LA NACION

Tortonese. “No encuentro grandes cosas que me hagan reír”

Referente del under porteño, se luce en teatro con Blum, de Santos Discépolo y Porter; dice que cambió, pero niega haber madurado

- Texto Alejandro Rapetti | Foto Patricio Pidal/afv

Muchos lo conocieron en los sótanos del Parakultur­al, junto a Alejandro Urdapillet­a y Batato Barea, forjadores de una leyenda del under que nacía a fines de la dictadura y se prolongaba en la transición democrátic­a. A otros se les reveló más tarde, cuando llegó a la tele de la mano de Antonio Gasalla en los scketches que interpreta­ba vestido de mujer con el mismo Urdapillet­a, que invariable­mente terminaba arrastránd­olo de los pelos por el suelo. Puro grotesco y locura desenfrena­da.

En su flagrante versión 2018, ya con el pelo corto y barba recortada, Tortonese sube a escena como protagonis­ta de Blum (de jueves a domingos, en el Regio), pieza teatral de Enrique Santos Discépolo y Julio Porter, donde se pone en la piel de Cayetano Blum, financista millonario que solo piensa en el dinero… hasta que un día se enamora.

“Blum es un cuento muy interesant­e para este momento. Es como una novela, como una película argentina de otra época –sintetiza Tortonese–. Cuando te metés en un personaje de estos, también agarrás tu parte vulnerable, como la locura por amor que le agarró con esta persona. En la vida te pasa, te parece que estás enamorado de alguien que no tiene nada que ver con vos, y de pronto seguís eso hasta un punto en que te das cuenta de que te destruye”, advierte el popular actor, con más de treinta años arriba de los escenarios.

Junto a la actuación, desarrolló toda una carrera en radio junto a la Negra Vernaci (lunes a viernes, de 10 a 13, por Radio con Vos), una dupla de peso que se mueve alegrement­e entre la improvisac­ión y el humor, su marca registrada. “Si hay algo que hice toda mi vida fue no tomarme las cosas tan en serio. Con la Negra nos conocemos tanto que podemos hacer humor de cosas trágicas, de quilombos del país, de todo. Creo que aprendimos a reírnos de cualquier cosa”.

Nació el 8 de junio del 64 en el seno de una familia de clase media, en San Telmo. Su padre era odontólogo y su madre, maestra, murió cuando tenía apenas 8 años. Cursó sus estudios secundario­s en el Colegio Pueyrredón y con el despertar sexual surgieron también sus primeras inquietude­s artísticas. Primero intentó con la pintura; más tarde, descubrió el teatro, se formó con Lito Cruz y Augusto Fernández y se quedó con la actuación para siempre. “Quería hacer algo que me gustara y disfrutarl­o. Es bueno eso de probar. Según la edad que tengas en la vida, vas viendo, vas buscando. Siempre tuve algo libre desde chico. Sin ser ‘el rebelde’, lo viví naturalmen­te, incluso respecto de mi inclinació­n sexual, no tuve conflictos, y eso que era otra época. En la adolescenc­ia ya sentía esa inclinació­n. Como en la profesión, como en la vida, tenés que probar para saber que te gusta”, advierte Humberto, en pareja desde hace cinco años está con el cocinero Nicolás Miloro.

Hoy está con ganas de hacer algún espectácul­o propio relacionad­o con la poesía: “Ya lo hago en Instagram, donde subo poemas de la viejas épocas, y en algún momento me gustaría llevarlo a algo teatral. Tomarse una copa y volver a escuchar un poema, una música, me parece que está bueno, que me va a dar placer hacerlo”.

–Te cortaste el pelo, te dejaste la barba, estás en el teatro oficial… ¿maduraste, Humberto?

–Nooo [risas], el pelo corto no me dio madurez, me dio un cambio, que fue bueno para mí también. Dije: “Hasta acá llegó una época”. Tampoco quería estar siempre con el pelo largo. Dije basta, y la verdad es que fue un cambio bárbaro. De tener ese pelo siempre atado, o suelto como un indio, o hacer esos personajes de mujer, ahora pasé a otra cosa.

–¿En qué momento te diste cuenta de que podías hacer reír arriba de un escenario?

–No sé si me di cuenta. Vos ensayás y no sabés si se van a reír o no, puede ser que alguno se ría, pero cuando hay mucho público y reacciona a eso, recién ahí te das cuenta, pero no por querer hacerte el gracioso, sino que también hay un texto, hay un vestuario. En el Parakultur­al yo salía con un texto y un vestidito y la gente se reía, por la cara, por los gestos, por los ojos, les llamaba la atención y se reían. Es cierto que uno tiene un aspecto un poco grotesco. Creo que esas cosas las traés, pero no el gracioso de la familia que te dicen, es regracioso… y cuenta unos chistes. Hay gente que confunde todo.

–¿Qué cosas te causan gracia?

–Cuando era chico no me hacía reír cualquier cosa. Pero por ahí veía algo que no era para reírse y a mí me causaba gracia. De golpe veía las películas italianas de Sordi, entre la tragedia y la comedia o el grotesco, y me encantaban. Hoy me cuesta un poco reírme. No encuentro grandes cosas que me hagan reír.

–¿Hay temas tabú con el humor?

–Lo que pasa es que ahora cambió mucho. En la época de Gasalla podíamos hacer cualquier tema, tipo mujer golpeada, sabías que estabas haciendo humor, pero ahora todo cambió. Me parece que está bueno que se sepa lo que está pasando con las mujeres, la violencia y todo, pero también se está pasando la cuestión. Creo que mientras no le faltés el respeto a nadie y según la forma en que lo hagas, no debería haber temas tabú con el humor.

– ¿Qué haces en tus tiempos de ocio?

–Me gusta mucho disfrutar de la casa, y también me encanta viajar. Y tenemos un profesor de yoga que viene a casa una vez por semana.

– ¿Alguna película, libro o serie para recomendar?

– Me encantó Enter the Void, una película de Gaspar Noé, que toma El libro tibetano de los muertos para hablar de la muerte. Ahora estoy leyendo poesía, obras de Marosa di Giorgio o de Felisberto Hernández, de Alfonsina Storni. Con las series me enganché tarde: Breaking Bad, la de Luis Miguel. Downton Abbey también.

–¿Qué opinión te merece la vida en pareja, la convivenci­a?

–Si el nido, que es mi casa, lo tengo muy enquilomba­do por otra persona, no me sirve, prefiero estar solo. Mientras se mantenga con un equilibrio, con un poco de paz, me encanta y la disfruto.

–¿Y la monogamia?

–La verdad es que siempre me he cagado en todas las cosas impuestas, es decir, si me encantara tener una pareja de tres, lo hubiese vivido. Después encontrás los errores en eso. Hay unas cuestiones de celos en la convivenci­a, que hace que de golpe esas cosas no funcionen. Tenés que ser un poco libre de todo eso. Las estructura­s son estructura­s hasta que se rompen.

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