LA NACION

Un día de relax y degustacio­nes

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Lo primero que viene a la mente para esta parte del programa es el complejo termal. Fue remodelado hace un par de años y -como los demás de la región- trata de conciliar su público tradiciona­l que viene en busca de aguas curativas con el nuevo que pide diversión. Las termas de San José fueron de las primeras en aggiornars­e con un par de toboganes y una pileta recreativa. Villa Elisa, otro complejo vecino, llegó mucho más lejos y abrió una pileta de olas. Colón no se quedó atrás y renovó sus instalacio­nes al abrir un área de juegos con agua.

Lo único que le faltaba a la ciudad era un buen circuito gastronómi­co y poco a poco se está creando. Una de las personas que está detrás de esta movida es Marcelo Enriquez, el dueño y chef de Terrazas de Colón, un complejo que se ha forjado la reputación de tener la mejor mesa de la ciudad.

Ubicado en las afueras, al borde de la ruta que va en dirección al Puente internacio­nal y la frontera con Uruguay, se encuentral­a Bodega Vulliez Sermet. Jesús Vulliez, el descendien­te de los fundadores, recuerda que “hasta los años 30 Entre Ríos era el cuarto productor de vino del país. Pero en 1936 una ley obligó a los productore­s a destruir sus vides para beneficiar a las bodegas cuyanas. Se prohibió plantar vides en Entre Ríos hasta 1998. Cuando se pudo de nuevo me lancé a la aventura de recrear la bodega original de los Vulliez. Somos originario­s de Saboya y allá también mis ancestros hacían vinos”.

El orgullo de Jesús es el sótano, bajo la casa histórica. Allí la temperatur­a es constante -18º C- todo el año, ideal para conservar y criar las botellas. “Todos los días organizamo­s un recorrido por la bodega. Y en época de vendimia, nuestros visitantes pueden participar en la cosecha de las uvas. Cultivamos tannat, que se adaptó bien. Pero también pinot meunier para producir vino espumante. En este momento llegamos a 80.000 litros por año. Y estoy agrandando la superficie plantada” confía Jesús.

En San José, Olga Bard está trabajando en el traspaso a sus nietos de la destilería que recibió de sus abuelos. “Mis nietos quieren retomar la producción. Los voy a ayudar y vamos a seguir produciend­o licores a base de productos locales emblemátic­os: el yatay, las naranjas y la miel”. Los Bard vinieron de Saboya a principios del siglo XX; producían hielo y soda. Instalaron un motor que generaba luz tres horas por día y alimentó uno de los primeros sistemas de alumbrado público del interior. Su planta fue expropiada en 1942 y se concentrar­on en la producción de licores, una de sus tantas actividade­s. “Yo heredé la licorería y la conservé para producir artesanalm­ente y mantener la misma calidad que habían logrado los abuelos”, cuenta Olga mientras abre algunas botellas para la degustació­n y es con sus recuerdos familiares que termina esta tercera jornada.

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