LA NACION

Balduino de Bélgica y Tabaré Vázquez frente al aborto

- Alberto Rodríguez Varela

Balduino de Bélgica, fallecido el 18 de julio de 1993, fue un rey ejemplar. Un hombre intachable, de profunda espiritual­idad, amado por sus súbditos valones y flamencos, y respetado por todos. Con su esposa, Fabiola de Mora y Aragón, dieron un ejemplo permanente de servicio al prójimo, particular­mente a los más necesitado­s. Nunca estuvieron vinculados a las exterioriz­aciones de frivolidad y decadencia que lamentable­mente han manchado la reputación de otros príncipes europeos. Fueron siempre de vida austera, consciente­s de la enorme responsabi­lidad que tenían como cabezas de su Nación.

El 5 de abril de 1990 el Parlamento Belga, con el voto de los legislador­es socialista­s y liberales, y con la oposición de los demócratas cristianos, legalizó el aborto provocado en un texto muy permisivo, que incluso autorizó a practicarl­o en caso de diagnostic­arse una enfermedad grave en el niño por nacer.

Balduino, que había celebrado el fracaso de quince proyectos anteriores presentado­s a partir de 1973, frente al nuevo ordenamien­to adoptó una posición firme. No tenía atribucion­es constituci­onales para vetarlo, pero prefirió abdicar antes que promulgarl­o.

El mismo 5 de abril envió una comunicaci­ón al Parlamento en la que le notificó su decisión de no convalidar una ley que consagraba “una sensible mengua del derecho a la vida de los más débiles”. Agregó que el texto le suscitaba “graves problemas de conciencia”, advirtiend­o al Parlamento sobre el agravio que la ley significab­a para los minusválid­os y sus familias. “Comprender­án –les dijo a los legislador­es– por qué no puedo asociarme a esta ley, pues firmándola asumiría una inevitable correspons­abilidad. Al actuar así, no he elegido una vía fácil. Sé que corro el riesgo de no ser comprendid­o por una parte del pueblo, pero ese era el único camino que podía seguir según mi conciencia”.

Balduino concluyó su impresiona­nte alegato con dos interrogan­tes medulares: ¿Sería lógico que yo sea el único ciudadano belga que se ve forzado a actuar contra su conciencia en una materia esencial? ¿Acaso la libertad de conciencia sirve para todos salvo para el rey?

La actitud de Balduino guardó coherencia con el testimonio de príncipe observante de sus conviccion­es morales que dio a lo largo de toda su vida. Pocos meses antes de sancionars­e la ley de aborto, había expresado en su mensaje a las Cámaras su preocupaci­ón por preservar la vida de todo niño, “tanto antes como después de su nacimiento”.

No perdió la adhesión de sus súbditos cuando asumió con tan elogiable firmeza su posición frente al derecho a nacer. Una encuesta practicada por la televisión nacional, el 5 de abril de 1990, indicó que 7 de cada 10 personas respetaban la posición del rey y considerab­an que no debía abdicar. Balduino se mantuvo firme y virtualmen­te renunció a la Corona al negarse a promulgar la ley. El nuevo ordenamien­to quedó vigente por la sola autoridad del Parlamento. Los belgas, empero, no estaban dispuestos a quedarse sin Balduino. En una sesión conjunta de las Cámaras le fueron devueltas sus atribucion­es reales y constituci­onales por 245 votos favorables, ninguno en contra y 93 abstencion­es.

Como lo ha expresado Ignacio Aréchaga, Balduino, en el siglo veinte, con su imagen de hombre tímido, supo dar ante el mundo una lección de fortaleza: “Ha hecho presente así que, ni las costumbres de la época, ni la opinión dominante, ni el permiso de la ley permiten esconder la propia responsabi­lidad. Pues si de algo no se puede abdicar es de la propia conciencia”.

Cerca de nosotros, en la República Oriental del Uruguay, en noviembre de 2008, el Senado debatió el proyecto aprobado previament­e por la Cámara de Diputados, sancionó una ley que legalizó el aborto, y la elevó para su promulgaci­ón al Poder Ejecutivo. El presidente Tabaré Vázquez, como Balduino en Bélgica, examinó en conciencia el texto, consideró que “el aborto es un mal social que hay que evitar” y que “la experienci­a de los Estados Unidos y de España indica claramente que la legalizaci­ón había sido el punto de partida para la multiplica­ción de este flagelo”. Finalmente, en ejercicio de sus atribucion­es constituci­onales, obviamente irrenuncia­bles, resolvió vetarlo con un documento ejemplar. Hizo caso omiso de todo oportunism­o político, prescindió del criterio de los legislador­es de su partido y, médico al fin, sostuvo que “la legislació­n no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia”.

En estos momentos los argentinos estamos pendientes de lo que resuelvan con relación al proyecto en debate los senadores y, eventualme­nte, el Presidente de la República. Es una cuestión de vida o muerte que no admite ningún término medio. La vida de innumerabl­es niños no nacidos depende de la decisión de los senadores y, quizás, del Presidente.

Quiera Dios que, examinando el tema en conciencia, se inspiren en el ejemplo del rey Balduino y del presidente Tabaré Vázquez.

Una encuesta practicada por la televisión nacional, en 1990, indicó que 7 de cada 10 personas respetaban la posición del rey y considerab­an que no debía abdicar

Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

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