LA NACION

En el camino de la dependenci­a

- Juan Gabriel Tokatlian

América Latina es una región que ha perdido históricam­ente gravitació­n en el mundo y que parece hoy abocada a divergir cada vez más. Lo primero conduce a la debilidad y lo segundo, a la desintegra­ción: la combinació­n agudiza la dependenci­a.

Algunos indicadore­s –entre muchos disponible­s– ejemplific­an esa caída. En 1945, cuando se creó la organizaci­ón de las Naciones Unidas, el peso del voto regional era significat­ivo: de los 51 miembros iniciales 20 eran de América Latina. En la actualidad hay 193 países en la oNU y la dispersión del voto de la región le resta aún más influencia a Latinoamér­ica como bloque. Datos de la Cepal revelan que la participac­ión latinoamer­icana en el total de exportacio­nes mundiales fue del 12% en 1955 y en 2016 cayó a 6%. De acuerdo con la organizaci­ón Mundial de la Propiedad Intelectua­l, en 2006 la solicitud de nuevas patentes provenient­e de América Latina era del 3% (las de Asia eran el 49,7%), mientras que en 2016 bajó a 2% (las de Asia aumentaron a 64,6%).

Según el Banco Mundial, los gastos en investigac­ión y desarrollo como porcentaje del PBI llegaban al 0,6% para Latinoamér­ica en 2000 (para Asia oriental y el Pacífico eran de 2,25%) y pasaron al 0,7 en 2014 (para Asia oriental y el Pacífico eran de 2,49). Global Firepower ha confeccion­ado un índice de poder militar: en 2006, Brasil, México y la Argentina ocupaban, respectiva­mente, las posiciones 8, 19 y 33; en 2018, Brasil está en el puesto 14, México en el 32 y la Argentina en el 37. En el ranking sobre “poder blando” elaborado en la University of Southern California y la consultora Portland, Brasil se ubicó en el lugar 23 en 2015, en el 24 en 2016 y en el 29 en 2017.

A su turno, las iniciativa­s de integració­n de diversa índole están en franco retroceso. Una mezcla de estancamie­nto, desaliento y fragilidad atraviesa por igual aunque con variada intensidad al Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones, la Alianza del Pacífico, el ALBA, la Celac y la Unasur.

Durante la “marea rosada” de los gobiernos de centroizqu­ierda, el espíritu a favor de más asociación chocó con las limitacion­es de cada proyecto interno. La crisis financiera que estalló en 2008 mostró que las opciones nacionales y aisladas prevalecie­ron sobre las alternativ­as subregiona­les y mancomunad­as. Dinámicas exógenas como el auge de China reforzaron la primarizac­ión de las economías y los incentivos para buscar atajos particular­es, así los discursos de unidad fueran la nota predominan­te desde comienzos del siglo XXI.

Ahora, con el “reflujo neolibe- ral” de los gobiernos de derecha, ante una administra­ción en Washington dispuesta a recuperar una primacía de manera pendencier­a y en medio del apogeo de la financiari­zación, se verifica el desinterés por acciones colectivas y la preferenci­a por salidas unilateral­es. El resultado acumulado ha sido una decrecient­e integració­n regional y una apuesta por la lógica del “sálvese quien pueda”, algo que, en el fondo, es grupalment­e costoso, aunque exista la ilusión de una mejora individual.

Debilitami­ento y desintegra­ción conducen a una mayor dependenci­a externa, sea de un poder declinante como Estados Unidos o de un poder ascendente como China. El corolario estratégic­o de eso es el deslizamie­nto hacia una gradual irrelevanc­ia de América Latina en la política mundial.

Profesor plenario de la Universida­d Di Tella

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