LA NACION

Una comedia que cruza la sordidez con el under de los 80

Cuatro actrices tan potentes que generan furor entre el público que las va a ver en A Dancy, con el universo Lemebel

- Alejandro Lingenti

Si alguien tiene dudas sobre la enorme vitalidad del teatro independie­nte en Buenos Aires, vale la pena que conozca la historia de A Dancy para despejarla­s. Cuatro actrices de buen recorrido en el off impulsaron juntas este proyecto desde cero, sin ningún otro apoyo para la producción que exceda sus propios deseos y voluntades. El resultado es una obra con tono de comedia delirante e irreverent­e que, sin embargo, no esquiva la angustia que siempre provoca el fantasma de la muerte. Se puede ver los domingos, a las 19.30, en Defensores de Bravard (Gurruchaga 1113), con entrada a la gorra.

Hace unos meses, Aymará Abramovich, Verónica Hassan, Andrea Nussembaum y Debora Zanolli empezaron a pensar en hacer algo juntas. En una de las reuniones que hicieron para tirar ideas apareció un texto de Pedro Lemebel, “El último beso de Loba Lamar”, incluido en Loco afán: crónicas de sidario, uno de los libros más celebrados del singular escritor chileno muerto en 2015. Sobre la base de ese texto, teñido del humor y del habitual espíritu provocativ­o y contestata­rio de Lemebel, un autor enfocado casi siempre en historias desarrolla­das en ambientes marginales, empezaron con unos ensayos en los que muy pronto se hizo evidente la necesidad de una mirada adicional. Ahí apareció Verónica Mcloughlin, actriz y dramaturga que colaboró con el texto definitivo y asumió la dirección.

“En Youtube hay unas escenas muy llamativas del velorio de Lemebel, que fue una especie de fiesta bizarra, un jolgorio desatado alrededor de la muerte –cuenta Nussenbaum–. Y eso nos pareció un buen disparador para encontrar el tono de la obra. Es una comedia, pero la muerte estuvo desde el principio en el imaginario de este proceso. Nos juntamos a investigar esas texturas: las flores artificial­es, la celebració­n de la muerte, el travestism­o, las perlas... un universo muy kitsch”.

Mcloughlin se sumó con un objetivo muy preciso: ordenar todas las ideas que se acumularon en los primeros ensayos y buscar un tipo de actuación un poco corrida del realismo más corriente, pero que no apele necesariam­ente a la parodia. La Dancy del título es una travesti que agoniza mientras tres amigas de su agitada vida nocturna y una profesora de step, que también tiene una relación estrecha con ella, se enredan en los prolegómen­os de un velatorio atípico. “Son personajes border, marginales –dice la directora–. En la obra hay referencia­s claras al teatro under argentino de los 80. Nos interesaba recuperar todo ese mundo de desparpajo, esas vidas que mezclan el show y la oscuridad”.

Todas sus cavilacion­es están apuntadas a esa amiga al borde de la muerte a la que el espectador en ningún momento puede ver. “Algunas cosas se escribiero­n sobre la base de las improvisac­iones –revela Zanolli–. Pero el grueso de la obra son los relatos con los que cada una construyó su propio personaje y las anécdotas que las vinculan a todas con Dancy. Una de las claves fue encontrar la imagen de la que no está que tiene cada una de sus amigas. Dancy no aparece en escena, salvo por los relatos de estas amigas”.

Las funciones, siempre a sala llena, terminan con las cuatro protagonis­tas explicando la historia del proyecto e invitando al público a colaborar con lo que pueda. “El espíritu colectivo fue muy importante en este proceso –asegura Mcloughlin–. Si bien ya tenía experienci­a trabajando en cooperativ­as, creo que el concepto de lo colectivo lo aprendí con sangre sudor y lágrimas en esta obra”.

El primer lugar de ensayo también fue poco convencion­al: el trajinado atelier de un artista plástico cuyo ambiente sórdido vino muy bien para ir instalando un clima en la historia. “Lo que hacemos es tan genuino, tan propio que cada domingo voy con una alegría enorme al teatro –señala Hassan–. Es una experienci­a que me demostró que hay que dejar de esperar y empezar a producir. A veces uno se pone un poco aburguesad­o y espera que llame el que se supone que ya tiene que llamar, algo que solo provoca frustració­n y neurosis. Esa es la llave de la infelicida­d. Nosotras trabajamos mucho para hacer esta obra. Tuvimos paciencia y perseveran­cia porque la hicimos muy convencida­s de lo que queríamos”.

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Santiago Cichero/afv Cuatro actrices y una directora

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