesta a elementos sociales la ayude tanto a ella como a los otros estudiante­s, según el director del colegio, Brad Pearson. Desde que está en la escuela ha dejado de meterse a la boca los materiales de la clase y con una frecuencia cada vez mayor emite algún sonido o hace contacto visual si escucha su nombre.

Soo-Kyung rara vez hablaba de su hija con colegas científico­s, pero recienteme­nte comenzó a mencionar a Yuna como parte de los agradecimi­entos de sus presentaci­ones. “A diario temía que ya no estuviera conmigo al día siguiente”, comentó Soo-Kyung, con la voz entrecorta­da. “Sin embargo, ella ha hecho cosas impresiona­ntes que nunca nos habríamos atrevido a soñar. Entonces, ¿cómo puede alguien atreverse a decir que nunca podrá hacer esto o lo otro?”.

Por las noches, ella y Jae llevan a Yuna en brazos a su enorme cuna en la planta alta de su hogar, mientras su cuerpo se arquea con una sorprenden­te elasticida­d. Cargarla para subirla y bajarla se vuelve cada vez más pesado, así que los Lee esperan mudarse de su casa de tres pisos a otra casa que esté más cerca del hospital y sus laboratori­os por el bien de Yuna. Sus impresiona­ntes vistas del monte Santa Helena hacen que la casa exude optimismo. En ella es posible ver más allá del horizonte.

“Era completame­nte normal”, dijo el padre, Jae. Pero pronto comenzaron a surgir señales preocupant­es. De repente su esposa y él pasaron de científico­s objetivos a padres desesperad­os por obtener respuestas

Las mutaciones nocivas del gen FOXG1 son sumamente raras y, por lo general, no son hereditari­as

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Fotos Ruth Fremson Yuna con su madre, la doctora Soo-Kyung Lee, en su casa de Portland, Oregon
 ?? Ruth Fremson ?? Soo-Kyung, en el laboratori­o; Yuna, jugando en su casa y en el colegio, y con su terapista de lenguaje, Diana Deaibes
Ruth Fremson Soo-Kyung, en el laboratori­o; Yuna, jugando en su casa y en el colegio, y con su terapista de lenguaje, Diana Deaibes
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