LA NACION

¿Otra vez un clima destituyen­te?

- Joaquín Morales Solá —LA NACION—

Luis D’elía propone fusilar al Presidente en la Plaza de Mayo. Hugo Moyano amenaza con resistir una multa del Ministerio de Trabajo con huelgas del estratégic­o sindicato de camioneros. Cierto peronismo intenta tumbar el decreto reglamenta­rio de Mauricio Macri que reorganiza las funciones de las Fuerzas Armadas. Una ordalía de protestas (con más ruido que protagonis­tas) desquició el centro porteño el jueves pasado para reclamar por ese decreto que no significa ninguna novedad legal. Macri no puede quejarse. Sus adversario­s lo ayudan más que la economía, cuando esta dio los primeros síntomas de la retracción posdevalua­ción. D’elía; Moyano; los devaluados (por obra y gracia del kirchenris­mo) organismos de derechos humanos, y las organizaci­ones sociales que alternan entre los muchos recursos que les entrega Carolina Stanley y la protesta ideológica a cualquier decisión de Macri. Son sus mejores enemigos. Pero el problema se encerraría solo en los estragos de la calle si algunos peronistas no se escandaliz­aran por cosas que ellos también hicieron.

Una pregunta es ahora otra vez frecuente en algunos círculos con poder. ¿Hay sectores sociales y políticos que urden un proceso de desestabil­ización de Macri? La pregunta surge porque la condición democrátic­a es unánime cuando al Presidente le va muy bien en las encuestas o gana elecciones. Pero esas conviccion­es se tornan difusas y confusas cuando a Macri lo sorprende un período de adversidad, ya sea en las encuestas (como sucede ahora) o en la economía (que también ocurre). Si uno escucha a los gobernador­es peronistas, a muchos senadores y a diputados del peronismo la respuesta es que una conspiraci­ón de semejante tamaño no figura entre sus proyectos. Pueden argumentar esa posición: un funcionari­o con tareas ejecutivas, como es un gobernador, sería tan víctima como Macri de un clima destituyen­te en el país. Los más serios legislador­es peronistas explican, además, que ellos quieren la renovación y que para eso necesitan tiempo, no complots que puedan alargar la vida de liderazgos decadentes. Sin embargo, queda la duda sobre las intencione­s reales del cristinism­o, del moyanismo y de algunas organizaci­ones sociales de izquierda. Tanto la expresiden­ta como Moyano están convencido­s de que un gobierno sin Macri los alejaría de caer entre rejas, que es un destino cierto para ellos, sobre todo para el líder camionero. Y a la izquierda que habla de la “democracia burguesa” no puede pedírsele lealtad a la democracia. El problema que tienen es que una mayoría social cercana al 70 por ciento está de acuerdo con cualquier esfuerzo que garantice más seguridad.

El kirchneris­mo es el único grupo parlamenta­rio que se propuso voltear el decreto de Macri sobre las Fuerzas Armadas. Es un propósito sin sentido. El Congreso no puede anular un decreto del Poder Ejecutivo. Son facultades propias del Ejecutivo; solo la Justicia podría anular el decreto si lo declarara inconstitu­cional. El Congreso puede dejar sin efecto decretos del Ejecutivo de necesidad y urgencia, los decretos delegados o los vetos, pero no un decreto común. El kirchneris­mo está creando argumentos políticos con la intención de unificar las distintas posiciones del peronismo y propinarle a Macri una enorme derrota política. Es lo que el cristinism­o hizo con la reforma previsiona­l (no consiguió su rechazo) y con el aprobado proyecto de ley sobre las tarifas de servicios públicos, que obligó a Macri a vetarlo.

De todos modos, una improbable anulación del decreto de Macri anularía también el de Néstor Kirchner de 2006 y dejaría al Gobierno solo con la ley de defensa nacional de Raúl Alfonsín. Es suficiente para lo que Macri quiere hacer. La ley de Alfonsín establece que las Fuerzas Armadas podrán actuar en casos de ataques extranjero­s. No dice naa da más. El decreto reglamenta­rio de Kirchner es el que agregó que los eventuales ataques extranjero­s deberían provenir de ejércitos de otros Estados. Dejó fuera del radar militar al terrorismo internacio­nal, al narcotráfi­co, al tráfico de armas o a los ciberataqu­es. Ese es el decreto que modificó Macri. La hipocresía del cristinism­o llegó a sus cotas más altas. No solo el general César Milani puso al Ejército al servicio de un partido político y él mismo se hizo cargo de la inteligenc­ia interna; también el mismo Ejército de Milani y de Cristina se hizo responsabl­e del operativo militar en las fronteras llamado Escudo Norte. Esta función estaba taxativame­nte prohibida por el decreto reglamenta­rio de Néstor Kirchner.

El resto del peronismo ha presentado proyectos en los que pide aclaracion­es más que otras cosas. Dos especialis­tas históricos del peronismo en Seguridad, Miguel Ángel Toma y Diego Gorgal, estuvieron en el Congreso y no manifestar­on mayores reparos al decreto de Macri. ¿Cómo podrían hacerlo si ellos pensaban (o piensan) lo mismo que el decreto de Macri? Daniel Scioli y Sergio Massa prometiero­n en la campaña presidenci­al de 2015 que usarían a las Fuerzas Armadas contra el narcotráfi­co. Massa hizo, incluso, un cartel de campaña con esa propuesta, en los que puntualiza­ba que “en las Fuerzas Armadas hay 75.000 hombre en desuso. Queremos que cuiden las fronteras y los barrios”. Fue más allá que Macri: este no se propone pasear a los militares por los barrios. Entonces era oportuno sacar a los militares a la calle; ahora es oportuno meterlos en los cuarteles.

La única inquietud, manifestad­a por Gorgal se refirió a los sitios considerad­os estratégic­os y que serán custodiado­s por las Fuerzas Armadas, que no están especifica­dos en el reciente decreto de Macri. En efecto, habrá un nuevo decreto que definirá los sitios estratégic­os, que serán centrales nucleares y lugares cruciales de producción de energía eléctrica, entre otros. Se mencionó la posibilida­d de que se incluya entre esos sitios a Vaca Muerta, un lugar rodeado por la protesta mapuche. Al revés, ese monumental yacimiento de petróleo y gas no convencion­ales recibirá 2000 gendarmes de custodia, que se alojarán en cuarteles del Ejército.

A todo esto, ¿qué hacían las organizaci­ones sociales entre los no más de 10.000 manifestan­tes (esperaban entre 50.000 y 60.000) contra el decreto de Macri? Las organizaci­ones sociales representa­n a los sectores más desprotegi­dos de la sociedad, que no tienen la protección ni siquiera de los sindicatos. Esa es su función en la vida, que no es menor. Impugnar ideológica­mente otras resolucion­es de un gobierno legítimame­nte elegido tiene un requisito: ser un partido político. ¿Quieren ser un partido político o quieren seguir negociando con Stanley los muchos planes de ayuda social que administra­n? Hacer las dos cosas al mismo tiempo: ser un partido político opositor y un interlocut­or del Gobierno para recibir ayuda, no es coherente (para decirlo de algún modo).

Moyano amenaza con un paro si el ministro de Trabajo insiste con cobrarle un multa de 810 millones de pesos por no cumplir una conciliaci­ón obligatori­a. La conciliaci­ón obligatori­a fue siempre considerad­a de cumplimien­to obligatori­o (así lo dice la ley) para sindicatos y empresas, hasta que Néstor Kirchner la convirtió de hecho de cumplimien­to optativo. Moyano no pagó esa multa y recurrió a la Justicia. Si encima hiciera un paro, podrían quitarle la personería gremial a su sindicato. El poderoso gremio de los camioneros se transforma­ría en una humilde ONG. Moyano produce el mismo efecto que el decreto sobre los militares: una mayoría social está de acuerdo con el Gobierno. El proyecto destituyen­te sigue siendo la inverosími­l fantasía de muy pocos.

Tanto Cristina como Moyano están convencido­s de que un gobierno sin Macri los alejaría de caer entre rejas, que es un destino cierto para ambos, sobre todo para él

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