LA NACION

La revolución está de nuevo en las calles

- Alberto Barrera Tyszka Escritor venezolano

Hace cuarenta años conocí a Daniel ortega. En aquel tiempo, él era unos de los líderes del Frente Sandinista de liberación nacional (Fsln) que intentaba derrocar al dictador anastasio Somoza. Se encontraba de gira por Venezuela, buscando solidarida­d con la rebelión en nicaragua. Un grupo de jóvenes, en la ciudad de Barquisime­to, pasamos todo un día tratando de conseguir fondos, repartiend­o volantes, informando en calles y autobuses, sobre lo que estaba ocurriendo en el hermano país de centroamér­ica. al final de la tarde, juntamos todo el dinero obtenido y preparamos un acto de masas, en una céntrica avenida, para recibir y escuchar al comandante ortega.

Pero no hubo masas. Éramos, si acaso, unas 70 personas. Tampoco el logro económico fue espectacul­ar. no teníamos millones de bolívares que entregar. El comandante ortega llegó al lugar y nos miró con cierta piedad, nos saludó amablement­e y, luego, nos dijo que en tiempos de guerra las ideas no importaban demasiado. Que tal vez él estaba ideológica­mente más de acuerdo con nosotros que con el entonces presidente de Venezuela, carlos andrés Pérez. Pero que, el día anterior, Pérez le había dado una enorme cantidad de dinero. Que la prioridad era tener armas, municiones, uniformes y botas. la revolución vendría luego.

cuatro décadas después, el balance de esta lógica es trágico. la revolución llegó en 1979, con todas sus ilusiones y sus limitacion­es, logró sobrevivir al sabotaje del gobierno de Ronald Reagan, pero no logró sobrevivir a la democracia. En 1990 el Frente Sandinista perdió las elecciones. ahí, según afirma Sergio Ramírez, escritor magistral que ha sido también protagonis­ta político y testigo de excepción en todo este largo proceso, comenzó “la gran debacle”. Estaban preparados para dirigir la revolución, no para entregar el poder. Se hundieron en la corrupción y, después, les costó demasiado retomar su fuerza política. Su regreso al gobierno, en 2006, probableme­nte ya escondía una clara certeza: no correr otra vez el riesgo de los votos, suspender definitiva­mente la posibilida­d de la alternanci­a.

la represión salvaje con la que el gobierno ataca las protestas ha activado, internamen­te en nicaragua, una memoria que todavía la comunidad internacio­nal no parece ponderar en su justa urgencia.

Desde las masacres perpetrada­s por el somocismo, nicaragua no vivía una tragedia de este tipo. carlos Fernando chamorro, director de El Confidenci­al, uno de los pocos medios independie­ntes que quedan en el país, ha puesto sobre la mesa una pregunta crucial: ¿Hasta dónde llega la lealtad de los miembros del Frente Sandinista, de los funcionari­os y trabajador­es del Estado, de los policías y militares con la pareja ortegamuri­llo? ¿cuál es el límite?

El gobierno de nicaragua parece seguir el mismo guión que nicolás Maduro ante las protestas en Venezuela: descalific­a las manifestac­iones populares, las tilda de “golpistas” y “terrorista­s”, las masacra con brutalidad y sin pudor. Su retórica cumple con el mismo libreto. ortega reprime invocando la paz. Tampoco en eso se diferencia del feroz autoritari­smo militar del siglo XX.

“Mi gobierno garantiza el orden, la paz y la estabilida­d social, pese que a fuerzas extrañas propician el desorden y atentan contra la tranquilid­ad y el bienestar”. ¿Quién dijo esta frase? ¿anastasio Somoza o Daniel ortega? Fue Somoza, pero ya tampoco importa demasiado. Sus balas tienen la misma ideología. ambos decidieron asesinar con tal de mantenerse en el poder.

Gilles Deleuze sostenía que la ideología era una “engañifa”. Que era necesario analizar más bien las formas como se organiza y se administra el poder. Mientras la democracia les fue útil, los nuevos caudillos latinoamer­icanos fueron demócratas. cuando dejó de funcionar a su favor, volvieron al pragmatism­o militar de siempre: armas, municiones, uniformes y botas. lo demás siempre es secundario. lo demás es la libertad y la alternanci­a.

Daniel ortega ya no representa ninguna revolución. Todo lo contrario: solo repite lo peor del pasado que él mismo combatió. Representa la resurrecci­ón del somocismo. Y ahora, nuevamente, la revolución está en las calles. aun a pesar de la feroz represión, la gente continúa protestand­o, desafiando al dictador. ¿Hasta cuándo podrán mantenerse así? al igual que cuarenta años antes, como ocurrió también con Somoza, la comunidad internacio­nal debe arrinconar al dictador, presionarl­o, obligarlo a aceptar y a practicar lo que tanto teme: la democracia.

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