Albañil de Dios
El idealismo juvenil, muchas veces proclive a construir castillos en el aire, sigue siendo un impresionante motor para la concreción de sueños e ideales. Tenía 22 años cuando Pedro Opeka llegó por primera vez a Madagascar, en 1970, como misionero. Más de la mitad de la población no tenía acceso al agua, sumida en una pobreza extrema que condenaba por igual a los asiáticos y africanos que habitan esa lejana isla del océano Índico.
Una vez ordenado sacerdote en la Basílica de Luján, nuestro compatriota Opeka volvió y sumó la promoción social a su tarea pastoral en aquellas remotas tierras. En 1989, fundó la asociación Humanitaria akamasoa, “los buenos amigos” en malgache (http://www. perepedro-akamasoa. net/) y desplegó toda su creatividad y esfuerzo, incluyendo sus habilidades como jugador de fútbol que le facilitaron el acercamiento a la gente. aprovechando sus conocimientos de albañilería, aprendidos de su padre esloveno, puso manos a la obra, literalmente, y se ganó el apodo de “albañil de Dios”. consiguió tierras fiscales en un gigantesco basural y dinero con los que ayudó a los lugareños a edificar sus propias viviendas: hoy son cinco los pueblos construidos en los que viven más de 25.000 personas, orgullosas de haberse esforzado para levantar sus casas, con emprendimientos productivos y dando así el mejor ejemplo a sus hijos, muchos de los cuales también asisten a la escuela o hacen deporte, alejados de las calles y los malos hábitos.
“a los pobres hay que ayudarlos con trabajo”, afirma taxativo y distinguiendo entre asistencia, como sistema, y ayuda, que el Estado debe brindar solo en casos excepcionales. La validez de sus argumentos se potencia, pues los ha cotejado exhaustivamente en la práctica: “El asistencialismo solo genera dependencia”. Siendo un sacerdote católico, su obra excede largamente la misión religiosa para constituir un indiscutido aporte social, basado en el reconocimiento de las potencialidades que encierra cada ser humano cuando es respetado en su dignidad. Más de medio millón de personas ya fueron rescatadas de la pobreza extrema por este infatigable cura lazarista.
En el otro lado del mundo, en un basurero en el medio de la nada, en medio de los pobres, nació un movimiento de una dimensión internacional. ¿cómo no imaginar qué distinto podría ser el mundo si esa experiencia se replicara? Mucho más en estas tierras, cuna de su propulsor y demagógica caja de clientelismo para muchos que no solo han visto aumentar el número de pobres, sino que ya alimenta a varias generaciones que no conocen las bondades de la cultura del esfuerzo y del trabajo.
La activa agenda de la reciente visita de Opeka a Buenos aires incluyó un encuentro con el presidente Macri, quien se interesó en su proyecto; mientras que el Senado, la Facultad de Teología de la Universidad católica argentina (Uca), la Universidad del centro de Estudios Macroeconómicos de argentina (cema) y la Embajada de Uruguay le otorgaron diversos reconocimientos. Sus reflexiones son un llamado de atención que pone en valor el trabajo, la disciplina y la honestidad. “En la argentina, los subsidios se han perpetuado”, se lamenta, convencido de que es necesario concientizar sobre cuán indigno es que la gente viva sin trabajar.
Su nombre se baraja como merecido candidato al nobel de la Paz pero él sonríe y reconoce humildemente que es la gente de su pueblo, allá en Madagascar, la que verdaderamente se lo entrega todos los años.