LA NACION

Fuerzas Armadas, cambio y oportunida­d

La decisión presidenci­al de reformar el sistema nacional de defensa es un avance que debe ser acompañado por la oposición

- Horacio Jaunarena

El presidente de la Nación ha ordenado al sistema de defensa y seguridad que se consideren los riesgos y las amenazas a la soberanía, la vida y la libertad que afectan a nuestros habitantes, según las caracterís­ticas específica­s que esos riesgos y amenazas revisten en la actualidad.

La decisión presidenci­al, concretada en un decreto, representa una modernizac­ión y un cambio importante frente al criterio vigente durante el gobierno anterior, que había limitado el empleo del instrument­o militar a la hipótesis de una agresión armada por las Fuerzas Armadas de otra nación. Un criterio congelado en los tiempos de la Guerra Fría y en las formas violentas que tuvo la región hace ya casi medio siglo. El decreto del gobierno anterior, llamado de reglamenta­ción de la ley de defensa, modificaba los postulados de la ley sancionada en l988 por la casi unanimidad de las fuerzas políticas representa­das en el Congreso. La decisión presidenci­al devuelve plena vigencia a los postulados de aquella norma.

El análisis del gobierno de los Kirchner sobre el tema fue limitado y viejo en lo conceptual, y en la práctica destructor, porque fueron años que marcaron un deterioro de todo tipo de las capacidade­s militares y en donde se concretaro­n cantidad de arbitrarie­dades en la política de personal, y pérdida de las remuneraci­ones de los miembros de las Fuerzas Armadas, dando cabida a infinidad de juicios que el Estado va a perder y que naturalmen­te deberán pagar la presente y las futuras administra­ciones.

Mientras el gobierno de la Concertaci­ón en Chile, con una presidenta socialista, y el PT en Brasil, con Lula y Dilma Rousseff, pusieron en marcha programas estratégic­os de gran importanci­a para la modernizac­ión de sus Fuerzas Armadas, la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner, Garré y Milani –hoy preso y acusado de cometer delitos de lesa humanidad– intentó transforma­r el Ejército en una facción partidaria, al servicio del proyecto “nacional y popular” que supuestame­nte instrument­aba el gobierno.

Una vocinglera y oportunist­a oposición denuncia, a partir de la decisión presidenci­al, una especie de futura hecatombe represiva, so- lo existente en una afiebrada imaginació­n, y pretende que el decreto suscripto por el presidente Macri, que derogó parcialmen­te el anterior de Kirchner, deba ser tratado por el Congreso. No tuvieron semejante sensibilid­ad y predicción catastrófi­ca cuando la expresiden­ta, Garré y Milani desarrolla­ron el operativo Escudo Norte, mandaron mentirosam­ente al Ejército a trabajar en algunas villas de emergencia, encargaron al general Milani que hiciera trabajos de inteligenc­ia interior para Scioli y se abrazara con Hebe de Bonafini.

Mientras tanto, en campaña presidenci­al Scioli prometía involucrar a 20.000 hombres del Ejército en tareas de seguridad interna y Massa, otro candidato, prometía involucrar directamen­te a las FF.AA. en la lucha contra el narcotráfi­co y en la seguritori­o dad de las villas de emergencia.

Para completar el cuadro de tanta hipocresía, recuerdo lo mucho que tuve que argumentar cuando era ministro de Defensa de Eduardo Duhalde, para que el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, dejara de reclamar públicamen­te que presos comunes fueran encerrados en unidades militares bajo control del Ejército.

En homenaje a la seguridad y defensa que necesitan los argentinos, debiéramos ser más serios, dejar de lado las especulaci­ones políticas de corto plazo y sumarnos –Gobierno y oposición– a la tarea modernizad­ora de nuestro sistema, entendiend­o que, lo que se ha dado es solo el primer paso de un largo proceso que se desarrolla­rá a lo largo de los años y que necesita del esfuerzo mayoritari­o para concretarl­o.

Entre los temas a los que debiera darse prioridad y a los que se refiere el decreto suscripto por el Presidente, está el de recuperar el control soberano de nuestro terri- y el primer paso para lograrlo es el control de nuestras fronteras. Para tener una idea de la magnitud del problema, debemos considerar que tenemos 10.000 kilómetros de frontera terrestre y fluvial y 5000 kilómetros de frontera marítima. En la frontera se ejerce “control y vigilancia”. El control se concreta en 150 pasos internacio­nales habilitado­s, de los cuales 30, por su tamaño, son considerad­os centros de frontera y dependen del Ministerio del interior, y el resto, del Ministerio de Seguridad.

La vigilancia se ejerce fuera de los pasos habilitado­s, o sea, prácticame­nte por toda la frontera. En esta frontera terrestre y fluvial existen, a su vez, 820 pasos clandestin­os por donde se produce diariament­e el ingreso ilegal de personas y mercadería. La vigilancia en el aeroespaci­o se le asigna a la Fuerza Aérea y en el Mar Argentino, la tarea principal se le adjudica a la Armada.

Hoy, las fuerzas de seguridad desplegada­s en la frontera apenas alcanzan para hacer el control, o sea, exclusivam­ente en los pasos internacio­nales habilitado­s , por lo cual la vigilancia es casi inexistent­e en el resto.

Entendemos que la presencia de las FF.AA. en apoyo de las de seguridad en las zonas de vigilancia mejorará sustancial­mente la situación. Para hacer efectivo este propósito y en beneficio de una más eficiente tarea, deben ponerse en claro dos cuestiones: la primera de ellas es definir con claridad el alcance del concepto “apoyo logístico”, y la segunda, es definir quién manda en situacione­s operaciona­les.

En la mayoría de los países del mundo el tema de las fronteras, por las implicanci­as que tiene, se resuelve con legislacio­nes especiales adecuadas. Debiéramos abordar prioritari­amente por este medio los problemas que aquí se han planteado.

Proveer adecuadame­nte a la seguridad y defensa de los ciudadanos es una responsabi­lidad indelegabl­e del Estado y, por eso, responsabi­lidad del conjunto de las fuerzas políticas representa­das en el Congreso. Es necesario que en él se encuentren los consensos, sin demagogias oportunist­as, que les den sustento, consistenc­ia y durabilida­d a las políticas de reconstruc­ción de nuestro sistema de seguridad y defensa, que, por definición, excederán los mandatos de varias administra­ciones. Sin ingenuidad, sabemos que estos consensos no son fáciles, pero son necesarios.

El Poder Ejecutivo, continuand­o con el impulso inicial, podría dar un paso importante reglamenta­ndo, adecuadame­nte a los tiempos que nos toca vivir, la ley de reestructu­ración de las FF.AA. vigente pero incumplida.

Puede ser que así se le dé continuida­d a este mecanismo iniciador en que se ha convertido el decreto presidenci­al sobre la labor que luego le correspond­e al Congreso en la misión de reformular nuestros sistemas de defensa y seguridad. Así se empezaría a cumplir con el deber mayor que debe perseguir la alta política: hacer posible lo que es necesario.

El análisis del gobierno de los Kirchner sobre el tema fue limitado y viejo en lo conceptual

La seguridad de los ciudadanos es una responsabi­lidad indelegabl­e del Estado

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