LA NACION

El coliving desembarca en Montevideo

Sobre la peatonal Sarandí y a metros del Teatro Solís, este primer experiment­o uruguayo apunta a profesiona­les jóvenes, en su mayoría freelance

- Nathalie Kantt

MONTEVIDEO.– Gabriela Zimmer entra en un petit-hotel de cinco pisos en Ciudad Vieja con una caja de vinos para una cata que organizará esa misma noche en la terraza. Peter, diseñador de animacione­s canadiense, está zambullido en un sillón y mira su celular mientras se cocinan verduras en una sartén. Ambos forman parte de una comunidad de 25 vecinos que comparten los espacios comunes: cocina, living-comedor, sala de juegos, patio interno, alacena, lavandería y hasta un cuarto con sofá y frazada frente a un gran televisor, donde se juntan a ver una película pochoclera.

Después del coworking, Montevideo se lanza al coliving y a la conquista de una generación de nómades para quienes la casa propia ya no forma parte del sueño. Profesiona­les freelance, jóvenes con un primer trabajo y recién salidos del nido familiar o simples aventurero­s que priorizan la vida en comunidad, la facilidad administra­tiva, los desplazami­entos sin muebles y la posibilida­d de disfrutar de espacios amplios sin ambición de exclusivid­ad.

Tendencia en ascenso en algunas grandes ciudades y aún no muy desarrolla­da en América Latina, este primer experiment­o uruguayo de coliving allana el camino para las iniciativa­s que vendrán. La escala de Montevideo funciona como laboratori­o: permite probar modelos antes de ser exportados a otros países.

Sobre la peatonal Sarandí y a metros de la Plaza Independen­cia y del Teatro Solís, este edificio de 1913 que solía albergar el hotel Plaza Fuerte fue renovado durante cinco meses y mantiene su espíritu: techos altos, piso crujiente, molduras, claraboya y un ascensor de otra época, con dos puertas de vidrio y vista a la escalera.

Cuatro de los 20 cuartos están destinados al alquiler por Airbnb, con una tarifa de entrada de 20 dólares por noche. De los 16 “departamen­tos” restantes, 11 son dúplex y los precios oscilan entre 18.500 pesos uruguayos (616 dólares al cambio actual) y

23.000 (US$ 766), según las caracterís­ticas. Los esquineros, por ejemplo, tienen más ventanales, terracita y mejor vista, además de heladera y escritorio. En el resto también se ve aire acondicion­ado, cortinas black out, bañadera, floreros y objetos de decoración. Los precios incluyen servicios de agua, electricid­ad, internet, limpieza y lavadero.

Los bancos lindantes con la cocina abierta y el tejo de la sala de juegos les dan al lugar reminiscen­cias de residencia universita­ria, aunque no se respira clima estudianti­l. En este refugio con juegos de mesa, tocadiscos y bicicletas Gron que cuelgan en la planta baja, a disposició­n de los residentes, el perfil promedio es 2535 años. Aquí se habla de trabajo y de proyectos. Hay un bailarín inglés de 22 años que vino a experiment­ar coreografí­as en el Sodre, una despachant­e de aduana que se mudó con su novio programado­r de startups y una sommelier de té que también trabaja en un banco de seguros.

“Soy nómade”, se define Zimmer, sommelier de vinos de 32 años. Durante estos últimos dos años recorrió regiones vitiviníco­las con su esposo, Raphael, 38 años, jugador profesiona­l de póker y programado­r. Dice que estar en el lugar donde nacen las viñas y tomar el vino mirando ese paisaje es una experienci­a que no te da ningún libro, y que al desembarca­r en Montevideo por solo seis meses no fue fácil encontrar un lugar para vivir sin dejar garantía y pagando mes a mes.

“Esto ha sido tremenda solución para nosotros. No conseguíam­os nada para alquilar sanamente por unos meses y con todo lo que necesitába­mos. Es la primera vez que hacemos coliving. no tenemos nada, solo valijas, ganas de libertad y cierta intención de no atarse a las cosas, salir de la vorágine”, agrega. Fueron los primeros en usar el cuarto y baño que ocupan en el tercer piso. Lo bautizaron Londres.

Para los nombres de cuartos, los creadores siguieron la misma tendenciaq­u el aserie La casa de papel: Londres, Río, H el sinki,Tokio, Berlín. Pura coincidenc­ia, para diferencia­rse de las puertas de hoteles con números.

Región obliga, también incluyeron Montevideo, San Pablo, Santiago, Bogotá y Buenos Aires.

Detrás de la iniciativa

Detrás de esta iniciativa están la empresa Sinergia Cowork y la inmobiliar­ia Acsa. La primera es dirigida por un argentino, Martín Larre, que se subió a la tendencia de los espacios laborales compartido­s y en poco tiempo creó 15.000 metros cuadrados de coworking repartidos en cuatro puntos de la ciudad: Sinergia Design –cerca de la estación de ómnibus de Tres Cruces–, Carrasco, World Trade Center y Palermo. La expansión latinoamer­icana de Wework, líder mundial de coworking, se centralizó en la Argentina y en Perú, y aún no llegó a Uruguay (posiblemen­te el año próxi- mo), lo que permitió el desarrollo de este proyecto local. Acsa, por su parte, es una histórica inmobiliar­ia uruguaya con ganas de renovar su imagen, que aportó el know how de la mano de su director, Mateo Campomar, nueva generación familiar.

“Nuestra génesis es la empresa de coworking y los extranjero­s nos activaron la idea cuando empezamos a ver que muchos de nuestros clientes tenían problemas a la hora de alquilar un departamen­to. La ley uruguaya es vieja y no contempla esos casos. Buscamos modelos en el mundo y descubrimo­s el coliving, muy alineado con un público que ya conocíamos”, cuenta Larre en diálogo con la nacion.

En esta ciudad con olor a leña y ritmo pausado, donde con frecuencia suele escucharse que ciertas iniciativa­s no existen porque “no hay mercado”, estos espacios de coworking y coliving son un oasis. En las oficinas compartida­s se instalan empresas como Boconcept y H&M, así como emprendimi­entos de marketing digital, apps, arquitecto­s, traders de alimentos e ingenieros que juegan un partido de ping-pong entre dos reuniones.

Estos proyectos confirman también el lento cambio generacion­al que se vive en la capital uruguaya de la mano de un nuevo segmento que aprecia comer productos de estación en platitos, molerse su propio café, elegir pan de masa madre y beber cerveza artesanal.

En el coliving de Ciudad Vieja, frente a donde dentro de poco se instalará el segundo Starbucks uruguayo, los estantes de las heladeras y alacenas están divididos por cuarto, y en las máquinas de lavar se marca el turno con un post-it de color flúo. Al igual que en los coworkings, aquí también hay un calendario de actividade­s con el fin de crear comunidad y lazos entre los residentes, para que compartan su tiempo y su conocimien­to con el resto. Hay clases de tai chi, de yoga, noches de ñoquis y huertita con estragón, acelga, romero y lechuga, que todos riegan. Este modelo de negocios es manejo de comunidad y generar contenidos.

Sus creadores ya están pensando dónde instalarán el segundo coliving, y la semana pasada el equipo viajó a Buenos Aires para buscar propiedade­s y expandir la iniciativa de ese lado del charco.

Once departamen­tos son dúplex y los precios van de los 616 a los 766 dólares Para los nombres de los cuartos, siguieron la tendencia de la serie La casa de papel

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Agustín garagorry La comunidad de vecinos comparte espacios comunes: cocina, living-comedor, patio, lavandería y sala para ver películas
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