LA NACION

El alto costo político de la táctica de pasodoble

- Fareed Zakaria Traducción de Jaime Arrambide

Escuche con atención: ese sonido que se oye en la conferenci­a de prensa conjunta del miércoles pasado entre el presidente norteameri­cano y el titular de la Comisión Europea, Jean-claude Juncker, es Donald Trump desdiciénd­ose otra vez.

La rutina es archiconoc­ida y funciona más o menos así: se arranca insultando sin miramiento­s al otro, a veces con asidero real, pero casi siempre con brutales exageracio­nes. A continuaci­ón, viene la amenaza de consecuenc­ias drásticas. Después llega el encuentro cara a cara con el otro, la marcha atrás y el anuncio triunfal de haber salvado al mundo de una crisis causada en primer lugar por la retórica y las acciones propias. Un pasodoble a la Trump.

pensemos en la actitud del presidente con Corea del Norte. Empezó calificand­o a Kim Jong-un como un “loco al que no le importa hambrear ni matar a su pueblo” y amenazó con “fuego y furia… como nunca se ha visto en el mundo hasta ahora”. resolvió su crisis autogenera­da con concesione­s unilateral­es hacia Kim, con efusivos elogios del “amor” del pueblo norcoreano por su dictador absoluto y hablando de la confianza que él mismo le tiene. Con la Unión Europea (UE), a la que hace apenas unos días tildó de ser “peor que nuestros enemigos”, se repitió el mismo patrón. Y ahora, tras reunirse con Juncker, Trump nos viene a decir que Estados Unidos y la UE “se aman verdaderam­ente”. Que nadie se asombre de una voltereta similar con China en los próximos días.

A Trump esa estrategia le sale gratis, porque su palabra no vale nada. Comienza con lo que en su libro El arte de la negociació­n describió como la “hipérbole verídica” (en contraposi­ción a las numerosas y descaradas falsedades que también dice) y después, cuando alguien lo enfrenta, acomoda su discurso a algo más cercano a la realidad.

No faltan los que afirman que el comportami­ento al parecer impredecib­le y bizarro de Trump en realidad no es más que parte de una estrategia sabia y astuta, una especie de ajedrez en cuatro dimensione­s, que se desarrolla en tiempo y espacio. De ser así, acá en la Tierra le están dando una paliza: en todas esas situacione­s se fue con las manos vacías. Su abordaje habitual es anunciar vaguedades –como lo hizo con Corea del Norte y con las negociacio­nes sobre el comercio con la UE– o algo ya vigente –como la promesa de los miembros de la OTAN de invertir en defensa el 2% de su PBI para 2024–, y atribuírse­lo como una victoria.

pero esas volteretas furibundas tienen un costo. Trump está ganando para Estados Unidos una reputación de país errático, impredecib­le, poco fiable y básicament­e hostil al orden mundial. No hay líder europeo que no lo diga. George Osborne me dijo que cuando él era ministro de Finanzas de Gran Bretaña, uno podía contar con que “Estados Unidos te cuidaba las espaldas”. Hoy ni Gran Bretaña ni ningún otro país puede contar con eso. Como dice Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo: “Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos?… Nos dimos cuenta de que si uno precisa una mano, la tiene que buscar al final de su propio brazo”.

El economista Adam posen señala que los países ahora esquivan a Estados Unidos y están construyen­do una “economía mundial posnorteam­ericana”. Eso se puede ver en la oleada de acuerdos comerciale­s que no incluyen a Estados Unidos, desde el Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica, que el país no firmó, hasta el acuerdo comercial que la UE acaba de sellar con Japón. Y hay muchos otros en proceso de negociació­n.

Según posen, el indicador más importante de que el mundo marginó a Estados Unidos es la caída de las inversione­s extranjera­s. Quizá parte de ello se deba a una tendencia a largo plazo: hay otros países que están creciendo más rápido que Estados Unidos. pero durante décadas, esa tendencia se contrarres­taba con otra realidad: la de que entre las naciones ricas del planeta, Estados Unidos era la única que tenía buenas previsione­s de crecimient­o asociadas con políticas promercado, estables y predecible­s. Los ataques de Trump contra el comercio internacio­nal y contra sus aliados, y la desconfian­za que inspira, pintan más bien el retrato de un país bananero gobernado por un caudillo.

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