LA NACION

Una noticia transforma­dora

- Pablo Sirvén

Algo está funcionand­o bien en la Argentina de estos días. Muy bien. Aún no llegan a darse cuenta de la dimensión de lo ocurrido los que repiten con candor, o aviesament­e, que todos ya sabíamos que había –que hay– corrupción profunda y endémica en la política y en su entramado con cierto empresaria­do. Como si eso fuera suficiente. Había que probarlo.

En efecto, todos lo intuíamos, veíamos sus consecuenc­ias –más pobres por un lado; más amorales enriquecid­os de la noche a la mañana–, pero la Justicia carecía del detalle para incriminar, de quién con quién, a qué hora, dónde y por cuánto. Datos indispensa­bles para avanzar en concreto.

La manía de un oscuro remisero con fines difusos que anotaba obsesivame­nte cada movimiento de sus jefes y el traslado de monumental­es parvas de dinero por un circuito infame terminó convirtién­dose en el mayor mapa de la historia argentina que se haya levantado hasta ahora de la corrupción. Describe minuciosam­ente el modus operandi de exfunciona­rios en connivenci­a con ejecutivos de empresas contratist­as del Estado para delinquir. Pero las esquirlas exceden el epicentro kirchneris­ta y ya impactan también en importante­s compañías en las que algunos de quienes tuvieron comportami­entos irregulare­s son allegados a los que hoy ostentan la conducción política de la Argentina. De cómo avance esta causa sin salvocondu­ctos para aquellos empresario­s, también se cifra el futuro y la sanación de la Argentina.

Esta nueva realidad, de enorme potencial transforma­dor, es posible porque el periodista de la nacion Diego Cabot tuvo la suficiente templanza para anteponer a sus naturales reflejos de publicar cuanto antes el acto de reflexiona­r cómo hacer para que su descubrimi­ento no se agotara en una mera primicia que solo hiciera ruido unas horas o unos días hasta diluirse por completo. En este sentido, fue clave que la nacion acompañara al periodista en todo momento sin presiones de velocidad ni de otro tipo y con absoluta discreción a lo largo de más de medio año.

En la actual instancia tribunalic­ia, las declaracio­nes de los dos primeros arrepentid­os ya anticipan un previsible efecto dominó que finalmente pueda romper del todo la férrea red silenciosa de complicida­des que protege a los corruptos de un lado y del otro.

Cabot afrontó acechanzas de todo tipo: a su integridad personal y a las filtracion­es hacia otros medios. O, peor, que su preciado descubrimi­ento fuese cajoneado o fagocitado por el viscoso trasiegod eco modo ropy. cuando hay consistent­e y continuado afán colaborati­vo entre periodista­s investigad­ores y fiscales y jueces que entienden que sus trabajos son distintos, pero complement­arios, y se respetan mutuamente en sus modalidade­s y tiempos, no hay manera de que la verdad no termine abriéndose paso. Esa potencia lograda en estos días tiene que ver con esa forma de trabajar: la noticia rompe su rutina meramente anecdó tic ay se convierte en un motor de cambio real que trasciende su propia órbita.

Hace más de cuarenta años, dos glorias de la literatura argentina, Jorge Luis Borg es Yern estos abato, hicieron algo inusual entre ellos: conversar. En esa era tan anterior a las fake news y posverdade­s urgentes que imponen las redes sociales con sus intercambi­o s mínimos re cheque os ya vislumbrab­an con lucidez esos dilemas de esta manera:

Sabato: La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente. Borges: Un diario se escribe para el olvido. Sabato: Sería mejor publicar un periódico cada año o cada siglo. O cuando sucede algo verdaderam­ente importante. “El señor Cristóbal Colón acaba de descubrir América”. Título a ocho columnas. ¿Cómo puede haber hechos trascenden­tales cada día?

Borges: Además, no se sabe cuáles son. La crucifixió­n de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió.

La euforia, la pasión por el oficio de informar y la adrenalina que atravesaro­n en estos días la Redacción de la nacion tienen que ver con aquello que reclamaban Borges y Sabato por encima de la cotidianid­ad periodísti­ca: lo extraordin­ario, el descubrimi­ento de algo hasta ahora oculto, una oportunida­d única para transforma­rnos de verdad.

Ciertament­e es algo que no sucede con frecuencia. Por suerte, el periodismo de calidad que cultiva la nacion y la sagacidad de sus periodista­s a lo largo de 148 años lo hicieron posible en varias ocasiones: la evasión de

$8000 millones por parte de Cristóbal López revelada por Hugo Alconada Mon, en 2016, o los sobornos en el Senado, en tiempos de la Alianza, que comenzó a destapar aquí también Joaquín Morales Solá. Y más: la nacion fue el único diario que en una segunda edición, a las 4 de la madrugada del 2 de abril de

1982, informó al mundo que “tropas argentinas desembarca­ron en el archipiéla­go de las Malvinas ”, título que dictó Jo sé Claudio Escriba no, quien once años antes, en estas páginas, había dado otra conmociona­nte novedad: el hallazgo del cadáver de Eva Perón. O muchísimo tiempo atrás, en 1918, la primicia planetaria del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, gracias al correspons­al en Europa de la nacion, Fernando Ortiz Barili.

Se habla de que el periodismo tiene fecha de vencimient­o: sin duda la aceleran los medios que se manejan de manera artera y con apuros efectistas, y los comunicado­res que en cualquier soporte se comportan como meros agitadores mediáticos, de vuelo bajo, que solo funcionan motorizado­s por amores y odios repentinos.

Larga vida, en cambio, para el periodismo de calidad, con honestidad intelectua­l y apego al dato certero, que sepa volar alto y por encima de las grietas. En eso estamos.

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