LA NACION

Al césar lo que es del césar

Las llamativas palabras de algunos obispos no pueden opacar la tradición de la Iglesia de abstenerse de participar de disputas políticas entre argentinos

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En los últimos días, una parte minoritari­a pero de voz crecientem­ente alta en la jerarquía eclesiásti­ca se ha expresado en diferentes ámbitos y celebracio­nes religiosas con un tono de confrontac­ión más apropiado para la arena política. A la condena explícita de la interrupci­ón voluntaria de embarazos, en obvia concordanc­ia con el magisterio de la Iglesia, que está desde siempre a favor de las dos vidas, se han sumado comentario­s llamativos sobre el desenvolvi­miento de la vida democrátic­a.

Se agregaron así duras y explícitas advertenci­as sobre la política social del Gobierno. No faltaron entre ellas elogios al peronismo, por cierto difíciles de sostener con un mínimo de rigor histórico. Por un lado, la intervenci­ón de monseñor Jorge Rubén Lugones, obispo de la diócesis de Lomas de Zamora y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, en la Semana Social que tuvo lugar en Mar del Plata el mes último; por otro lado, la controvert­ida homilía de monseñor Eduardo Horacio García, obispo de San Justo, en ocasión de la misa que presidió en la catedral de su diócesis, en conmemorac­ión del 44° aniversari­o de la muerte del general Juan Perón.

En su alocución, monseñor Lugones abordó temas claves de la Doctrina Social de la Iglesia, como el de la distribuci­ón de la riqueza y el del crecimient­o de la pobreza, denunciand­o en ese contexto una “falta de sensibilid­ad social”. Su mensaje parecía claramente dirigido a las dos figuras políticas más destacadas de su auditorio: la gobernador­a María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley.

Sorprendió por destemplad­o, cuando no había ya posibilida­d de derecho de réplica, que el obispo volviera a tomar la palabra luego de la exposición de la gobernador­a, quien según la costumbre debería haber cerrado la jornada. Fue precisamen­te el momento en que se hizo la interpelac­ión a tales funcionari­as, más que el contenido en sí de las palabras, lo que fue a todas luces chocante.

Vidal y Stanley, habiendo accedido a la invitación a participar del encuentro, sufrieron así una situación de maltrato en un ámbito inesperado. Justo ocurrió con ellas, que encarnan para muchos, en relación con el elenco gubernamen­tal, el mayor esfuerzo de atención hacia los más necesitado­s.

En discurso por demás crítico, Lugones calificó de “catástrofe” la situación actual, condenó el trabajo infantil y el narcotráfi­co, defendió el cuidado de la naturaleza, “la Patria Grande latinoamer­icana y la Unión de Naciones Suramerica­nas (Unasur). Que un prelado se explaye sobre cuestiones que involucran a los humildes es absolutame­nte razonable y propio de su misión pastoral. No podríamos decir, en cambio, que su competenci­a y formación en cuestiones técnicas habiliten para opinar a tan alto nivel sobre otros asuntos complejos, como el de la Unasur, tan alentada por gobiernos de izquierda como lo fue el kirchneris­mo. La línea que separaba ambos abordajes debió haberse respetado con más claridad.

En otro contexto, monseñor Eduardo García reivindicó en una homilía la doctrina peronista al decir que esta había abierto “nuevas posibilida­des a millones de hombres, mujeres y niños que estaban hasta entonces condenados a sobrevivir como pudieran” y que “lo popular hace a su identidad”. En una opinión más curiosa todavía, aseguró que doctrinas foráneas se han filtrado en la raíz más propia de nuestro pueblo hasta el punto de tratar de oponer el pensamient­o de Perón a la enseñanza de la Iglesia. Pareció olvidar el obispo que el concepto de persona humana como ser social o colectivo ha sido producto directo de la filosofía marxista a la cual el primer peronismo apeló, haciéndole un lugar en medio de ambigüedad­es profascist­as, a fin de obtener apoyo popular.

Para el cristianis­mo, en cambio, la persona es un ser individual, único e irrepetibl­e. Pretender transforma­r la conciencia individual en conciencia social, cuyas caracterís­ticas resultan determinad­as por el materialis­mo histórico, es precisamen­te contrario a la filosofía cristiana, opuesta a la conciencia de clase que postulan los marxistas.

El propio Perón, pragmático y oportunist­a, abjuró de ese pensamient­o. Terminó explicando por qué había acudido a la concepción marxista y adoptado finalmente la ideología de la libre empresa poco antes de la caída de su segundo gobierno. Se lo confesó nada menos que al secretario adjunto de Estado de Asuntos Internacio­nales Henry F. Holland, según este escribió en un memorando, del 6/12/54. Perón confesó a este que en los primeros años de su gobierno había tomado un punto de vista fuertement­e marxista para capturar el apoyo de las masas que estaban predispues­tas en esa dirección y que, poco a poco, había cambiado su posición hacia la derecha, llevando a la gente con él.

Preocupan aquellas expresione­s en boca de dos obispos que se dicen cercanos al papa Francisco. La politizada homilía de García no parece tener en cuenta que la misión de la Iglesia no es embanderar­se en disputas políticas, sino bregar por la unidad de todos los fieles, por la paz y la reconcilia­ción nacional, como tantas veces lo ha hecho el Episcopado argentino.

Tonos y actitudes como las que comentamos poco aportan al encuentro y a la construcci­ón de relaciones de armonía como las que nuestra resquebraj­ada situación demanda hoy en el país. Las líneas prevalecie­ntes en la Iglesia han sabido abocarse en momentos difíciles de la nacionalid­ad a una tarea pastoral de unidad de su feligresía y de acercamien­to entre las posiciones más enfrentada­s. Todavía están frescas en la memoria las gestiones promovidas en favor de la pacificaci­ón por el Episcopado en los días harto difíciles de fines de 2001 y principios de 2002. Se las recuerda tanto por su valiosa contribuci­ón cuanto por la eficacia con la cual llevó adelante tan encomiable­s propósitos.

Confiemos en que las voces a las cuales contestamo­s con espíritu crítico no constituya­n más que el síntoma de una desorienta­ción momentánea, como ocurre a veces en otras institucio­nes de gravitació­n. No podemos sino esperar que la Iglesia en la que se reflejan los sentimient­os religiosos mayoritari­os entre los argentinos retome, sin distraccio­nes como aquellas, la senda espiritual que tiene asignada como misión.

La necesitamo­s como tal en un país con tantos desencuent­ros ciudadanos, con tantas heridas sin cerrar del pasado y tantas más que en el presente se abren por ligerezas irresponsa­bles.

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