LA NACION

Consejos útiles para comer y beber bien en el avión

No todo se termina en las típicas opciones que ya conocemos de memoria: hay algunos consejos útiles que pueden ser salvadores para disfrutar de la comida y la bebida a 10.000 pies de altura

- Mariano Braga

La hora de un almuerzo o una cena a bordo suele ser, para la enorme mayoría de los mortales, un chasco total. Poco espacio para movernos, los líquidos que bailan al compás de las turbulenci­as y una cocina recalentad­a terminan dando la razón. Pero no todo es tristeza: hay algunos pequeños consejos que pueden sernos de utilidad al momento de sacarle provecho al servicio de comidas a 10.000 pies de altura.

Sorrel Moseley-williams es sommelier y periodista gastronómi­ca, y de los 30 días del mes, lleva 29 pivoteando entre boarding pass y check-ins. “Hace poco hice la reserva con anticipaci­ón y pedí bajas calorías; cuando llegó, era un lomo de salmón con verduras al vapor… fue un menú hecho con mucho más amor, mucho mejor que la cajita infeliz que te suelen entregar”. ¿Pueden verlo? Siempre hay una luz al final del camino.

Pedidos especiales

La anticipaci­ón es la clave: si sacamos un pasaje de apuro, sobre la hora y en el mismísimo aeropuerto, entonces los pedidos especiales hacen agua. Aunque depende de la política de cada aerolínea, en general se requieren entre 48 y 72 horas de antelación para que ese menú lleno de amor aterrice en su bandejita.

Si al momento de realizar la reservasee­specifica,podríamoso­ptarpor alguna opción de comida kosher, halal, vegetarian­a, vegana, libre de gluten, baja en sodio o de dieta blanda, encontrand­o dos grandes aciertos: para los ansiosos, estas bandejas son las primeras que se reparten y, al realizarse por solicitud y en menor escala, el resultado es más interesant­e.

Vinos, agua y cerveza

L a selección de blancos y tintos en clase económica suele ser un tanto magra, y solo limitada a una opción de botella plástica de Sudáfrica o Australia. Pero la cerveza, llamativam­ente, ha crecido enormement­e en oferta y calidad. En un último vuelo entre Houston y San Francisco, la tripulante de a bordo deslizó entre sus manos una lata de Citradelic IPA de New Belgium, ícono de la microcerve­cería norteameri­cana y alejada años luz de la típica opción única de lager ultraindus­trializada. Algo similar ocurre con el café: las alianzas entre marcas prestigios­as y aerolíneas comienzan a ser usuales.

¿Agua? Ah, claro, agua, por favor. Sorrel da en la tecla: “Llevate una botella para rellenar y mantenerte hidratado, así combatís el jet lag”.

Snacks a toda hora

Aún hay ciertos vuelos transoceán­icos y de tramo largo que mantienen una suerte de peña culinaria al final de la cabina en la clase turista, dejando durante toda la noche una guardia de aperitivos listos para ser atacados. Chocolates, bretzels, botellitas individual­es de agua, galletas y caramelos que sirven de cobijo para los noctámbulo­s y adictos al azúcar. Nunca está de más levantarse a media noche, estirar las piernas y darse una vuelta hasta el final del pasillo.

Las últimas filas

La mayoría de los servicios en vuelos largos tienen, al menos, 2 opciones de menú, lo que no significa que se carguen en la aeronave 2 platos por pasajero. Por lo tanto, el asunto se vuelve problemáti­co para las últimas filas, que siempre terminan comiendo, básicament­e, lo que quedó. “Si toca un asiento en la última fila, o cercano al final, lo mejor es acercarse a nosotros preguntánd­onos qué hay de comida y pidiéndono­s una de esas opciones; así no tenés la preocupaci­ón de quedarte sin opción”, admite Francisco, comandante de a bordo. Y aclara: “Todo depende de la amabilidad del pasajero. Si hay buen trato, hasta 2 comidas podrían tener, porque siempre hay pasajeros que duermen o no cenan… Eso, para mochileros o pasajeros con conexión, es motivo de agradecimi­ento”.

De primera

Conseguir un upgrade de cabina o pagar el boleto en clase ejecutiva asegura una experienci­a diferente. Para Sorrel no hace falta aspirar a las business más cotizadas; “para ver la diferencia, basta con volar en primera a un destino cercano, como Buenos Aires-santiago”.

Hoy las aerolíneas se esfuerzan por lograr menús de calidad. Y de los vinos, ni que decirles. Acá la elección de las etiquetas queda en manos expertas. Véronique Rivest, Segunda mejor Sommelier del Mundo 2013, es la responsabl­e del menú de bebidas para Air Canada, y cuenta: “escogemos vinos de acidez más alta y poca madera porque cuando emprendemo­s un vuelo no necesitamo­s vinos que nos noqueen”. Por eso, en turista o ejecutiva, blancos antes que tintos es un buen mantra para recordar.

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Shuttersto­ck Una buena experienci­a gastronómi­ca en pleno vuelo es posible

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