LA NACION

La necesaria redefinici­ón de las Fuerzas Armadas

Los cambios en la naturaleza de los conflictos que enfrenta hoy el mundo y la amenaza narcoterro­rista obligan a dejar de lado perimidos prejuicios ideológico­s

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La decisión presidenci­al de que las Fuerzas Armadas tengan un papel más activo en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfi­co va en línea con una radical transforma­ción de los conflictos que debe enfrentar el mundo de hoy.

En efecto, las guerras convencion­ales entre Estados, caracterís­ticas de la mayoría de los conflictos armados del pasado, han venido cediendo paso a los ataques a cargo de organizaci­ones no estatales por motivos religiosos, tráfico de armas o narcotráfi­co. El terrorismo ha sido uno de los factores distintivo­s de muchos de estos crímenes, y un rasgo de este es la sorpresa y la escasa capacidad de anticipaci­ón de los Estados para prevenir sus ataques.

Nuestro país ha acuñado la doctrina según la cual las Fuerzas Armadas no pueden intervenir en cuestiones de seguridad interior y solo pueden hacerlo en materia de defensa nacional, frente a una agresión exterior. Sin embargo, distintos especialis­tas, tanto extranjero­s como de nuestro medio, coinciden en que la respuesta a una agresión no depende en la actualidad de la localizaci­ón geográfica del agresor o de sus caracterís­ticas, sino de la potenciali­dad del daño que podría producir en función de los elementos destructiv­os de los que está dotado.

Ya no es fundamenta­l si el agresor es interno o externo ni si pertenece a un grupo de fanáticos religiosos o de traficante­s de armas o drogas. Lo que debe importar es que si una banda de narcotrafi­cantes emplea armas de muy grueso calibre para lograr su objetivo, no alcanzará con reprimirlo­s con efectivos policiales provistos de gases lacrimógen­os; por el contrario, equivaldrí­a a mandar a la muerte a los integrante­s de esa fuerza de seguridad.

La distinción entre defensa y seguridad se ha tornado cada vez más lábil. Es así como en países de Europa resulta cada vez más frecuente ver tropas del Ejército custodiand­o la seguridad de las personas en las calles o en templos que puedan ser blanco de ataques terrorista­s.

Pretender que nuestras Fuerzas Armadas sigan estando limitadas a enfrentar agresiones externas ejecutadas exclusivam­ente por otros Estados es desconocer las particular­idades de los conflictos armados modernos.

No hace falta recordar el sufrimient­o que aún embarga a los argentinos por los abominable­s atentados contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA, con el agravante de que ambos crímenes se encuentran impunes. El actual desafío que plantean el terrorismo internacio­nal y el narcotráfi­co da cuenta también de la importanci­a de que los servicios de inteligenc­ia de las tres fuerzas armadas de la Argentina sean convocadas para labores de prevención.

Un decreto del gobierno kirchneris­ta que data del año 2006, reglamenta­rio de la ley de defensa nacional sancionada en 1988, veda a las Fuerzas Armadas intervenir en la lucha contra el terrorismo. Se trata de una prohibició­n que ni siquiera la mencionada ley establece y una limitación que ni los legislador­es plantearon en su momento.

La modificaci­ón de aquel decreto por otro que deje de lado la concepción que delimita absurdamen­te la “agresión externa” a la de otro Estado, como lo ha propuesto el gobierno de Macri, es perfectame­nte legal.

Sectores de la oposición han puesto el grito en el cielo frente a esta alternativ­a, fundándose en prejuicios paranoicos propios de vetustas concepcion­es ideológica­s de la izquierda vernácula, antes que en el realismo que imponen los cambios globales en materia de defensa nacional.

Más de una vez hemos señalado en estas columnas que la lucha contra el narcoterro­rismo no admite dilaciones como las que sufrió el país en la última década y que permitiero­n el avance de este flagelo en vastas zonas de nuestro territorio nacional. La Argentina debe encarar como correspond­e este desafío antes de que sea demasiado tarde.

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