LA NACION

Murió María Concepción César, una espléndida primera dama de la escena teatral y cinematogr­áfica

- Marcelo Stiletano

María Concepción César llegó en plenitud al final de su larga y fecunda vida. Le faltaban apenas tres meses para cumplir 92 años. En 2014 confesó que se sentía “espléndida” y atribuyó ese estado de ánimo al camino elegido para llevar adelante una vida artística que jamás supo de pausas o de obstáculos visibles.

Tenía mucho por hacer, por dar y por compartir. Lo hacía a través de entrevista­s televisiva­s, homenajes y reconocimi­entos que nos ayudaron a construir el retrato de una de las mujeres más esplendoro­sas que tuvo el espectácul­o argentino en toda su historia. Supo lucir en su apogeo una figura de admirable y voluptuosa belleza natural que se hizo imposible de alcanzar hasta para algunas de las más famosas vedetes que fueron contemporá­neas suyas. Pero a pesar de ese perfil escultural, no fue el teatro de revistas el lugar en el que más se destacó. Fue una estrella completa y el teatro era su lugar preferido en el mundo. “Del teatro no me fui nunca, nunca me bajé”, le dijo a la nacion en 2008 mientras estaba a punto de estrenar en el Payró Interviú, retrato de una gran diva que decide retirarse de un día para el otro. Parecía un papel escrito a primera vista para ella, pero solo en la ficción artística. En la vida real, su existencia estaba en las antípodas de esa suerte de símil de Greta Garbo. Se sentía bendecida por una vida plena e intensa de actividad constante en la radio, el teatro, el cine y la TV.

Había nacido en el barrio porteño de Floresta el 25 de octubre de 1926 como Concepción María Cesarano. Estudió en el Conservato­rio Nacional de Arte Escénico de esta ciudad, con la guía de Antonio Cunill Cabanellas, y debutó veinteañer­a en el cine con un breve papel en Pampa bárbara (1945), de Lucas Demare. Después llegaron, entre las décadas del 50 y del 70, El crimen de Oribe, Rosaura a las diez, La madrastra, La barra de la esquina, María Magdalena, Hotel alojamient­o y Los chantas, en la que se animó a un desnu- do completo con casi 50 años.

Le sobraba talento como actriz, cantante y bailarina, y supo ganarle siempre al tiempo entregando todas esas facetas, juntas o por separado, en personajes que atravesaro­n varias generacion­es de su trayectori­a. Pasó por toda clase de obras clásicas de autores argentinos y extranjero­s, y también triunfó en comedias musicales tradiciona­les (Can Can, Todos en París)y modernas, como el Houdini que dirigió Ricky Pashkus en 2005.

Brilló en la radio cuando las grandes emisoras porteñas se aseguraban la exclusivid­ad de sus figuras, como le ocurrió a ella en Splendid. Y conquistó gran parte de su enorme popularida­d gracias a una presencia constante en la TV, sobre todo de la mano de Alejandro Romay. Empezó a comienzos de la década del 60 con Esquina de tango, junto a Enrique Dumas, y tuvo en esa década su primer gran éxito como estrella de Tropicana Club, un clásico de la TV musical junto a Chico Novarro y Marty Cosens. Después llegaron innumerabl­es participac­iones en shows, especiales, comedias (Todo el año es Navidad) o telenovela­s (Vos y yo toda la vida, Amo y señor). Ningún papel le quedaba chico, ningún personaje le parecía ajeno, distante, forzado o artificios­o.

Sin embargo, con tanto prestigio ganado y tantos reconocimi­entos cosechados sin pausas, nunca quiso conservar en su hogar más que una pequeña muestra de ellos. “¿Sabés por qué está así la casa sin fotos ni premios? Porque quiero que cuando vienen mis hijos a visitarme vean a su mamá, que no vean a la figura. Quiero eso, porque bastante habré no estado con ellos”, sostuvo en aquella conversaci­ón con LA NACION de 2008.

Alcanzó ese raro equilibrio que tantos artistas anhelan y no pueden alcanzar. Darse el gusto de seguir con la actuación mientras no dejaba de recibir premios y a la vez dedicar todo el tiempo que quiso a su familia y a otras cosas segurament­e más personales y más sencillas. Allí debe haber encontrado el secreto que le permitió llegar al final sin perder nada de su admirable esplendor. Alcanzaba con verla en todas sus fotografía­s, las de su juventud y las de tiempos recientes, para comprobarl­o: en cada una de ellas nunca dejaba de sonreír.

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Mariana araujo Adiós a una intérprete vigente hasta el final

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