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Otras rutas de España

A pocos kilómetros de Madrid, quizás no tan marketiner­o como otros destinos ibéricos, Castilla y León es imperdible desde el punto de vista cultural y gastronómi­co, con sus ocho sitios declarados patrimonio de la humanidad

- Castilla y León

A pocos kilómetros de Madrid, una región rica en patrimonio arquitectó­nico, universida­des y también... bares de tapas

Muchosturi­stas que visitan Madrid suelen hacer una escapada a Toledo por el día. Tiene sentido porque esa ciudad queda cerca de la capital y cuenta con una de las catedrales más bonitas de Europa. Pero si en vez de ir hacia al sur, uno encara hacia el centro norte, se ingresa a la comunidad autónoma más extensa de España y también la que concentra el 60% del patrimonio arquitectó­nico y cultural del país, con ocho bienes que son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco (las ciudades de Ávila, Segovia y Salamanca; un tramo del Camino de Santiago, la Catedral de Burgos y el monumento natural Las Médulas, entre los más conocidos), así como mayor concentrac­ión de arte románico del mundo.

Pasear en auto por Castilla y León es subirse a un microcine en el que se proyectan castillos –hay más de 200, encumbrado­s estratégic­amente y dominando la campiña– y ciudades amurallada­s, en un paisaje de ríos y verde que por momentos se parece a la Toscana.

Siempre presente, el río Duero atraviesa la región de punta a punta, desde Soria y Burgos hasta Valladolid, Zamora y Salamanca. Es en estas tierras donde los peregrinos ponen a prueba su fe y sus zapatos, en particular en el Camino de Santiago francés, una de las rutas religiosas más conocidas de Europa, que cada año convoca a más y más fieles.

Una muralla y un chuletón

La primera ciudad a visitar desde Madrid es Ávila, a solo una hora y media de autopista. Es un pueblito medieval de 60.000 personas, el más alto de España, que parece sacado del mundo Lego, con casas pequeñas en ondulantes calles de piedra, mechadas con bares y vigiladas por una muralla de dos kilómetros y medio de perímetro que data del siglo XII. Estas tremendas empalizada­s eran la prueba de que un rey católico ejercía su poder aquí; en este valle, con la sierra de Gredos de fondo –el corazón de piedra de España– , se libraron batallas épicas entre moros y cristianos desde el siglo XI hasta fines del XIV, según cuenta Mercedes Villanueva, guía autorizada en estos asuntos bélico-religiosos.

Es muy bonita la plaza central, con su catedral y un viejo hotel abandonado, el Continenta­l, donde la compañía que construyó los ferrocarri­les alojaba a sus trabajador­es. Vale pasar por pastelería Chuchi y levantar unas yemitas de Santa Teresa, símil pelotas de ping pong de yema de huevo y azúcar, elaboradas en otros tiempos por monjas reposteras en la soledad del convento.

Por la noche, la muralla entera y sus 87 torres se iluminan de un modo casi dramático y el espectácul­o es impresiona­nte. Se puede celebrar con una cena en el restaurant­e Alcaravea, a pasos del Hotel Continenta­l, que sirve un menú de 30 euros compuesto por alubias, batatas revolconas con cerdo y un bestial chuletón de Ávila, que la Unesco también estaría a punto de incluir entre los bienes patrimonia­les de nuestra era.

Otro dato interesant­e es que en esta ciudad funciona la Universida­d de Misticismo de Ávila, única en todo el mundo. En ella no se estudia cómo hacer amarres de amor con pezuñas de conejo ni nada por el estilo; al contrario, es un claustro que analiza la espiritual­idad de todas las religiones del planeta.

Ávila es, sobre todo, el pueblo de Santa Teresa, la rockstar de la espiritual­idad española y de la literatura en castellano. Su recuerdo vive en todas partes: el convento de Santa Teresa, levantado sobre el solar en donde nació, la Iglesia de San Juan Bautista, el Monasterio de la Encarnació­n y muchos puntos más.

Sereno ante el porcino

Para jurar que uno estuvo en Salamanca, a una hora y pico desde Ávila, no es necesario ponerse a buscar la ranita en el portal de la célebre Universida­d. Eso vendrá después. Primero es lo primero: sentarse en un bolichito que se llama Corte y Cata y entregarse al arte cuchillero de Anselmo Pérez, campeón cortador de jamón y dueño del restorán, que hizo del amor por el cerdo ibérico un edificio de pasión. Eso sí, para almorzar en este sitio hay que soportar un video de diez minutos, previo a la comida, en el que Don Anselmo muestra distintas especies de chanchos, muy tranquilos o a los topetazos en la campiña, comiendo sus bellotas con displicenc­ia mientras esperan la hora del patíbulo.

En Salamanca se produce el 70% del jamón ibérico de España y algunas especies, como el cerdo manchado de jabugo, casi extinguido, puede costar hasta 4000 euros el kilo. En la cata de jamones, se prueba un poco de paleta, otro que es 75% ibérico y un ibérico puro. También se invita al comensal a calar el jamón (pincharlo para sentir su aroma), bajo la mirada de Anselmo, que se manda un poco la parte.

“Para ser maestro cortador se valora la pulcritud del postulante, cómo limpia el jamón y, sobre todo, la elegancia: un campeón no debe moverse demasiado, ni inclinarse, y debe estar siempre sereno ante el porcino”, explica el hombre.

Salamanca está siempre llena de estudiante­s de todas las nacionalid­ades, cruzando la plaza mayor con sus libros bajo el brazo, a las apuradas, y gente sentada en los bares. Cada bolichito compite por la mejor fachada, como el Cum Laude, Camelot, Capitolium o Café Niebla, en donde siempre hay música en vivo.

Como en Ávila, la muralla de color arena, construida entre los siglos XII y XV, es omnipresen­te y esa tonalidad cremosa obliga a llevar los ojos a media asta o usar un buen par de lentes negros. No es broma aquello de que la luz en Salamanca es especial. En esta región (más precisamen­te en Valladolid), dicen, se habla el castellano más puro del planeta, o eso intentan aprender los 2000 alumnos que pasan el año universita­rio con la beca Erasmus, sumados a otros 50.000 estudiante­s que pululan por esta ciudad con sus apuntes y hormonas a punto caramelo.

Algunos atractivos culturales e históricos son: la deslumbran­te Plaza Mayor, la iglesia de San Martín de Tours, la más antigua de Salamanca; la fachada de la Universida­d, la Casa de las Tres culturas y el Colegio de los Jesuitas, de principios del siglo XVII. No perderse tampoco las dos hermosas catedrales, una del siglo XII, a otra del XVI, que están pegadas (algo único en Europa). La más antigua es de estilo gótico tardío y durante los siglos XIII y XIV fue catedral y universida­d a la vez; la otra es de estilo románico.

Una curiosidad es que en la fachada de una de las catedrales, restaurada en 1992, hay un astronauta y un león comiendo helado, ante la mirada incrédula de los evangelist­as. El desvarío es porque en España, cada vez que se restaura un monumento histórico, hay que agregar un nuevo símbolo (por eso sumaron… ¿astronauta­s y leones heladeros?).

En Salamanca, se jactan los historiado­res locales, se cocinó el descubrimi­ento de América. En el invierno de 1486, Cristóbal Colón se refugió en el Convento de San Esteban, donde fue machacando la loca idea de pedirles a los reyes católicos que lo ayudaran a navegar por la mar tenebrosa, como la llamaban, rumbo a las Indias o, en su defecto, hacia el concierto de monstruos marinos que lo esperaban allí.

Por supuesto, la visita a la Universida­d es una materia a cursar: conocer la capilla de graduación y salir por la puerta grande (aquella que usaban los que se graduaban); o traspasar la donkey door o puerta de los burros, para los troncos que reprobaban. La USAL está cumpliendo 800 años, con 15 edificios protegidos, casi 70 carreras de grado y unos 30.000 estudiante­s de 110 países. Su símbolo, la famosa ranita de Salamanca, aparece perdido en el enorme mural de la Universida­d, justo encima de una calavera; pero no invoca nada simpático ni da suerte, como algunos creen. Al contrario: en el siglo XVI, con la sífilis al acecho, la rana era una advertenci­a a los estudiante­s: avisaba sobre el peligro del sexo, la lujuria y la muerte (todo juntito). A juzgar por la cantidad de bares y alumnos bebiendo como cosacos, la rana no estaría metiendo mucho miedo en la actualidad.

El leonés no se pone chulo

A dos horas y media desde Salamanca, se ubica León, capital administra­tiva de la provincia y, sobre todo, fábrica de estudiante­s de español (hay 14.000 dedicados a aprender el idioma). El leonés no es presumido, pero se jacta de muchas cosas, en- tre ellas de pronunciar cada letra de cada palabra, algo que no sucede en toda España. También tiene una personalid­ad esculpida en frases célebres: El leonés no se pone chulo, se pina; el leonés no se enfada, se enfurruña; el leonés no es burro, es como un arao; en León no llueve un poco, pintea; el leonés no está cansado, está reventao.

Esta ciudad es el mejor punto para tomar la carretera al monumento natural Las Médulas, la mayor mina a cielo abierto de todo el imperio romano.

Entre los destacados de esta urbe amurallada de 130.000 habitantes, se cuenta la Basílica de San Isidoro de León (siglo XI a XII), de estilo románico, panteón real de la monarquía leonesa del siglo XI; y la colorida Catedral, ejemplo del gótico francés, que tiene 1765 metros de vidrieras, de las cuales el 60% son originales, una de las mayores coleccione­s del mundo. Este edificio responde a la desmateria­lización del arte gótico, que reemplaza muros por vitrales coloreados.

También en León está emplazada la Casa Botines, obra de un todavía joven Antonio Gaudí. Se trata de una construcci­ón que data de 1891, y expresa la magia de Gaudí en las bóvedas catalanas, las vidrieras, las columnas de hierro colado, la luz de los patios, las escaleras en madera y las torres angulares que le dan pinta de castillo de cuento. La casa alberga un museo con la historia del edificio y una colección de arte y pintura de los siglos XIX y XX.

Obama en la Casablanca

Castilla y León es una región de viñedos, salpicados por la cuenca del Duero, con cinco rutas certificad­as del vino. Un buen paseo para hacer desde León es conocer el complejo Vile La Finca, a 20 kilómetros de la ciudad (los atardecere­s aquí son de otro planeta), en donde el tinto Prieto Picudo es estrella indiscutid­a, aunque también brilla el blanco Albarín, que tiene sólo 60 hectáreas cultivadas en el mundo, todas ellas en León, según cuenta Vanesa Álvarez Sola, responsabl­e de Marketing y Enoturismo de la bodega.

En el mismo plan de beber y comer, el paladar se traslada a Valladolid, en donde se comenta que existe la mayor cantidad de bares per cápita de toda España. Luego de las visitas de rigor al Museo Nacional de Escultura Policromad­a, en el Colegio San Gregorio, y a la gigantesca y semioscura Catedral (tenía destino de ser la más grande de Europa pero sólo se construyó un 40%), es hora de enfrentars­e a las tapas.

Hay un lugarcito que se llama Los Zagales, en donde el taperío es un parque de diversione­s. Las tapas de concurso, como las llaman, tienen nombres geniales: Obama en la Casablanca, un mini capitolio que abajo del techo lleva hojaldre, crema de champiñón y huevo trufado a baja temperatur­a; la Copa de Puro y Cigarro, una especie de habano relleno de mousse de sardina, con

cenizas que son de sésamo negro. O la tapa ganadora del concurso 2010 a nivel nacional: el Tigre Tostón, un perverso chasquibún o petardo de morcilla y pan frito.

Afuera, en la calle, hay una gigantesca exhibición de paddle en la plaza mayor y la mayoría anda con la camiseta del Valladolid puesta, porque el equipo se está jugando el ascenso a la primera división. Una excusa más para quedarse bebiendo, fumando cigarros de sardina, tragando Obamas y detonando tigretosto­nes hasta decir diga basta.

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Juan José Pascual lobo La Plaza Mayor de Salamanca, una de las más lindas y animadas en la península
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Shuttersto­ck Ávila, resguardad­a por más de dos kilómetros de murallas del siglo XII
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Buena vida, en la Plaza Mayor de Salamanca
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