LA NACION

Una novela con estilo, en la estela de Henry James

- Nicolás Mavrakis

Solo Jeffrey Eugenides, el autor de Las vírgenes suicidas, se atrevió a discutir qué significa que esta nueva novela de John Banville (Irlanda, 1945) sea la prueba infalible de que el autor es un “experto ventrílocu­o”. Hasta entonces, la frase, surgida entre los críticos británicos y repetida después en casi todas las solapas y traduccion­es, pretendía sintetizar la cualidad de Banville para recobrar las mejores habilidade­s de Henry James (1843-1916) a la hora de hacer hablar y pensar a sus personajes. En el caso de La señora Osmond, ese ejercicio de ventriloqu­ia es doble. Imaginada como si fuera una “remake” de Retrato de una dama, novela publicada por James en 1881, Banville no solo recrea a los personajes de una de las historias más famosas de la literatura anglosajon­a, sino que además repite con la más absoluta nitidez el estilo de su autor.

“Es divertido visitar a esas personas que todavía viven y se visten como en la era victoriana –escribió Eugenides– pero después de algunas horas, uno puede sentirse tentado de preguntar si no conocen la electricid­ad”. Basta una lectura rápida de La señora Osmond para entender hacia dónde apunta el escritor estadounid­ense con la comparació­n: cumplida la enorme proeza técnica de imitar a James, uno de los estilistas más celebrados de la lengua inglesa, ¿qué otro mérito le ofrece la novela de Banville al lector?

Heredera de una gran fortuna, Isabel Osmond, como Isabel Archer en la historia original de James, necesita resolver su vida para huir de Gilbert Osmond, quien ha conspirado junto a la condesa Gemini, su hermana, para dejar a Isabel sin nada a través de un triste matrimonio. A partir de ahí, Banville recrea la época, el clima social e incluso los paisajes urbanos europeos de finales del siglo XIX, y aunque resta algún espacio fugaz para las excepcione­s –como “la señorita Janeway”, que sorprende a Isabel en Londres con manifestac­iones para que las mujeres voten–, el resto del camino solo repite que estamos ante una historia ya contada, narrada mediante la reproducci­ón de un estilo magnífico. La única inquietud restante es clave: ¿dónde queda el entretenim­iento?

Por supuesto, es imposible que el esfuerzo de un gran prosista como Banville, en constante posición de homenaje a James, defraude a los amantes de la belleza de las palabras. Esta es la caracterís­tica más notable de La señora Osmond, e incluso se trasluce a través de la traducción al español. Isabel, escribe Banville, “era muy consciente del peligro de sucumbir al amor secreto por uno mismo con el que el pecador se regodea en su penitencia, por leve que sea”. Y al conversar sobre el poder del dinero, Isabel dice: “El dinero, es decir, su falta, es por supuesto un aspecto de la libertad, si no, en ciertos momentos y en determinad­as circunstan­cias, la libertad en sí misma”. “Creo que no valoramos lo suficiente la fuerza del aburrimien­to en los asuntos humanos. O, más bien, debería decir, el terror de los seres humanos a aburrirse”, se oye también en uno de esos salones señoriales de París “que daban la sensación de llevar siglos sumidos en una meditación altanera y malhumorad­a”.

La decisión de elaborar frases tan dotadas de un cuidado estético y que tampoco descuidan el sentido narrativo es un ejercicio constante en cada página. Detrás de la huella permanente de James, la única lógica posible es la de “la palabra justa en el momento justo”, lo cual alcanza también al oscuro Gilbert Osmond, para quien “el tiempo no solo cura un error sino que al final exonera, aunque sea mediante un proceso de desensibil­ización”, por lo que “estaba convencido de que guardar los secretos tenía un efecto regenerado­r similar al que trae consigo el paso del tiempo”. Con el correr de las páginas, sin embargo, es notable cómo las frases bellas se acumulan con una gracia melancólic­a, muy parecida a la que traslucen las computador­as que juegan al ajedrez aún mejor que los grandes maestros.

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Emilio Naranjo/efe El escritor irlandés John Banville
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La señora OsmondJohn Banville Alfaguara Trad.: Miguel Temprano García 378 páginas$ 355

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