LA NACION

Un desfile de gente en la frontera con Costa Rica

Con pocos controles, la trocha es el cruce preferido de los que huyen del régimen de Ortega

- Carlos Hernández LA NACIÓN DE COSTA RICA/GDA

LOS CHILES, Costa Rica.– Tiene 65 años y viene desde el barrio Los Ángeles, en Managua, donde era comerciant­e. El jueves caminaba por la trocha, como tantos otros compatriot­as suyos que escapan de la violencia en Nicaragua.

Mario Osejo admite que viene a buscar refugio, viene huyendo de la “falta de compasión de su gobierno” con sus opositores.

“Los amenaza de muerte y con aplicar todo tipo de represalia­s al punto de que los obligar a vivir escondidos en su propio país. A mis compatriot­as decididos a no caer en sus garras no les queda otra opción que no sea huir a la montaña, donde viven en el anonimato, perdiendo todo contacto con la familia”, dice.

Aquel camino, que se quedó como carretera incompleta paralela al río San Juan, se ha convertido en las últimas semanas en una ruta de escape.

“La Constituci­ón política señala que el gobierno debe velar por la integridad física de sus gobernados, pero Ortega hace todo lo contrario: los reprime, los persigue y termina asesinándo­los con el cuento de que son delincuent­es, terrorista­s”, se queja Osejo con indignació­n.

Con él viaja una amigo que no quiso decir su nombre ni de dónde viene. Les ocurre lo mismo a otros nicaragüen­ses, pues prefieren evitar represalia­s contra los parientes que aún no cruzaron la frontera.

“Primero la vida; lo demás es secundario”, se limitó a decir.

Por la misma ruta venía Rosibel Rojas, madre de cinco hijos.

Afirma que en su comarca, Buena Vista de Río San Juan, se perdió la paz. “Hoy, mis familiares y amigos temen que los maten en cualquier momento. Por eso decidí refugiarme en Costa Rica, para sobrevivir”, manifestó.

Rojas, de 35 años, llegó a la trocha al mediodía del jueves cargando

maletas, con la ayuda de una de sus hijas mayores. Estaba extenuada, pues llevaba dos días de caminar entre trillos de montaña.

“Parece empeñado en exterminar a quienes no compartimo­s su ideología. Nos persigue despiadada­mente, para lo que se apoya en paramilita­res y policías”, dijo la mujer, en referencia al presidente nicaragüen­se, Daniel Ortega, protagonis­ta de la crisis política que ya supera 300 muertos desde que comenzó, el 18 de abril.

Aquel fue el día de la primera protesta contra una reforma del régimen de pensiones que derivó en reclamos para exigir la salida de Ortega, quien ya advirtió que se mantendrá en la presidenci­a hasta que concluya su mandato, en enero de 2022.

Rosibel Rojas es una de muchos que optaron por “esconderse”, como ella dice, en su vecino país (Costa Rica) para salir con vida de la ola de violencia.

El grueso de los migrantes ingresan sin documentos por el pequeño caserío de la trocha de Los Chiles, donde se asemejan a hormigas caminando si rumbo.

Hombres como Juan Robleto tienen familiares en Cartago, mientras que Emerita Espinoza y su familia no conocen a nadie ni en la zona norte ni en la Gran Área Metropolit­ana (GAM). El viernes, cuando entraron, no sabían qué camino tomar.

Los lugareños estiman en alrededor de 100 los que llegan diariament­e, aunque ha habido días en que la cifra fue mayor.

Aquí no hay refugios como ocurre en La Cruz de Guanacaste o en Golfito, según informó la cancillerí­a el 19 de julio. Entre los dos, pueden recibir 2000 personas.

Sin embargo, nadie contabiliz­a a los que entran por Los Chiles.

Otro efecto de esta crisis se ve en las afueras de la Dirección de Migración y Extranjerí­a, donde miles hacían fila para pedir refugio, aunque muchos solo pretendían regulariza­r su estatus, pues llevan tiempo en el país.

La trocha muestra hoy un movimiento inusitado de personas, entre ellas improvisad­os comerciant­es y vendedores de carne asada.

De hecho, la demanda de carne se incrementó tanto que es común oír chillidos de cerdos cuando están por degollarlo­s al aire libre, sin controles sanitarios.

La trocha es un pacífico hervidero donde la ausencia de la policía de fronteras es muy notoria. Algunos campesinos sospechan de la presencia camuflada de paramilita­res para hacer trabajo de espionaje, para atacar cuando lo consideren necesario. Por ahora, es solo sospecha.

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