LA NACION

Rescatando a doña Rosa

- Graciela Guadalupe

“No estoy para nada de acuerdo con que dos o tres señoras gordas con pancartas en la entrada manejen el Senado”. (Del senador Ernesto Martínez.)

Todo político tuvo y tiene su Doña Rosa, ese ser representa­tivo de los intereses del grueso de la población, que exige que le expliquen las cuestiones más técnicas de modo sencillo y sin trampas porque, de lo contrario, hará tronar el escarmient­o con el arma más temida por los poderosos de turno: el voto de los indecisos.

Doñas Rosa hubo siempre, aunque hay que reconocerl­e a Bernardo Neustadt el copyright de esa figura, creada allá por los 80, en el programa de televisión Tiempo nuevo. Hoy sería difícil imaginar a una “doña” con batón, ruleros y chancletas, casi exclusivam­ente dedicada a la casa y a preparar la comida para la familia. Más aún: representa­ría una afrenta a los millones de mujeres que salen a trabajar día tras día reclamando igualdad de derechos con los machos alfa, que –hay que decirlo– vienen resbalando sin freno por la pendiente del alfabeto griego.

Ciertament­e, hay excepcione­s y situacione­s convenient­es para desempolva­r aquella imagen de mujer hipercaser­a. Lo saben bien los jefes de campaña cuando diseñan “ca- suales” recorridas por supermerca­dos de las principale­s figuras partidaria­s. Basta con recordar las compras de Juliana Awada en un súper del Barrio Chino; a María Eugenia Vidal llevándose una rosca de Pascuas de una panadería de Castelar o a la excancille­r Susana Malcorra haciendo la cola en un almacén cercano al Palacio San Martín. ¿Y fuera de Cambiemos? Fuera de la esfera oficial está ella: la reina devenida Cenicienta. Cristina Kirchner no dudó en sacarse las perlas, los relojes y las carteras de diseñador para el lanzamient­o de su candidatur­a a senadora. La vimos de jeans, con polerones, ponchos, zapatillas y el pelo atado. Mimetizada con las doñas Rosa del conurbano para la campaña 2015, sigue hoy cultivando esa línea que muchos creen que los acerca más al ciudadano común.

Muchos, menos el senador de Cambiemos Ernesto Martínez. Al pobre se le soltó la lengua cuando quiso refutar a Pichetto, quejoso de los trolls que –dice– tratan de distorsion­ar la discusión haciendo aparecer al Senado como un espacio retardatar­io.

“No estoy para nada de acuerdo con que dos o tres señoras gordas con pancartas, o los mensajes que se ponen en redes sociales, manejen el Senado”, dijo Martínez.

Cuidado, Martínez, que las gorditas también votan y el Inadi queda a pocas cuadras del Congreso.

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