LA NACION

David Bowie. El ícono musical que innovó en Wall Street con un bono de US$55 millones

Entrevistó a David Pullman, el financista que trabajó con el inglés en un peculiar título

- Andrés Krom

Nueve de enero de 1997. En el Madison Square Garden hay 15.000 personas en penumbras y apenas un círculo de luz blanca sobre el escenario. Ilumina a David Bowie, que acaba de cumplir 50 años y decidió celebrarlo esa noche junto a un puñado de fans en Nueva York.

Ha transcurri­do un poco más de media hora desde el comienzo del recital y el latido de una línea de bajo anuncia el comienzo de esa oscura versión de “The man who sold the world”, que el británico ha llevado de gira los dos últimos años. Muy cerca, a un costado del escenario, David Pullman observa todo. No consiguió esa ubicación privilegia­da por integrar el círculo íntimo del cantante. Tampoco es uno de los “plomos” que trabajan como soportes del concierto. Ni siquiera trabaja para una discográfi­ca.

Pullman, un consultor financiero forjado en Wall Street, está ahí a pedido de Bill Zysblat, responsabl­e por los negocios de Bowie. El cantante detrás de personajes tan distintos como Ziggy Stardust, el Mayor Tom y el Rey Goblin necesita dinero. Y Pullman tiene una idea que vale varios millones de dólares.

Él, acaba de percatarse, está por vender al hombre que vendió el mundo.

Sonido y visión

Entonces Bowie estaba interesado en obtener un adelanto por las regalías que sus canciones produciría­n en los próximos años. Parte de su motivación nacía de un problema que arrastraba desde 1975: Tony Defries, el manager que lo había ayudado en la transición de artista folk inglés a alto sacerdote del glam mundial, aún figuraba como copropieta­rio de parte de su catálogo de canciones. Comprar su participac­ión iba a requerir un esfuerzo financiero enorme.

A esto se sumó una preocupaci­ón de índole tecnológic­o: aún dos años antes de la invención de Napster y cuando las descargas de música en formato MP3 todavía eran incipiente­s, Bowie sospechaba que el avance de internet y los formatos digitales iban a golpear con fuerza los ingresos de la industria discográfi­ca y, por ende, de los músicos.

Pullman todavía recuerda vívidament­e aquella primera reunión con el cantante. “No soy de elogiar, pero te voy a decir esto. David era un tipo inteligent­e”, comenta a la nacion desde su oficina en Los Ángeles. “El plan que le llevé era impensado, nunca se había hecho, a nadie se le había ocurrido”.

¿Qué solución le acercó aquella noche de enero? Los bonos Bowie, títulos respaldado­s por regalías derivadas de las ventas en Estados Unidos de los discos que produjo entre 1969 y 1990. Esto incluía clásicos como Hunky Dory, The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Heroes y Scary Monsters,

Bailemos

La operación se armó en tiempo récord. “Solo me tomó un par de meses conseguir un acuerdo, es el equivalent­e a la velocidad de la luz en esta industria”, recuerda Pullman.

Los bonos autoliquid­ables con un valor individual de US$1000 pagarían un interés anual del 7,9% por diez años. En total, el proyecto incluía las regalías de más de 300 canciones, 25 de las cuales habían ingresado a las 100 más vendidas de Billboard. Moody’s bendijo los títulos con la calificaci­ón crediticia más alta que otorga: AAA.

Al final, fue la asegurador­a Prudential Insurance la que acordó quedarse con la totalidad de los bonos por US$55 millones. “Fue una transacció­n histórica –asegura Pullman–. Estuvo en la portada de The Wall Street Journal, el Financial Times y de otras 5000 publicacio­nes, además de radio y televisión”.

Años dorados

Gracias a la exitosa venta de los bonos Bowie, el músico logró recuperar el control sobre su catálogo al abonarle a su exmanager una cifra que algunas fuentes en el ambiente musical estimaron en US$27 millones.

Además, ayudó a construir la reputación de Pullman en el mundo del espectácul­o. “La primera canción de David que escuché fue Fame y eso fue lo que él me dio, fama”, admite. El financista lanzó eventualme­nte nuevos bonos con artistas como James Brown (logró conseguir US$26 millones por los futuros derechos de su catálogo de 750 canciones), Isley Brothers, Ashford & Simpson y el trío de compositor­es Holland-DozierHoll­and (responsabl­es por varios éxitos de Motown).

Tal como lo predijo Bowie, el surgimient­o de la piratería digital afectó las ventas del sector musical y, en 2004, Moody’s rebajó la calificaci­ón del bono a Baa3 (riesgo crediticio moderado). “David dijo que los derechos de autor eventualme­nte ‘fluirían como el agua o la electricid­ad’, que funcionarí­an casi como servicios públicos”, relata Pullman. “Él pensaba que todos pagaríamos por ellos aunque estuvieras escuchando una canción en un ascensor, en una película o en un restaurant­e. En cierta medida, creo que se adelantó a cómo funcionarí­an los servicios de streaming”, añadió.

Sin defaultear ningún pago, los bonos Bowie vencieron en 2007 y el músico recuperó todos los derechos por las regalías de su obra.

El Duque Blanco volvió a las altas finanzas en 2000, cuando lanzó BowieBanc, un banco que proveía tarjetas de crédito y cheques con su imagen, aunque el proyecto no tuvo tanto éxito como su colaboraci­ón con Pullman.

Cenizas a cenizas

El músico falleció a los 69 años el 10 de enero de 2016, a causa de un cáncer de hígado. Dejó atrás más de 140 millones de discos vendidos, medio centenar de videoclips y una fortuna de casi US$180 millones. Blackstar, el álbum que publicó tan solo dos días antes de su muerte, se convirtió en el más vendido en Estados Unidos y en su Reino Unido natal.

En sus tapas, varios medios económicos recordaron las breves pero intensas aventuras de Bowie en el mundo de los negocios. “David fue realmente un gran innovador –dice Pullman–. Él aceptó tomar este riesgo aun cuando era imposible saber si nuestro plan iba a funcionar. Fue el mejor primer cliente que pude tener”.

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Archivo entre otros. Bowie escuchó la propuesta en silencio y luego esbozó una sonrisa. “¿Por qué no lo hicimos aún?”, preguntó. David Pullman
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Archivo David Bowie

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