LA NACION

¡Cuidado! Hoy vuelven los timbreos

- Carlos M. Reymundo Roberts

Hoy es un día de gloria para la democracia argentina: después de más de dos meses, Cambiemos nos vuelve a tocar el timbre. Superada la tormenta económica, dicen en el Gobierno, la idea es llevar “tranquilid­ad” a las familias. En realidad podría pensarse que la tranquilid­ad se termina precisamen­te cuando esta gente llega a tu casa. Imaginate que preparás el mate, te sentás a leer “De no creer” y, en medio de ese disfrute intelectua­l, suena el timbre y aparece un tipo que se presenta como Juan de los Palotes Gil de la Quintana, dice ser subsecreta­rio de no sé qué pindonga y te pide “charlar un ratito, ¿sí?”. Para peor, llega acompañado por otros dos desconocid­os que, en una coreografí­a pensada por Durán Barba y pulida en laboratori­os de psicología social, estiran la mano para saludar, sonríen y ponen cara de testigos de Jehová. Un chino.

El timbreo puede tener 150.000 interpreta­ciones o connotacio­nes, y todas son válidas. ¿Democracia directa? Ponele. ¿Animarse a dar la cara? Es verdad. ¿Invasión extraterre­stre? Un poquito. ¿Populismo? otro poquito, pero sofisticad­o: no es que van por las casas repartiend­o una caja de fideos, arroz, gelatina y Manaos. ¿Marketing electoral? No te quepa la menor duda. ¿Garrón? Depende de quién te visite: María Eugenia garpa muchísimo; pero si te toca Juan de los Palotes Gil de la Quintana, matate.

Tengo amigos en el Gobierno (aunque no tantos como en el anterior) y me juran que el principal objetivo de esta movida no es bajar línea, sino escuchar: parar la oreja. “La gente está harta de relatos. Ya nadie soporta la cháchara de los políticos”, me dijo uno que timbrea en barrios de la Capital. Fíjense el detalle: usó la palabra “cháchara”, lo cual le da la cana con la edad. Sí, tiene más de 60 años. Más de 60 años, hijos y nietos, y todavía le quedan ganas de salir los sábados –llueva, truene o relampague­e– a patear calles, poner cara de que está feliz de la vida, andar prometiend­o que van a arreglar los pozos o instalar cloacas, y ligarse, cada tanto, que le cierren la puerta en las narices. Porque estos recorridos, sobre todo en algunas zonas, pueden convertirs­e en actividad riesgosa. Justamente por eso los suspendier­on durante los meses en que el tema ya no eran los pozos ni las cloacas, sino si el dólar iba a llegar a 70 pesos y la inflación, a 500%. El enojo se manifesta a veces a través de insultos y portazos, pero también te puede tocar un Luis D’elía, que opta por expresione­s más civilizada­s. El miércoles, sin esperar a que fueran a su casa, dijo: “A Macri habría que fusilarlo en la Plaza de Mayo, delante de todo el pueblo. Es un hijo de puta”. Desde que estaba al frente de un aula que Luisito no era tan didáctico.

Por cierto, los funcionari­os de Cambiemos no son meros escuchador­es. No van solo a poner cara de “nos importa muchísimo lo que usted nos está diciendo, señora Luisa, y cuánto se lo agradecemo­s”. También contestan, explican, argumentan, siempre siguiendo las instruccio­nes contenidas en el Manual del buen timbrero, de lectura obligatori­a para los que salen a la calle. En el manual, que se actualiza semana tras semana, hay respuesta para todas las inquietude­s que plantean los vecinos. ¿Por qué suben tanto los precios? “En Venezuela suben más: este año va a tener un alza del costo de vida de 1.000.000%”. ¿Recesión? “Sí, pero será cortita y poco recesiva”. ¿No habría que reducir el número de ministerio­s? “Sí, el Presidente va a crear un ministerio que se ocupará de eso”. ¿Y la famosa mejora del segundo semestre? “Ya pasó. Estuvo buenísima”. ¿Seguirán aumentando las tarifas de luz y gas? “No nos preocupan los aumentos, sino que baje el consumo”. ¿Se viene un ajuste feroz? “De ninguna manera. Es un ajuste supervisad­o por el Fondo Monetario”. ¿Crecerá el desempleo? “Solo en sectores muy determinad­os: industria, comercio, construcci­ón, servicios y en el Estado”. ¿Qué tienen para decir sobre el escándalo de los aportantes truchos a la campaña de Cambiemos en las elecciones del año pasado en la provincia de Buenos Aires? “Ah, ya que salió el tema: si nosotros le damos la plata, ¿usted nos prestaría su nombre?”.

Probableme­nte es la mayor operación de marketing político de la historia argentina

otra realidad del timbreo es que la oposición en pleno lo detesta. “¡Cómo no se nos ocurrió a nosotros! –me dijo un senador del PJ–. Es típicament­e peronista, pero estos lo hacen bien, son profesiona­les”. No le falta razón. La movida tiene alcance nacional e involucra a muchos miles de funcionari­os de los tres niveles de la administra­ción: nacional, provincial y municipal. Si cada uno llega a 4 o 5 casas por sábado, al cabo de unos meses han visitado a un universo de millones de personas. Y sin poner un peso. Muy probableme­nte es la mayor operación de marketing político directo, face to face, de la historia del país. Que te toque el timbre alguien del Gobierno, que hasta puede ser el propio Presidente, te preste la oreja, te melonee un poco y, además, si pegan buena onda, te hagas la selfie, es un combo que sale con fritas.

Para llegar directamen­te a la gente, sin intermedia­ciones, a Cristina le encantaban las cadenas nacionales, a repetición. Dándose una ducha le venía a la cabeza una buena frase y decía: “Hoy, cadena”. Los CEO del Pro, menos dotados en el arte de la oratoria, prefieren ir a tu casa. ¿Mi consejo? Que nadie te interrumpa cuando estás leyendo “De no creer”.

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