LA NACION

Las ventajas de una sociedad menos desigual

- Alejandro Katz

No estoy seguro de que ella se dispusiera a desenfunda­r un arma, pero sin ninguna duda Francis Korn haría un uso masivo de su poderoso arsenal intelectua­l contra cualquiera que intentara utilizar la categoría “clase media” en un análisis académico. La idea misma de “clase social”, ha afirmado una y otra vez, es “un concepto que no sirve para ningún propósito inteligent­e y que al menor intento de análisis resulta teóricamen­te innecesari­o y operaciona­lmente absurdo”.

Pero, aunque el concepto de clase no sea demasiado útil para el análisis académico de la sociedad, si se utiliza de modo descriptiv­o, y no como causa explicativ­a de conductas individual­es y colectivas, puede resultar interesant­e. Así, la “clase media” designa a ese sector que no es “ni muy rico ni muy pobre”, y al que dice pertenecer la mayor parte de las personas a las que se les pregunta sobre su ubicación en la sociedad argentina. Designa, también, un ideal de sociedad –que posiblemen­te fue realidad en algunos momentos de la historia de nuestro país– en el que la distancia entre los que más y los que menos tienen es relativame­nte reducida.

Ese ideal de sociedad indica que para tener una república es necesario que haya una relativa igualdad económica, condición imprescind­ible para que se constituya así una comunidad política: una clase media poderosa (o, lo que es lo mismo, una sociedad sin grandes desigualda­des) inspira un sentido de propósito compartido, de destino común.

Pero es justamente ese ideal a la vez democrátic­o e igualitari­o (o democrátic­o por igualitari­o) lo que está en crisis desde que a mediados de los años 70 la Argentina comenzó a convertirs­e en un país cada vez más dual, en el que la convicción de que es posible vivir juntos fue deteriorán­dose, a medida que las políticas gubernamen­tales fueron concentran­do la riqueza y produciend­o simultánea­mente un mundo de pobreza al que, en el mejor de los casos, solo aprendiero­n a atender, perpetuánd­olo.

Que la sociedad sea menos desigual no solo debería responder a un imperativo ético –es moralmente mejor una sociedad más igualitari­a– sino también a dos razones adicionale­s: la primera, porque una sociedad más homogénea económicam­ente es una sociedad más próspera, una sociedad en la que el consumo, el ahorro y la inversión se equilibran mucho más ajustadame­nte que una que debe aplicar inmensos recursos a sostener a los pobres a la vez que permite que los recursos no menos inmensos apropiados por los más ricos salgan de los circuitos locales de consumo e inversión.

Sociedades más desiguales tienen, siempre, peores resultados económicos que sociedades más igualitari­as. Pero, además, sociedades más homogéneas económicam­ente son sociedades más diversas, y por tanto más atractivas, cultural, política y socialment­e. Los sectores medios –la clase media– es la que produce no solo variedad de emprendimi­entos comerciale­s y empresaria­les, sino también la única que permite que haya gran cantidad de practicant­es de los oficios y las profesione­s que le dan riqueza a la vida en sociedad: de carpintero­s y médicos a músicos y científico­s, escritores, profesores o artesanos.

Es cierto, como decía Borges, que a la clase media “le falta prestigio”. Sin embargo, decía él, “es la mejor clase”. En todo caso, no solo es la que indica cuán justa es una sociedad, sino también cuánto interés tiene vivir en ella, y cuán posible es vivir con los otros. Y en esto la sociedad argentina anda muy mal. Editor y ensayista

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