LA NACION

Llegar a este mundo: el derecho al relato

- Luciana Mantero

La adolescent­e se había llenado de tatuajes y piercings –en una época en la que no estaban de moda–, faltaba a clases durante sus últimos meses de colegio, había abandonado los deportes y otros hobbies... Estaba, diagnostic­aban a ojo sus padres, en una etapa que iba de la depresión a la rebeldía más agresiva. Por eso, habían decidido hacer una consulta con un terapeuta de familia.

Durante la primera sesión, después de hablar de sus vidas y de la relación con la chica –a quien en paralelo ese terapeuta había empezado a ver–, la pregunta de “¿A quién de ustedes se parece?”, se diluyó en el aire como un rumor.

La evasión hizo algún ruido al terapeuta, que, en la segunda entrevista, volvió a preguntar: “¿A quién de ustedes se parece?”. Entonces se hizo un silencio. El hombre miró a su esposa con una mezcla de preocupaci­ón y picardía y preguntó: “¿Se lo decimos?”. Y le contaron, con cierta vergüenza, que ella tenía una disminució­n en la reserva ovárica y que su hija había sido concebida con los óvulos de una donante.

Trabajaron desde entonces sobre la importanci­a de decirle a su hija la verdad sobre su origen. Juntos fueron derribando miedos, prejuicios atávicos, complejos. Desarmando un discurso que se habían construido sobre la legitimida­d de la paternidad, sobre el bienestar filial, animándose a enfrentar la verdad.

La joven, claro, lo intuía. Hay algo de la oscuridad de la mentira que es imposible refractar por más que se adorne con moños. Así que empezaron a trabajar en familia y cuando ella lo supo, empezó a cambiar.

Primero hubo enojo, pero después su transforma­ción fue evidente; como si se llenara de luz la vida y de golpe de aire los pulmones, decía ella.

Y entonces vino el problema de nombrarlo. Darle un lugar social, que su llegada a este mundo tuviera un relato pues esto está sucediendo y lo cierto es que los niños y adolescent­es nacidos por técnicas de reproducci­ón asistida (en todas sus variantes, las admitidas legalmente y las que están en el gris, como la subrogació­n de vientre o gestación solidaria) tienen que poder contar su historia, poder narrarse.

A eso se abocó este terapeuta, junto a una colega. Después de escuchar decenas de historias similares en torno a las nuevas familias en los últimos 25 años, Paula Szuster y José Nesis decidieron poner en palabras y dar herramient­as a quienes quieran abordar un tema que se planta frente a nuestras narices. Darles la posibilida­d a estos niños de tener una historia oficial que pueda ser contada. Recorriero­n editoriale­s y en varias los miraron con incomodida­d. Finalmente encontraro­n una que decidió encarar el desafío, convocó un dream team de ilustrador­es y publicaron De familia en familia, un libro para niños de entre 5 y 12 años que cuenta la historia de quince familias no convencion­ales.

Ya preparan la segunda parte, con historias de otros niños que hacen eje en las distintas formas de concepción, más allá de las cigüeñas y los repollos, que den cabida a todos los que caminamos silbando bajito en esta nueva sociedad.

Su hija intuía que había sido concebida con óvulos de una donante

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