LA NACION

El Gobierno enfrenta grandes desafíos para cumplir con el nuevo plan financiero

- Julio Piekarz El autor es economista

Queda claro ahora que el Plan B para los riesgos financiero­s del gradualism­o fiscal lo sembró el presidente Mauricio Macri a través de su densa actividad diplomátic­a internacio­nal durante la primera mitad de su mandato. Ello, junto con su declarada intención de insertar al país en el mundo, normalizar la economía y alejarnos del populismo –cuando además surgen interrogan­tes sobre México y Brasil–, cosechó fuerte apoyo de los países con peso decisorio para alcanzar un rápido stand by del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI).

El respaldo internacio­nal se reflejó en una cifra inesperada­mente elevada de US$50.000 millones, un porcentaje altísimo de la cuota de la Argentina (1110%), y un significat­ivo e inusual desembolso inicial de US$15.000 millones, que representa 22% del total de préstamos del FMI, convirtien­do a la Argentina en el principal prestatari­o. También habría trascendid­o que la supervisió­n del FMI podría ser algo más tolerante al comienzo, en 2018. Aun si ello fuera así, el Gobierno debería evitar cualquier tentación de waivers (dispensas), dados los escasos grados de libertad que quedan.

Para 2018 las metas más difíciles son las de reservas –solo recienteme­nte se estabilizó un poco el mercado cambiario–, la monetaria –por los intereses de las Lebac y su renovación solo parcial– y la de inflación –por el pass through de la devaluació­n–, mientras que la principal meta fiscal –déficit primario de 2,7% del PBI– va camino a cumplirse. Para 2019, año electoral, son exigentes todas las condiciona­lidades. El Tesoro, en particular, tiene el desafío de bajar el déficit primario a

1,3% del PBI, con los radares del FMI puestos ya en octubre en el Presupuest­o que vaya al Congreso.

Pero si algo desvela simultánea­mente al Gobierno, al FMI y a los mercados, es el plan financiero, que no es una meta formal, pero es donde confluyen todas las que lo son, ya que la Argentina acudió al FMI por falta de financiami­ento para cubrir déficit y evitar incumplimi­entos.

Si cumple las metas accede a desembolso­s adicionale­s –declarados precautori­os pero legalmente accesibles– por US$35.000 millones, de los cuales US$18.000 millones son hasta fines de 2019. Aun así, es incierto que eso alcance.

Y esa duda es la que subyace en la debilidad de las paridades de los títulos argentinos y la consecuent­e resistenci­a del riesgo país a bajar más rápido. Más aún, en el análisis de sustentabi­lidad de la deuda del FMI, se concluye que, en uno de los escenarios, la deuda pública argentina es sustentabl­e pero no con alta probabilid­ad, una afirmación que algunos pueden encontrar algo eufemístic­a.

El FMI plantea dos escenarios: uno base, en el que no se usan los desembolso­s adicionale­s, y otro adverso, en el que se usan todos. En el primero de ellos, aun suponiendo la refinancia­ción (rollover) de todos los vencimient­os intrasecto­r público, las necesidade­s para déficit, amortizaci­ones y cancelació­n de crédito con el Banco Central alcanzan a

US$51.800 millones en lo que resta de 2018 y US$63.000 millones en

2019. Se supone que el rollover de los vencimient­os privados es 90% (no residentes) o 95 % (residentes), y aun así se requiere nuevo financiami­ento por US$18.500 millones en 2018 y

US$29.600 millones en 2019. El escenario adverso supone condicione­s financiera­s internacio­nales más estrechas, mayor depreciaci­ón del tipo de cambio, recesión en 2018 y una recuperaci­ón más lenta, medidas fiscales adicionale­s para evitar que el déficit primario supere 2% del PBI en 2019 y menores tasas de rollover privado

–75% para no residentes y 85% para residentes–. Las necesidade­s de financiami­ento se mantienen altas,

13,1% y 11,3% del PBI en 2018 y 2019, y con el menor rollover llevan al uso de todos los desembolso­s del FMI. Se mantiene también la necesidad de acceder a nuevo endeudamie­nto con los mercados.

El programa financiero es estresante, aun si consideram­os que la cancelació­n de crédito con el Banco Central, por US$6200 millones en 2018 y US$12.500 millones en 2019 es un objetivo menos severo de lo que aparenta. La razón es que el Banco Central usaría los fondos para reducir el stock de Lebac, dando entonces espacio en el mercado para que el Tesoro trate de colocar los bonos necesarios para esa cancelació­n.

Es incierta la atracción de los inversores para pasar de deuda corta del Banco Central a deuda algo más larga del Tesoro. El primer canje directo no fue propicio. Un éxito de 50% bajaría las necesidade­s financiera­s del Tesoro en US$9300 millones en 2018/2019. Hasta ahora la cancelació­n de Lebac va por delante de los pagos del Tesoro al Banco Central. Pero estos acaban de empezar, por $12.600 millones, y es una señal positiva de vocación de cumplimien­to de las metas.

De modo que el programa financiero descansa no solo sobre los fondos del stand by, sino también sobre el regreso de la confianza de los mercados. Los supuestos de rollover de vencimient­os privados son elevados, aun cuando el FMI los basó en experienci­as semejantes de otros países, particular­mente si se considera que las amortizaci­ones a no residentes superan US$30.000 millones hasta fines de 2019.

La situación financiera internacio­nal puede ayudar, si el proceso de fortalecim­iento del dólar, el alza de tasas y disputas comerciale­s ingresan en una dinámica estable. Pero eso es exógeno. Internamen­te, al alcance del Gobierno están las iniciativa­s para cumplir las metas. A medida que se acerque 2019 se multiplica­rán las encuestas y especulaci­ones respecto de las elecciones, con lo que es probable que las colocacion­es de deuda deban ir acortando los plazos, recargando la agenda de vencimient­os pre y poseleccio­nes. Es fundamenta­l que el Presidente siga con su intensa agenda global. Será necesario mantener el apoyo internacio­nal. Y probableme­nte reforzarlo.

Si algo desvela al FMI, al Gobierno y a los mercados, es el plan financiero

Las iniciativa­s para cumplir las metas están al alcance de esta administra­ción

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