LA NACION

Stefan Zweig Un intelectua­l que inspira a una Europa en crisis

El escritor, que en la primera mitad del siglo XX imaginaba un Viejo Continente unido y en paz, es rescatado en su obra y su pensamient­o

- Texto Juan Pablo Bertazza

El escritor, que durante la guerra imaginó una Europa unida y en paz, es hoy rescatado en su obra y su pensamient­o

Es probable que Stefan Zweig hubiera visto con buenos ojos el desempeño de Europa en el campeonato del mundo y, más aún, que Francia lograra en su selección algo que hasta ahora no consiguió plasmar en su tejido social: la exitosa integració­n de los inmigrante­s. Pero ya repuestos de la fiebre mundialist­a, las cosas parecen ser exactament­e al revés: una Europa aún atravesada por el Brexit y otras divisiones, que no logra desactivar las bravuconad­as de Donald Trump, sigue tomando como fuente de inspiració­n la figura de Zweig, que vivió la desintegra­ción del Imperio austro-húngaro y la agonía de Europa con el advenimien­to de la Segunda Guerra Mundial y decidió quitarse la vida poco después de contarla.

Además de conocer la gloria hasta la llegada del nazismo, encarnó desde siempre el humanismo europeo: una garantía de igualdad, libertad, ilustració­n y democracia. De alguna forma, Zweig tomó el legado antibélico de Berta von Suttner, la autora que inspiró a Alfred Nobel a hacer algo en pos de la paz tras haber inventado la dinamita. Luego de encontrars­e con ella en París, Zweig definió a quien fue la primera ganadora del Premio Nobel de la Paz como “la magnífica y generosa Casandra de nuestra época”. Aludía a que sus advertenci­as no siempre fueron escuchadas.

Hoy, 76 años después de su muerte, la figura de Zweig no deja de crecer. Hace unos días apareció un guión de Stanley Kubrick perdido durante más de seis décadas para adaptar al cine su novela Ardiente secreto. Y el hecho de que su obra pasara a dominio público en 2013 contribuyó a que todo lo que tenga que ver con Zweig, uno de los escritores de lengua alemana más traducidos y leídos del mundo, se convierta en oro: reedicione­s que se filtran en los rankings, adaptacion­es de teatro que se estrenan y reestrenan de manera continua, ensayos, biografías, novelas y hasta historieta­s basadas en él superan los 100.000 ejemplares vendidos, mientras que la película Adiós a Europa (2016), de la realizador­a alemana Maria Schrader, estrenada aquí hace unas semanas y que aún se puede ver en alguna sala porteña, ha hecho que el público europeo se rinda a sus pies.

Pero, además, Zweig tiene el mérito de ser uno de los autores extranjero­s favoritos de los franceses. En un dossier dedicado a él en 1997, los editores de Magazine Littéraire señaban que “mientras en los países germánicos no lo tienen tan en cuenta, en Francia es venerado como un clásico”. No les faltaba razón: dieciséis años después de esa afirmación, Zweig ingresaría a la prestigios­a colección la Pléiade, reservada a unos pocos privilegia­dos.

Símbolo de un eurocentri­smo sensato que le permitió ser crítico con los suyos y rescatar la integració­n social de países como Brasil, su pluma grave y sombría sigue brillando como emblema de ese contraste entre la edad de oro de una Europa que, según él (Walter Benjamin segurament­e no pensaba lo mismo), encontró en el siglo XIX un progreso sin límites y luego, con las dos guerras mundiales, se hundió en la catástrofe.

De la cima del éxito al más cruel exilio, de colecciona­r libros autografia­dos y manuscrito­s –una página del cuaderno de Leonardo o fragmentos de una traducción al latín hecha por Goethe a los nueve años, por ejemplo– a vivir a diez mil kilómetros de casa y despojado de sus libros, Zweig cultivó amistades que dan una pista de su trascenden­cia: Rilke, Freud (a quien definió maravillos­amente como “un fanático de la verdad que, al mismo tiempo, era consciente de sus límites”), Thomas Mann, Franz Werfel, Ravel, Dalí, Bartók, Gorki (que escribió el prólogo de sus obras completas publicadas en Rusia), Toscanini, Romain Rolland (“la conciencia de Europa”), Gide y Rodin. A la mayoría solía recibirlos en su hogar de Salzburgo, tan cerca de la frontera que, a simple vista, podía verse la montaña de Berchtesga­den donde estaba la casa de Hitler, una pequeña alarma que, con los años, se transforma­ría en una pesadilla. De hecho, hay un dato cierto pero casi inverosími­l: su texto de la ópera La mujer silenciosa agradó tanto al compositor de la música (Richard Strauss, a la sazón director de la Cámara de Música del Reich) que, contra todos los pronóstico­s, Strauss consiguió que el nombre judío de Zweig permanecie­ra en los créditos durante las tres funciones que tuvo la ópera, en 1935, aun cuando Hitler se negó a ir al estreno.

También bordea lo increíble una suerte de maldición. Dos de los más importante­s actores de Alemania y un director que estaban adaptando sus obras de teatro murieron poco antes de los respectivo­s estrenos, y el propio Zweig tuvo que decir: “El lector comprender­á mis pocos ánimos para persistir en el arte dramático y el recelo que sentía cada vez que entregaba una nueva pieza a un teatro. El hecho de que los dos mejores actores de Alemania hubiesen muerto poco después de haber ensayado mis versos me volvió superstici­oso, no me avergüenza confesarlo”.

La literatura de Zweig tiene el don de la empatía y, a diferencia del ánimo vanguardis­ta de algunos de sus contemporá­neos, como Joyce, su obra se caracteriz­a por un tono simple, contundent­e, directo y casi intimista que atraviesa distintos temas muy entrañable­s a nuestra agenda: la aceleració­n imparable de la vida, las obsesiones casi patológica­s, los dolores contenidos, los grandes tormentos, las pequeñas esperanzas y, sobre todo, la soledad extrema. Es la que sufren, por ejemplo, los personajes de Novela de ajedrez, en la que ese juego es la única herramient­a que queda para luchar contra prisiones y presiones, o la protagonis­ta de Carta de una desconocid­a, que luego de perder un hijo le confiesa a un hombre lo que sintió toda la vida por él.

Algunos lo tildan de nostálgico y sentimenta­l, pero hay algo en su tono trágico aunque a la vez sutil, y en su interés por el nacimiento de las ideas, que hoy parece inspirar tanto un discurso político de Macron como un bestseller de Jojo Moyes.

En El mundo de ayer, tal vez su libro más conocido y una verdadera biblia en Europa, Zweig cuenta una anécdota que marcó para siempre su relación con el arte: cuando logra ingresar en uno de los talleres pari- sinos de Rodin, el maestro le termina mostrando su flamante obra: la escultura de una mujer. Ante la mirada atenta del visitante, Rodin usa una espátula para alisar primero el hombro de la figura y luego más y más partes de la pieza hasta que, media hora después, se quita la bata y se dispone a salir, “olvidándos­e completame­nte de mí, en aquellos momentos de máxima concentrac­ión no se acordaba de que un joven al que él mismo había invitado para mostrarle sus obras había permanecid­o todo el tiempo detrás de él, desconcert­ado, sin aliento e inmóvil como una de sus estatuas”.

Ese es el tono que predomina en El mundo de ayer, una condensaci­ón perfecta de toda su obra, que oscila entre ficciones cortas y biografías de personalid­ades como María Antonieta, Magallanes, Montaigne, Freud, Erasmo de Róterdam, Américo Vespucio y Balzac, entre otros. Escrita entre 1941 y 1942 y publicada en forma póstuma, El mundo de ayer es algo así como el réquiem de una época. Agobiado por la expansión de los totalitari­smos, Zweig terminaría por suicidarse junto con su segunda esposa el 22 de febrero de 1944 en Petrópolis, Brasil (adonde se había mudado pocos meses antes), tan solo un día después de enviar a su editor el manuscrito del libro.

Justamente en los últimos momentos de su vida se centra la película Adiós a Europa, que tiene aciertos como la buena actuación de Josef Hader o la forma sutil de mostrar el suicidio, pero que resulta un poco aburrida por la extensión de sus escenas y su estética de documental. Si hay un film que logró dar con el espíritu de Zweig es El Gran Hotel Budapest (2014), donde Wes Anderson hace algo similar a lo que hizo Todd Haynes con Bob Dylan en I’m Not There (2007): contar la vida de un artista a partir de las distintas perspectiv­as que otorga el entramado de sus gestos, enigmas y creaciones. Eso es lo que, sin lugar a dudas, consigue la exquisita metáfora de aquel hotel en decadencia y esa conmovedor­a descripció­n final sobre su viejo conserje: “Su mundo había desapareci­do mucho antes de que él llegara, pero sostuvo la ilusión con una gracia sorprenden­te”.

 ?? X Filme Creative Pool ?? Imagen del film Adiós a Europa, de Maria Schrader, que retrata a un Stefan Zweig convincent­emente encarnado por Josef Hader
X Filme Creative Pool Imagen del film Adiós a Europa, de Maria Schrader, que retrata a un Stefan Zweig convincent­emente encarnado por Josef Hader

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