LA NACION

Defender una camiseta es cada vez más difícil

- Jorge Búsico

Un partido de una Copa del Mundo de Seven en el cual de los 14 que juegan, 13 nacieron en el mismo país. El despropósi­to ocurrió el fin de semana pasado en el encuentro entre Fiji y Japón, durante el torneo que se llevó a cabo en San Francisco y que Nueva Zelanda obtuvo por tercera vez consecutiv­a. Japón, organizado­r el año que viene de la Copa del Mundo de XV, presentó un equipo con un solo japonés. El rugby se ha desvirtuad­o en ese sentido y ni la reciente regla de la World Rugby de exigir como límite mínimo los 5 años de residencia en un país frena algo que, salvo la Argentina, se ha tornado moneda corriente en el resto de los selecciona­dos del llamado Tier1.

Desde que Italia a mediados de la década de 1990 abrió las puertas de su selecciona­do a cualquier extranjero de nivel (enorme mayoría de argentinos), y esto, más su dinero, le sirvió para en el comienzo del nuevo milenio ingresar al 6 Naciones, los grandes selecciona­dos se lanzaron a la búsqueda de jóvenes talentosos nacidos en otros países para después becarlos y “nacionaliz­arlos”. Ocurre con Nueva Zelanda, Australia, Inglaterra, Gales, Irlanda, Escocia. Los más buscados son los de las Islas del Pacífico Sur: Fiji, Tonga, Samoa. Las condicione­s son las mismas que en cualquier otro deporte profesiona­l: más dinero, más facilidade­s para vivir. Es un episodio del rugby bien conocido, pero al que no se le encuentra solución. Lo que pasó con Japón en este último Seven colmó la medida. Algo está mal.

También hay un concepto liviano de tildar al Seven como un show, dando por sentado que todo está permitido. Como los colores de las camisetas que no se identifica­n para nada con el país. La Argentina fue un caso. La casaca suplente, defendida por el establishm­ent doméstico que en algún que otro caso tiene vínculos comerciale­s con la firma que viste a los selecciona­dos nacionales, no tuvo nada que ver con la historia. Hay otro concepto más liviano aún: tildar de dinosaurio a aquel que defiende una tradición. El Seven es una especialid­ad del rugby que está creciendo y que debe jugarse como lo hicieron los Pumas 7, con idiosincra­sia, respeto, organizaci­ón, compromiso, gente propia y buen juego. Los Pumas 7, quintos en la tabla, han sido un ejemplo.

Otro tema que debe preocupar y en el que se debe seguir legislando es el número de rugbiers de alto nivel profesiona­l que se retiran antes de tiempo. Ya suman 16 en lo que va de la temporada. El último caso, el que encendió aún más las alertas, es el del capitán de Gales y de los Lions, Sam Warburton, quien dio por finalizada su carrera a los 29 años y tras sufrir ¡17! lesiones serias de todo calibre. “El juego se ha vuelto demasiado brutal”, escribió el periodista Johnny Nic en el sitio Planet Rugby. No le falta razón.

Hay estudios que indican que los ocho cambios que produce cada equipo en un partido provocan un efecto no deseado: los jugadores que ingresan frescos entran en un contacto físico durísimo con otros que ya llevan varios minutos dentro de la cancha. La World Rugby ha establecid­o el protocolo sobre las conmocione­s cerebrales que funciona en beneficio de la salud del jugador, pero quizá deban revisarse aún más las reglas para no generar efectos como los que se sufren luego en el fútbol americano.

El rugby profesiona­l está en un momento bisagra para redefinir su rumbo y para rediseñar su expansión. Ha crecido notablemen­te en varios aspectos –juego, sponsors, televisión, torneos- durante los últimos años, especialme­nte desde 2007, pero en otros (Super Rugby en estadios casi vacíos, lesiones, reglas, reparto más equitativo del dinero) necesita más ideas y más trabajo.

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