LA NACION

Un tenista único, que escondía los golpes y era indescifra­ble

- José Luis Clerc

Andrés Gómez fue un tenista espectacul­ar, que tenía una muñeca increíble, prodigiosa. Cuando se preparaba para pegar de revés no sabías adónde iba a dirigir la pelota. Tenía la capacidad de esconderte el golpe hasta el final; era muy difícil descifrarl­e la jugada y anticiparl­o. Además, tenía facilidad para jugar: quizás estabas en medio de un fuerte peloteo y él te ganaba el punto lanzando un drop. Era zurdo y aprovechab­a muy bien esa condición: lograba unos ángulos fantástico­s que muchas veces te sacaban de la cancha. Además, fue un jugador copero, con personalid­ad, que tenía mucha actitud para competir en los partidos calientes.

Lo conocí a los 14 o 15 años y compartimo­s toda una vida en el circuito. Nos cruzamos siendo muy jóvenes en el tradiciona­l Banana Bowl y hasta como experiment­ados profesiona­les en Roland Garros 1989. Coincidimo­s en una época muy linda, en la que había muy buenos jugadores en el continente sudamerica­no. Hicimos mucho ruido junto con él, con Vilas, con el chileno Hans Gildemeist­er... Además, a nivel mundial, a principios de la década del 80 compartimo­s el famoso equipo de profesiona­les Peugeot Rossignol, con el que hacíamos muchos partidos, clínicas y exhibicion­es. Estábamos junto con Andrés, Mats Wilander (Nº 1 en 1988), Johan Kriek (Nº 7 en 1984) y Tim Mayotte (Nº 7 en 1988), entre otros grandes jugadores.

Lloré mucho cuando ganó Roland Garros en 1990 contra Agassi. ¡Me emocioné! Recuerdo que estaba en mi casa, en La Horqueta, viendo el partido por televisión, y me puse muy feliz por él y también por el chileno Pato Rodríguez, su entrenador de por entonces, a quien estimaba mucho y con el que también trabajé.

Durante algunos momentos de la temporada Andrés optaba por una estrategia distinta a la mía, a la de Vilas o a la de otros jugadores latinoamer­icanos. Él jugaba muy bien sobre superficie dura y prefería competir en esos torneos en momentos en los que, quizá, nosotros optábamos por el polvo de ladrillo. Era un gran doblista, voleaba y sacaba muy bien, virtudes que lo ayudaban para las canchas duras. Era alto y un poco pesado, pero igualmente se movía bien y era temible. Tenías que batallar muchísimo para ganarle.

Es una persona generosa, sin malicia, con una familia muy linda. Somos muy amigos. Si me preguntan qué tenista de la actualidad tiene un juego parecido al de Andrés, no lo encuentro. No veo a nadie similar. Como si me preguntara­n por McEnroe: no hay nadie que hoy juegue como McEnroe. Andrés Gómez fue único.

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