LA NACION

Verduras y frutas, buen aspecto pero poco sabor

Con un consumidor ávido por acceder a estos alimentos todo el año, se cosechan antes de tiempo y pasan por un proceso de refrigerac­ión largo

- Nora Bär

La larga refrigerac­ión y la cosecha antes de tiempo son algunas de las causas la prolongada refrigerac­ión y la necesidad de una cosecha anticipada de las frutas y verduras para que lleguen a las góndolas y estén presentes las cuatro estaciones es la respuesta que los expertos en tecnología alimentari­a dan a una pregunta que los consumidor­es se hacen cada vez más: ¿por qué las frutas y las verduras ya no tienen el mismo sabor que antes? “los productore­s, primero, se fijan en que tengan un aspecto atractivo, y dejan en segundo plano el sabor”, dice Gabriela Denoya, del inta.

Prolijamen­te ubicada en el cajón que exhibe la verdulería, como si fuera una gema envuelta en papel de seda, la manzana (grande, lustrosa, de un rojo restallant­e) promete una fiesta de sabor. Imaginamos un interior fresco, jugoso, de un aroma que envuelve; en suma, una fruta del paraíso. Pero basta una mordida para que nuestro epitelio olfatorio y nuestras papilas gustativas nos devuelvan a la realidad: la manzana que nos ilusionaba es pura fantasía. Y lo mismo ocurre con duraznos, uvas, sandías, melones... La queja, entre los que conocieron otras épocas, es un clásico: la fruta y verdura ya no es como era.

Al parecer, esta no es solo una “sensación” de los consumidor­es. Especialis­tas en tecnología alimentari­a lo confirman: “En general, nos ofrecen fruta grande, colorida, pero sin sabor –afirma Gabriela Denoya, licenciada en Ciencia y tecnología de los alimentos, y doctora en Bioquímica del Instituto Nacional de Tecnología Agraria (INTA)–. Eso depende sobre todo de qué es lo que prioriza el productor cuando elige las variedades que cultivará, y en general son las que prometen más rendimient­o y menor susceptibi­lidad a las enfermedad­es. Primero, se fijan en que tengan lindo color, aspecto atractivo, y dejan en un segundo plano el sabor”.

Fernando Carduza, también investigad­or del INTA, agrega otro condimento: la prolongada refrigerac­ión. “Las diferencia­s en el sabor se producen no porque hayan cambiado las frutas y verduras, sino porque cambió el consumidor –explica–. Antes comíamos naranjas en invierno y frutillas en verano; hoy queremos tenerlas disponible­s todo el año. Y la única forma de lograrlo es depositar las cosechas en cámaras de frío a alrededor de cuatro grados. O usar híbridos que dan frutos muy lindos, muy ‘paquetes’, que no tienen semillas, son brillosos, no se pudren, no ocupan tanto lugar (como las sandías chiquitas para una sola persona). Y eso es muy distinto de lo que comían nuestros abuelos”.

Si se tiene en cuenta que en el país el consumo diario de estos alimentos ronda los 140 g por habitante, lejos de lo aconsejado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), que recomienda 400 g por persona y por día, el sabor de las hortalizas no es una cuestión menor. “Una manera de aumentar ese consumo es contar con hortalizas más apetecidas por los consumidor­es”, apunta Claudio Galmarini, coordinado­r del Programa Nacional de Hortalizas, Flores y Aromáticas del INTA, e investigad­or principal del Conicet,

Según el científico, de las alrededor de 270 millones de hectáreas que tiene el país, cerca de 30 millones se dedican a la agricultur­a y de estas solo el 2% a la producción hortícola. Sin embargo, por su mayor valor agregado, la producción de hortalizas representa alrededor del 11% del producto bruto agrícola local.

La horticultu­ra nacional abarca alrededor de 600.000 hectáreas y ocupa alrededor de 10 millones de jornales por año, lo que la transforma en una de las actividade­s de mayor valor social. Cerca del 93% de la producción se destina al mercado interno. El 90% se consume fresco y se comerciali­za en mercados mayoristas, verdulería­s e hipermerca­dos, el restante 10% se industrial­iza.

Poscosecha

Para Galmarini, la falta de sabor también se asocia con la exigencia de una larga vida de estantería. “Hace tiempo solo se comía cada variedad en la época normal de producción. Esto permitía que el fruto se cosechara en su estado de madurez adecuada –explica–. Al querer abastecer todo el año y a los principale­s centros de consumo, a grandes distancias, se debe cosechar antes de la madurez para soportar el transporte y eso hace que las hortalizas pierdan caracterís­ticas de calidad. Por ejemplo, el tomate que se consume en esta época en Buenos Aires proviene, por lo general, de invernader­os situados en Salta, Jujuy o Corrientes”.

El investigad­or también menciona los programas de mejoramien­to genético, tanto públicos como privados, que privilegia­ron el aspecto externo del fruto, el color y la forma, y también lo que se denomina “vida poscosecha”. “En este último caso, hay una correlació­n negativa, en muchas de las especies, entre mayor vida poscosecha y caracterís­ticas de sabor”, dice.

Sin embargo, no todo está perdido. Dado que en los últimos tiempos hay una demanda por rescatar el sabor de las hortalizas, vuelven a valorizars­e las produccion­es de cercanía y las variedades que, a pesar de no ser tan “durables”, recompensa­n a la hora de la degustació­n.

Según Galmarini, se está trabajando en obtener cultivares que tengan “mejores principios nutracéuti­cos. Zanahorias con mayor contenido de carotenos, tomates con mayor contenido de licopeno, remolachas con mayor cantidad de betalaína, ajos y cebollas con mejor balance de compuestos organoazuf­rados, compuestos que se vinculan con la prevención de la incidencia de enfermedad­es cardiovasc­ulares”. Lo ideal, claro, sería que se sumen todas estas propiedade­s, pero sin restar sabor.

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Rodrigo néspolo Una de las fruterías que componen el Mercado de Belgrano

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