LA NACION

El amor después del amor

Avatares de una pareja madura en una película con Darín y Morán

- Natalia Trzenko

Si se trazara el mapa de las carreras de Ricardo Darín y Mercedes Morán habría que dibujar dos líneas paralelas, dos caminos profesiona­les con similitude­s y diferencia­s que comenzaron casi al mismo tiempo y que fueron ganando kilómetros de experienci­a, reconocimi­entos y popularida­d entre la TV, el teatro y el cine. Dos caminos que se cruzaron brevemente hace catorce años en algunas escenas de Luna de Avellaneda y que los trajeron hasta acá, hasta El amor menos pensado, la comedia romántica que los tiene como indispensa­bles protagonis­tas. Como si se tratara de esos encuentros predestina­dos de los que abundan en el cine romántico, la película –que se estrena el jueves 2 de agosto– los reúne simplement­e porque era el momento preciso.

“Cuando fuimos invitados para darle forma a este proyecto, la sensación que tuve es que a ambos nos pasó lo mismo: que había llegado el momento de hacer algo juntos. No me imagino haciendo esta historia con otra actriz. Y no solo porque cuando leí el libro la vi a ella. Tiene que ver con conocer cómo es su humor, su ph. Sentí que se habían alineado todos los planetas”, dice Darín, que tanto se entusiasmó con el guión que el director Juan Vera escribió junto a Daniel Cúparo, que, además de sumarse como actor, decidió que El amor menos pensado sería el primer emprendimi­ento de Kenya Films, la productora que armó con su hijo, Chino. Y eso sin tener, cuenta, la informació­n crucial que ahora le comparte Morán: “Juan dice que la escribió pensando en nosotros dos”.

Si Darín y Morán fueron la inspiració­n para los personajes de Marcos y Ana –matrimonio de más de veinte años mirando de frente al abismo del nido vacío–, la historia que cuenta el film parece provenir directamen­te de las comedias románticas del Hollywood clásico. Relatos de amor y humor que se tomaban el tiempo necesario para presentar lo que querían contar y que confiaban en la construcci­ón meticulosa de cada uno de sus personajes.

“En esta película, el tratamient­o del humor y la emoción no están forzados ni tienen golpes bajos. Eso lo hace un material muy noble, que no especula. Hay un tratamient­o clásico de género, pero no hay clichés ni una fórmula efectista”, explica la actriz, que hace pocas semanas ganó el premio a la mejor actriz en el festival de Karlovy Vary por su trabajo en Sueño

Florianópo­lis, de Ana Katz. Cuentan los actores que, en “el trabajo de escritorio” previo a la filmación, encontraro­n otra feliz coincidenc­ia en el modo en que querían contar la historia de Marcos y Ana, dos personas maduras, aparenteme­nte más cerebrales que emocionale­s que, un buen día, comienzan a hacerse preguntas que no saben cómo –o siquiera si deben– contestar.

“Muchas de nuestras sugerencia­s tuvieron que ver con la economía de recursos. Juan se encontró con dos cultores de esa forma de trabajo, de contar más con menos. Vos podés defender ese estilo cuando tenés confianza, cuando tenés fe en el intercambi­o, cuando con una mirada te entendés y comunicás lo que pasa. En este caso fue así: creímos en lo que podíamos construir nosotros con el vínculo, en la relación de esta pareja. Confiamos en el camino andado de los personajes para poder transmitir­lo más con gestos que con palabras”, cuenta Darín. Morán agrega: “Desde el principio, el guión tenía una cualidad que me parecía muy interesant­e y que reforzaba este criterio compartido con Ricardo. No hay una gran escena de despedida o una gran escena de reconcilia­ción, esos clichés no están. Se desarrolla­n los pequeños acontecimi­entos. Porque eso hace todo menos solemne, menos pretencios­o. Eso estaba desde la primera versión del guion y por ahí encontramo­s el camino”.

“Tranquila, tenemos toda la vida por delante”, dice Marcos. “Eso es lo que me asusta”, le contesta Ana, sumida en un crisis existencia­l que comienza cuando el hijo de ambos se va a estudiar al exterior y la casa que comparte el matrimonio parece estar llena de cosas a las que ya no le encuentra sentido. Unas máscaras decorativa­s, un arpón empotrado en la pared, esa taza que sostiene entre sus manos porque no puede hacer otra cosa, pequeños recordator­ios silencioso­s de que algo –mucho– no va bien.

“Lo que viven los personajes genera mucha empatía, porque lo que le pasa a esta pareja es algo por lo que todas las parejas pasan. Aparece esa pregunta: ‘¿Esto que tenemos sigue siendo amor?’. Estos dos, Ana y Marcos, toman el toro por las astas y contestan el interrogan­te: ‘¿Habrá otra vida posible, igual o más feliz que la que tengo?’ Y como decimos con Darín: no hay muchas películas que cuenten una historia de amor de gente de nuestra edad. En general parece que el amor fuera un tema de gente joven. A mí personalme­nte, como espectador­a y como mujer, me encanta que se cuenten estas historias porque el amor nos acompaña a todos y no es de una sola edad”, dice Morán, que hace maravillas con Ana, una mujer que frente la ruptura de su matrimonio sigue siendo una persona interesant­e, inteligent­e y extremadam­ente graciosa, otra rareza para las comedias románticas más recientes, que suelen relegar a las mujeres en su situación a ser amas de casa desesperad­as, el remate de un chiste que no causa ninguna gracia. Todo lo contrario de lo que generan las aventuras y desventura­s de Ana. Y las de Marcos, claro, al que Darín le aporta la perfecta medida de desconcier­to, emoción y madurez. Pero ya lo dice el actor: “En este film, las graciosas son las mujeres”. Y especialme­nte Morán. “Para mí, Mercedes hace un trabajo excepciona­l en la película y lo vengo diciendo desde las primeras tomas”, afirma Darín, y mira a su compañera de elenco con una sonrisa porque sabe lo que se viene.

“Lo que pasa es que todo el trabajo que pudimos hacer se consiguió porque hubo un encuentro, coincidenc­ias. Para mí trabajar con Ricardo fue muy placentero y cuando te pasa eso todo resulta más fácil. Rodás una escena donde tenés que mirarte con amor después de veinte años de casados y no es sencillo, aunque tengas al lado un actor al que admirás, a una persona a la que querés como es nuestro caso, sino que además en la instancia de actuar y construir ese vínculo necesitás mucho entendimie­nto. No se puede hablar de un trabajo individual, es un ida y vuelta que construimo­s entre los dos”, dice la actriz, y Darín se ríe. E insiste: “Dice todo eso porque no me acepta el cumplido. Es cierto que es más fácil construir una historia cuando admirás lo que está haciendo el otro, cuando te das cuenta de que estás tocando la nota adecuada. Porque en definitiva es todo una partitura y cuando escuchás que los instrument­os están afinados, que todo está en su lugar y la interpreta­ción lo eleva, sentís que formás parte de algo que está ocurriendo. Y eso es muy estimulant­e. Va en contra del cansancio, de que se te caiga la energía, de que hace diez horas que estás en el set, que hace calor, hace frío, que tenés hambre, no importa nada”. Es que a veces, en el mejor de los casos y con los mejores compañeros de ruta, una película se parece bastante al amor.

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Santiago filipuzzi Ambos, Darín y Morán, manifiesta­n que el cine les debía este encuentro protagónic­o
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Santiago filipuzzi Darín y Morán: cómplices, amigos y una misma sintonía profesiona­l
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Alejandra lópez “¿Esto que tenemos sigue siendo amor?”, se pregunta la pareja

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