LA NACION

En Barracas, el miedo de los vecinos se ve reflejado en los fríos datos de la estadístic­a

En 2017, según el mapa del delito porteño, fue la zona donde más aumentaron los robos; hace dos semanas hubo una movilizaci­ón tras un asesinato; los comerciant­es atienden tras rejas

- Leonardo Scannone

Hace hoy dos semanas, Oscar Roberto Gómez y su sobrino Claudio salieron de su trabajo en los talleres de la empresa de ómnibus de larga distancia Transfer, en la calle Santo Domingo al 2600, a un puñado de cuadras del Riachuelo y del Parque Pereyra, en Barracas. Eran las 20 y caminaron por Santa Elena hacia la avenida Iriarte. Fueron al “chino” a comprar algo para cenar. Cuando volvían con la comida, en Santa Elena y Río Cuarto se les cruzó un Peugeot 408. Bajaron cuatro hombres armados al grito de “¡dame todo, dale, dale!”. En segundos, los estampidos destrozaro­n el silencio de la noche y sembraron la muerte. Oscar, de 52 años, cayó, sin vida; Claudio, de 33, con un roce de bala en la cabeza, lo abrazó. El Peugeot y los asesinos desapareci­eron.

Fue el más reciente crimen en una zona en la que los vecinos se sienten acechados por la insegurida­d. Según los datos del mapa del delito de la ciudad, la comuna 4 –que integran Barracas, La Boca, Nueva Pompeya y Parque Patricios– es la región porteña donde más aumentaron los robos el año pasado: 14%. Específica­mente en Barracas, pasaron de 1985 a 2541 casos reportados, un 28% más que en 2016.

“Después de las siete de la tarde acá no se puede caminar más. Es un desastre. Y empeoró en los últimos años”, contó Eduardo Torina, de 67 años y dueño de una farmacia de la zona, que la nacion recorrió este último viernes para advertir si se verificaba ese aumento de la insegurida­d reflejado por las estadístic­as.

La farmacia de Torina está a metros de la Comisaría Vecinal 4D, antes, la vieja seccional 30ª. El local data de 1897. Por fuera parece un monumento histórico, pero por dentro parece una cárcel: todo rejas. “Además, tenemos un sistema de seguridad privada. Vivimos con miedo. Desde que se fue la Prefectura los hechos se incrementa­ron. Salís a la calle y lo ves. Es increíble”, añadió Torina.

María Verón, de 38 años, atiende el quiosco situado bajo el puente por donde pasa el tren Roca, sobre la avenida Cruz. Ella también habla desde detrás de un enrejado, presa en su propio negocio: “Hace un año intentaron entrar acá. Hice la denuncia y no pasó nada”, dijo.

“Por estar acá, debajo de la estación Hipólito Yrigoyen, veo todo. Veo a los policías correr a los ladrones, aunque nunca los agarran. Muchos se meten dentro del contenedor de basura”, contó. “También veo muchos jóvenes bajar corriendo del tren para ir a comprar droga a la villa [la 21-24-Zavaleta, situada a po- cas cuadras] y después vuelven. Pero en el camino que hacen para llegar puede pasar cualquier cosa”, opinó.

Claudia Muzzopapa, de 50 años, atiende otro quiosco, sobre la calle Santa Elena, a metros de donde fue asesinado Oscar Gómez. Ella no tiene rejas de protección, pero igual vive con miedo. “Acá roban todo el tiempo, es una constante. Hay mucho motochorro”, contó.

Por las calles de Barracas no hay mucho movimiento. El de las ramas de los árboles mecidas por el viento es casi el único sonido que acompaña el de algún camión que pasa.

Casos anteriores

Delfina del Valle Tártaro, de 87 años, se levantó el 16 de mayo a barrer las hojas del frente de su casa en Miguel de Unamuno al 1600. A las 7.50 dos delincuent­es armados la sujetaron y la forzaron a entrar a la casa. Al cabo de 45 minutos escaparon con sus pertenenci­as. A Delfina la dejaron adentro; le habían pegado tanto en la cabeza que cuando la encontraro­n ya era tarde. La trasladaro­n a un hospital de la zona, pero murió minutos después de ingresar.

Al día siguiente del asesinato de Oscar Gómez, vecinos de Barracas marcharon a la comisaría para reclamar más seguridad. “Junté firmas para colocar cámaras de seguridad y se las di al comisario, pero todavía no las colocaron. Me dijo que tenía que hablar con alguien del gobierno. Porque en la Plaza Díaz Vélez (entre Gonçalves Dias, San Antonio, avenida Cruz y Jorge) a la noche no se puede ni caminar”, contó una vecina, que prefirió no dar su nombre por miedo, tras las rejas de la puerta de su casa. “Yo tengo un sistema de seguridad, cámaras, rejas, luces de movimiento y fijas. Pero no puedo vivir así. A la noche ya no salgo, y si salgo, le aviso a mi marido para que me espere”, agregó.

El sábado 17 de marzo, Leopoldo Domingo Mercuri, de 64 años, guardaba la camioneta Jeep, que había comprado días atrás, en un garaje situado frente a su casa, en Alvarado 2770. Llegaron tres delincuent­es en un auto rojo y, bajo la amenaza de las armas, le exigieron que les diera el vehículo. No se resistió y les dio la llave; uno de los asaltantes se subió al Jeep y, al salir, arrolló a Mercuri, que murió minutos después.

“Aparenteme­nte fue una muerte instantáne­a, pero quiero destacar que llamamos a la ambulancia, a la comisaría y al 911, pero nadie apareció hasta pasados treinta minutos; estábamos todos desesperad­os”, contó en aquellos días la mujer de Mercuri, y agregó: “Llegaron diez o quince patrullero­s y un vecino, enardecido, les gritó que fueran a perseguir a los chorros”.

En los datos del mapa del delito se advierte que no solo Barracas está afectado por el incremento de los robos. La comuna 4, en la que vive el 7% de la población de la ciudad, concentró el 10% del total de delitos en territorio porteño.

Detrás de Barracas, que experiment­ó el 28% de aumento en cuanto a robos, siguió La Boca, con un incremento del 24%.

Fuentes del gobierno porteño explicaron ayer que, a raíz de ese aumento, en toda la comuna 4 se realizan actualment­e operativos focalizado­s, especialme­nte de noche.

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Emiliano lasalvia En la histórica farmacia de Horacio Torina (izquierda), las rejas separan el mostrador del público

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